En 'Creed', Rocky gana un asalto más
Un conmovedor relevo de la guardia para Sly Stallone.
In English | Marcada por la pulsante ambición de un competidor subestimado que venera a los campeones anteriores, Creed es la continuación de Rocky que nunca supimos que deseábamos ver.
En esta, la séptima película de la serie, el creador de Rocky, Sylvester Stallone, dejó a Ryan Coogler (Fruitvale Station), el célebre cineasta independiente, encargado como escritor y director del filme. Esta vez, el que llama a su puerta es un joven boxeador llamado Adonis Creed, el hijo del antiguo archienemigo y mejor amigo de Rocky, Apollo Creed. Él quiere ser boxeador como su padre, y quiere que Rocky —jubilado ya por muchos años y actualmente gerente de un restaurante que lleva el nombre de su amada esposa difunta, Adrian— lo entrene.
Las películas de Rocky siempre han tenido un fuerte elemento de fantasía. Coogler, por eso, se encuentra en territorio inesperado; su hiperrealista Fruitvale Station relata la desgarradora historia de la vida real de un joven que la policía mata a tiros en una plataforma del metro en Oakland, California. La talentosa estrella de ese filme, Michael B. Jordan, con su suave sonrisa e intensidad de acero, es el actor perfecto para interpretar a Adonis.
Es fácil decir que Sylvester Stallone es Rocky —en fin, la historia del paso de mendigo a millonario del “potro italiano” hace eco de la propia historia de la estrella, que surgió de la oscuridad para rodar una de las películas más memorables de los años 70—. Hasta se ha informado que aunque Coogler coescribió el guión de Creed, Stallone escribió el diálogo de Rocky él mismo. Pero Stallone es un actor poco apreciado, y a medida que Rocky ha envejecido, su interpretación por parte de la estrella se ha vuelto proporcionalmente más matizada. "El tiempo derrota a todos", le dice a Adonis. "Es invicto". Lo dice en una voz que es casi un suspiro, como si Rocky estuviera exhalando una verdad que reside muy dentro de su ser. En la escena en que recibe malas noticias de un médico, Stallone minimiza su importancia perfectamente, personificando al hombre duro que debe sopesar sus opciones a la vez que le asaltan recuerdos de los últimos años de su esposa. Stallone nunca ha interpretado a Rocky como un hombre inteligente —es todo corazón y valentía— y en momentos como ese logra demostrarle al público el funcionamiento interno de un hombre que más que abrir su alma preferiría un puñetazo.
¿Podría ser este el verdadero final de la saga de Rocky? Quién sabe. De ser así, Stallone y Coogler han elaborado una despedida sumamente grata. Una escena en particular ata los dos extremos: Rocky y Adonis suben la escalera del museo Philadelphia Museum of Art, la misma que Rocky subió tan simbólicamente en 1976. Esta vez, sin embargo, al boxeador mayor le falta el aire llegando a la cima. Se detiene para recobrar el aliento y el joven lo anima a seguir. Por fin se paran juntos en el último escalón, cada hombre mirando hacia la autopista Benjamin Franklin Parkway; uno ve su historia, el otro, su futuro.
Es divertido reflexionar sobre la evolución artística (sí, me dirijo a los escépticos, existe tal cosa) de las películas de Rocky. La original de 1976 no fue ninguna obra maestra cinemática; el filme es tan poco pulido como su héroe, cuya decidida búsqueda de la respetabilidad hace eco del de la desconocida estrella y escritor de la película. Luego se estrenaron varias continuaciones, cada vez más espectaculares y artificiosas, en las que Rocky lucha contra rivales que se parecen más a los malos de las películas de James Bond que a boxeadores profesionales.
Después de una larga interrupción, Stallone regresó en el 2006 en Rocky Balboa, una tierna meditación sobre la familia, el duelo y el remordimiento en la que la escena culminante de la pelea fue menos memorable que las convincentes escenas de suave melancolía de la estrella. Fue, en muchos sentidos, la mejor de todas las películas de Rocky.
Hasta ahora.
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