‘Star Wars: The Last Jedi’: Nace otra estrella
La tan esperada octava parte de la saga no decepciona.
DIRECTOR: Rian Johnson
GUION: Rian Johnson (basado en los personajes creados por George Lucas)
ELENCO: Mark Hamill, Carrie Fisher, Adam Driver, Oscar Isaac, Benicio del Toro, Daisy Ridley, Domhnall Gleeson, John Boyega, Kelly Marie Tran, Laura Dern, Andy Serkis y Lupita Nyong'o
DURACIÓN: 152 minutos
La saga de Star Wars que George Lucas creó abrevando de The Hero with a Thousand Faces de Joseph Campbell, en The Last Jedi se acerca más a The Masks of God: Oriental Mythology. Como el ying y el yang de la filosofía china, la película es un discurso sobre la dualidad y mantiene un delicado equilibrio entre fuerzas opuestas: momentos íntimos y batallas épicas, ternura y violencia, humor y solemnidad, sospecha y confianza, nostalgia del pasado y visión del futuro. El tono visual es operático, grandilocuente, pero el drama sideral que presenciamos ofrece también su equivalente en el detalle humano.
La primera secuencia nos ubica en la dinámica de la historia: una imponente nave se mueve rotunda y amenazante por el espacio. La toma es desde abajo, lo cual contribuye a que nuestro tamaño como audiencia quede reducido al de quienes lucharán contra esa representación del mal. Cuando entran al escenario unas navecillas, proporcionalmente tan pequeñas como nosotros ante la mole de acero, no hace falta decir más: el tablero visual ya nos ubicó de su lado; estamos con los buenos. Esa es la primera batalla que, más allá de lo espectacular, define la desproporción de fuerzas entre el bando del Primer Orden y la Resistencia. Será una lucha sin cuartel en la que las probabilidades de éxito nos remitan a la lucha entre David contra Goliat. El acorazado del mal está comandado por el General Hux (Gleeson), implacable en su determinación de destruir a toda costa a la Resistencia. Pero resulta que, precisamente por su pequeño tamaño, las naves pueden evadir los largos cañones de la nave agresora y se deslizan como mosquitos, por abajo.
Al frente de la flotilla de la Resistencia, se encuentra el audaz capitán Poe Dameron (un magnífico Oscar Isaac), quien ignora las órdenes de retirada que le da la general Leia Organa (Fisher). Ante la irremediable acumulación de bajas, Poe finalmente obedece. Sin que lo sepa, una rebelde ha decidido dar la vida por la causa y se inmola al estilo kamikaze lanzándose con su nave contra el acorazado, logrando ocasionarle algún daño. De regreso en la estación espacial, Leia le reclama a Poe que haya desobedecido sus órdenes y lo baja de rango. Poe es tempestuoso y seguro de sí mismo, pero su confianza no lo hace arrogante, sino desparpajado al estilo de Han Solo. A tono con el resto de la saga, el peso de las espectaculares batallas y la solemnidad y de los altos mandos, se disuelve con atinados toques de humor. El temible General Hux, por ejemplo, se convierte en un cachorrito obediente cuando su jefe Snorke, el Líder Supremo (Serkis), lo regaña delante de la tripulación.
Leia sabe que tienen que preparase para una nueva embestida del Primer Orden. Rey (Ridley) ha sido enviada a buscar al único que podría salvarlos. Después de una ausencia de 30 años, Mark Hamill regresa como Luke Skywalker. Rey lo encuentra recluido en una isla solitaria y trata de convencerlo de que la entrene como Jedi. Luke se niega absolutamente. Después de que su propio sobrino Kylo Ren (Driver), se pasó al Lado Oscuro, Luke está convencido de que la sabiduría Jedi puede igual seguir designios del mal. En eso la película está en sintonía con los grandes temas que son las constantes de la saga: la fuerza puede ser positiva o negativa depende de quien la use. Luke está expiando la culpa que siente desde que le falló a su hermana (Ren es el hijo de Leia y Han Solo). A pesar de que Luke le insiste en que lo deje en paz, Rey se queda en la isla. La muchacha le hace ver la situación de la Resistencia es realmente desesperada.
En medio de todo esto, la general Leia debe ceder el mando a otra mujer, la Vicealmirante Holdo (Dern). Poe está convencido de que Holdo es una ilusa que no se da cuenta del grave peligro en el que están, y a escondidas, aprueba el plan de dos subordinados. Finn (Boyega) y Rose (una adorable Kelly Marie Tran), deciden infiltrarse en el acorazado del Primer Orden para atacarlo desde adentro. Para ello requieren la ayuda del mercenario DJ (del Toro), al que encuentran en un casino (remitiéndonos a la icónica secuencia de Han Solo en un bar). DJ es un cínico encantador, cuyo actuar es tan ambiguo que nos tiene constantemente adivinando cuáles serán sus verdaderas intenciones.
Toda la película se balancea en esa dualidad convirtiéndose en una especie de juego de espejos donde no nada es real, y nadie es quien uno se imagina. Ese ying y yang de la filosofía china, se revela también en la lucha generacional. Luke, el antes joven e impetuoso aprendiz de Jedi, es ahora un anciano que se resiste al cambio. Rey, su contraparte, no es solo una jovencita, sino mujer. De igual manera, Poe es un novato apasionado que no confía en que Holdo tenga el arrojo que se necesita. Ella calma sus ímpetus con frases sabias como, “Si solo pudiéramos tener esperanza cuando la tenemos a la vista, como quien ve al sol, no pasaríamos de la noche”. El equilibrio incluye al reparto que es una mezcla afortunada de edades, razas, etnias y géneros. La presencia latina esta excelentemente representada con el puertorriqueño del Toro e Isaac (de origen guatemalteco). The Last Jedi nos lleva en un viaje vertiginoso que imita el movimiento pendular de la Fuerza que se transmite de generación en generación; atraerá por igual a nuevos adeptos, que a quienes los son desde la infancia.
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