‘Born Guilty’: Encontrando a ‘Susan’ desesperada
Rosanna Arquette es lo mejor de una cinta que trata, con poco éxito, de ser un experimento social.
DIRECTOR(ES): Max Heller
GUION: Max Heller
ELENCO: Rosanna Arquette (Judith), Jay Devore (Marty Weiss), David Coussins (Rawl Malone), Keesha Sharp (Leslie), Jay Klaitz (Rupert) y Anna Lore (Summer)
DURACIÓN: 100 minutos
De no ser porque Rosanna Arquette lleva el estelar en Born Guilty, la película pasaría inadvertida y no solo porque Arquette es la única estrella reconocida en el elenco, sino por lo que representa: la actriz (ahora de 59 años) es emblemática del cine de los años 80 y 90 que retrataba a una juventud libre y desparpajada. Fue entonces que el movimiento independiente comenzó a tomar fuerza tratando temas más arriesgados que los del cine convencional. Desperately Seeking Susan (Dir. Susan Seidelman, 1985), el filme por el que se dio a conocer, fue dirigido, escrito y producido por mujeres (además de ser el debut de Madonna). Por eso cuando vemos a Arquette en la primera secuencia nos remontamos a su glorioso pasado y evocamos toda una época. Es decir, la primera parte del guion lo escribimos nosotros. De ahí, el director y escritor Max Heller solo tuvo que “llenar los huecos” de una historia que se cuenta sola. Si la entendemos así, Born Guilty podría verse como la segunda parte de Desperately Seeking Susan, la cinta de culto de Seidelman. ¿Qué pasó con Roberta/Arquette, esa ama de casa con amnesia que se convierte en la mujer libre y alocada que anda por las calles de Nueva York, y a quien confunden con Susan/Madonna? Aunque supuestamente es una comedia, la respuesta a esa pregunta en Born Guilty no es nada positivo. Lo que en la juventud pasaba como una refrescante actitud contestataria y rebelde, en la edad madura se interpreta como la actitud quejumbrosa de alguien que siempre culpa al mundo de todos sus problemas y se niega a reconocer su propia responsabilidad.
Culpable por haber nacido; así se ha sentido siempre Marty Weiss. El joven creativo, que se está tratando de abrir paso en el competitivo mundo de la publicidad en Los Ángeles, tiene que lidiar además con su conflictiva madre, Judith. Como se revelará más tarde en la trama —en su mejor, quizás único, buen momento—, Judith, inconscientemente, vio siempre a Marty como el producto de un error de juventud, uno de muchos. Aunque vive en Nueva York, Judith se la pasa llamando a Marty porque se siente muy sola y “nadie la comprende”. Judith es trabajadora social, el oficio natural para quien siempre se dijo del lado de los desamparados. El amargo comentario de Heller (en boca de Judith), es que, en lugar de darle satisfacción, es que su labor es una más de los desengaños de su juventud. De forma casual (y supuestamente, cómica), Heller nos muestra a los clientes de Judith como seres nada “indefensos”. Según ella, la mayoría de ellos son flojos y tramposos. A un afroamericano lo acusa de que, como casi todos los hombres de su comunidad, no respeta a las mujeres, y vemos a una mujer latina haciendo pasar a hijos de los vecinos como si fueran propios para sacarle más dinero al gobierno. Judith, quien decía “amar a la humanidad”, se queja amargamente.
Si eso tiene que decir de la generación de su madre, ¿qué nos dice Heller de la suya, los llamados “Millennials”? El retrato no es mucho mejor. Aunque tiene un buen trabajo, Marty es caprichoso y poco profesional. Creando comerciales para niños, revela su propia inmadurez. Rupert, uno de sus mejores amigos, lleva meses sin salir a la calle porque se pasa el tiempo sentado frente a la computadora. Rupert es obeso y sufre de agorafobia. La trama se va de picada cuando Heller inserta en a un tercer amigo. Rawl, un australiano idealista y muy “new age” anda de vago por el mundo. Un día Rawl se le apersona a Marty en Los Ángeles sin un centavo. Marty le ofrece dinero para que lo ayude con su mamá. Le pide que vaya a Nueva York y corteje a Judith, pensando que así recuperará la alegría de vivir.
De ahí, surgen unas situaciones más inverosímiles que otras y, sobre todo, penosamente carentes de gracia. David Coussins, como Rawl, tiene cero carisma. El mismo Jay Devore, quien trata desesperadamente de representar a Marty como un encantador neurótico al estilo Woody Allen, dista mucho de lograrlo. Y de las mujeres, mejor ni hablamos. Marty tiene una novia que es una histérica celosa y el “romance” entre Judith y Rawl es un chiste mal contado.
Sería inútil tratar de enumerar las varias formas en las que este filme, independiente y de bajo presupuesto, falla como producto artístico, pero como experimento social, se puede rescatar la semilla de una idea que queda enterrada entre tantos errores. Y la idea es que Arquette representa a una generación que nunca encontró su respuesta y que por lo tanto esta tan perdida e incapacitada para guiar a la nueva como un invidente a otro. Entre líneas, eso es lo que parece decirnos Heller, quien declara que su inspiración para escribir el argumento fue la relación con su propia madre.
También te puede interesar: