Vida Sana
Luego de que Bruce Fallis, quien ahora tiene 61 años, se jubiló de su puesto de capitán de la policía estatal de Texas en el 2008, él y su esposa, Marcia, de 63 años, fueron de caminata por los Apalaches desde Georgia hasta Maine.
Se prepararon para el recorrido de cinco meses y 2,180 millas por casi un año. Cuando terminaron, regresaron a su hogar en Plano, Texas, y se dieron cuenta, como recuerda Bruce, de que “necesitamos algo que hacer”.
Hoy en día hacen voluntariado todos los viernes con un grupo religioso llamado Plain-O Helpers —“adultos mayores ayudan a adultos mayores”—, realizando tareas como instalar ventiladores de techo, reparar cercas y cortar el césped. Cada diciembre, ambos trabajan para Plano Santas, una campaña de un mes para recolectar comida y juguetes para familias necesitadas. Y cuatro veces al año sirven de voluntarios en Family Promise del condado Collin, una red de 13 iglesias que ayuda a familias sin hogar.
“Recuerdo esto de la escuela dominical”, dice Bruce. “Durante el primer tercio de tu vida, te sirves a ti mismo: educación, empleo, crecer. Durante el segundo tercio, sirves a tu familia: una carrera para criar a tus hijos. Durante el último tercio, necesitas servir a otros”.
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Cada vez más personas jubiladas sienten la necesidad de contribuir a la comunidad. “Pienso que ese espíritu impacta y conmueve nuestras vidas de manera universal a través de un recorrido con propósito desde la cuna hasta la tumba”, dijo Richard Leider, del Instituto Life Reimagined, de AARP. “Pienso que cada persona tiene un motivo espiritual de ser y que nuestro mundo está incompleto hasta que cada uno vislumbra y vive su propósito”.
Algunos dicen que Dios los llama para servir. Otros describen su motivación como algo espiritual pero no directamente religioso. Otros más dicen que ayudan solo porque los hace sentir bien. “La vida no está completa a menos que puedas ayudar a los demás e intentar marcar una diferencia en tu comunidad y en todo nuestro gran país”, dice Marcia. “Personalmente nos beneficiamos más que aquellos a quienes servimos”.
Los siguientes son los relatos de personas que se sintieron llamadas a dar de su tiempo, energía y experiencia de varias maneras, después que se jubilaron.
Cheryel Lemley-McRoy
Después de tener una carrera en el campo médico, esta mujer de 68 años, quien fue una hippy en California durante el “Verano del amor”, ahora es una oradora laica metodista en dos iglesias en la zona rural del este de Texas.
Es liturgista, escribe el boletín semanal, visita a las personas confinadas en sus hogares y los hogares geriátricos para dar la comunión, da sermones y estudia hebreo en línea. En los próximos tres a cinco años, espera convertirse en la primera pastora laica de la congregación. “Soy alguien que sabe escuchar”, dice. “Mi intención no es golpearte la cabeza con la Biblia”.
Lemley-McRoy dice que no persiguió una vocación religiosa después de jubilarse de su empleo médico en Dallas: “Me persiguió a mí”.
Recuerda de manera vívida “cuando fui salvada a los 8 años. De inmediato, me sentí llamada a predicar”.
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