“Ella robó mi vida”
Armada con información personal robada, una ladrona de identidad se apoderó de la vida de una mujer. Te contamos cómo lo hizo… y qué puedes hacer para protegerte.
Se han modificado los nombres de la víctima y de los perpetradores.
In English | PARA ALICE LIPSKI, hacer un trabajo bajo los efectos de la metanfetamina era un sueño febril: el hormigueo en la piel, los nervios alterados, la mente que salta casi cinematográficamente de la idea a la acción. Y la acción, en fin, la acción era el problema, ¿no es así? La droga le daba la sensación de tener en su interior una bestia voraz que gritaba sin parar: “Vamos, vamos, vamos”. Incluso ahora, de pie en la caja de la tienda con bolsas llenas de mercadería por un valor cercano a los $2,000 apiladas a su alrededor (anteojos de sol, botas estupendas, pañuelos de seda), su cerebro embriagado de metanfetamina la incita a intensificar su audacia.
Y digámoslo de frente: Helen Anderson era un blanco irresistible. Para un ladrón de identidad en el 2013, se trataba de una mujer de otro tiempo y espacio: acceso a internet escaso o nulo, extractos bancarios en papel que se enviaban a un buzón sin llave, cuentas pagadas a través de un teclado telefónico. Convertirse en Helen Anderson fue facilísimo. Así que Alice —alta, rubia, hermosa— y una amiga entraron en Macy’s cerca del horario de cierre para hacer compras.
Durante una larga hora deambularon por la tienda de Seattle y pagaron con tarjeta por ropa y otra mercadería en tres cajas registradoras diferentes. Fue el último cajero quien le dijo a Alice que la cuenta de Anderson había excedido su límite. Así que Alice se indignó, llamó a la empresa de la tarjeta de crédito y hostigó al representante durante 20 minutos. El servicio de atención al cliente siempre cede. El representante elevó su límite de crédito a $3,000.
Y LUEGO, ALICE COMETIÓ UN ERROR. En su cartera se hallaban las herramientas de su oficio: una tableta, una pipa para inhalar metanfetaminas y 10 licencias de conducir del estado de Washington con nueve nombres diferentes, todas ellas adornadas con la atractiva cara de ojos azules de Alice Lipski.
Alice los había adquirido en el transcurso de varios meses, con la ayuda de un pequeño equipo de cómplices. Juntos, lograban una peligrosa combinación de cerebros, talento y —estimulados por las metanfetaminas— apetitos insaciables. Estaba Dino, el artista que labraba documentos de identidad tan convincentes que engañaban a los cajeros de los bancos; Brian, que podía calcular el algoritmo usado para determinar los números de la licencia de conducir de una persona; y por supuesto, la propia Alice, cerebro de esta pequeña y lucrativa operación. En el lapso de tres meses, ella y su pandilla se habían embolsado casi $1 millón.
De eso ya no quedaba casi nada. Así que Alice volvió para embestir las tarjetas de crédito de Helen por algo así como la millonésima vez. Este trabajo de Macy’s era sencillo. Y el botín era bien grande, también. Tan grande que, en medio del embrollo de levantar todas las bolsas y hacer su escape de la tienda, ya cerrada, Alice olvidó, sobre una silla, donde descansaba como una bomba de tiempo, su cartera y todos sus secretos.
De esos secretos se trata esta historia. Al fin y al cabo, hay una Alice Lipski en casi todas las ciudades y pueblos del país. En Estados Unidos, unas 16.6 millones de personas fueron víctimas de robo de identidad en el 2012, según el Departamento de Justicia de Estados Unidos, y las pérdidas derivadas de este delito ascendieron a $24,700 millones ($24.7 billion). Eso representa $10,000 millones ($10 billion) más que las pérdidas combinadas producidas por todos los demás delitos contra la propiedad. Y un estudio realizado en el 2014 por Javelin Strategy and Research determinó que la cantidad de víctimas de robo de identidad aumentó notablemente.
EXISTEN MUCHAS MANERAS DE ROBAR información personal, pero la mayoría entra en una de dos categorías. “Básicamente, se trata de tecnología poco avanzada contra tecnología de punta”, afirma Melinda Young, la fiscal de King County que supervisó el caso contra Alice Lipski. “Los ladrones tecnológicamente avanzados están más ligados al crimen organizado y llevan a cabo sofisticadas filtraciones de datos”. Estos son los ataques cibernéticos que aparecen en los titulares, como el que ocurrió en Target en noviembre del 2013, cuando los piratas cibernéticos se hicieron de 40 millones de números de tarjetas de crédito. No es mucho lo que puede hacer la gente para defenderse contra esto, sostiene Young, aparte de controlar permanentemente sus cuentas bancarias y de tarjetas de crédito. Los ladrones poco tecnológicos, por otro lado, utilizan técnicas análogas del mundo real. “Roban correspondencia, hurtan cosas de los autos y entran en las casas para obtener información”, explica. “Hay medidas que uno puede tomar para prevenir esto”.
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