Vida Sana
“Mis tres hermanos me ponen furiosa”, dijo Lynn, de 60 años, durante una sesión de psicoterapia. “Estoy cuidando a su madre y casi nunca llaman, ni a ella ni a mí. Están muy enfrascados en su propia vida. Pero ¿y nosotras?”.
Yo empaticé con Lynn. Durante más de treinta años de hablar con cuidadores, he visto más enojo por hermanos adultos negligentes que por cualquier otro problema relacionado con el cuidado familiar. También vi muchos cuidadores que trataron de rectificar el comportamiento injusto de familiares que supuestamente los amaban, y no tuvieron éxito. Lo que Lynn dijo a continuación no fue sorpresa para mí:
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“Cuando he tratado de sacar el tema con ellos”, continuó, “no he llegado a ningún lado. Un hermano promete ayudar, pero después no cumple su promesa. Dice que su esposa le exige mucho en el hogar. Otro se enoja conmigo por tratar de controlarlo. Y el tercero ya ni siquiera responde mis llamadas. No sé qué hacer”.
Muchos cuidadores, al igual que Lynn, finalmente deciden dejar de darse la cabeza contra lo que parece ser una pared de ladrillos y aceptan amargamente que sus hermanos no los ayudarán. Anuncian que nunca más volverán a hablar con ellos después del funeral de la madre o del padre. No es inusual que cumplan con esa amenaza, lo que lleva a la disolución permanente de la familia.
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