‘We the Animals’: Torrente de recuerdos
La novela de Justin Torres llevada al cine es un collage de sensaciones.
DIRECTOR: Jeremiah Zagar
GUION: Daniel Kitrosser y Jeremiah Zagar (basado en la novela homónima de Justin Torres)
ELENCO: Evan Rosado (Jonah), Raúl Castillo (papá), Sheila Vand (mamá), Josiah Gabriel (Manny) e Isaiah Kristian (Joel)
DURACIÓN: 94 minutos
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El recuerdo más poderoso del protagonista de We the Animals tiene que ver con el agua; comparte con el líquido esa misma cualidad cambiante, impredecible. Su padre, como el río donde tiene lugar el incidente, se puede tornar inesperadamente de apacible a amenazante: es su naturaleza. En la mente del niño Jonah, ambos están unidos. Jonah, de siete años, recuerda un plácido momento en el campo, acostado en el pasto con sus padres. De repente, el papa lo invita a entrar al río subiéndolo en sus fuertes hombros. Como todo en el volátil hombre, su actitud pasa de protectora y reconfortante a brutal: en medio del río suelta a Jonah y lo deja hundirse. Son momentos de pánico que se resuelven de alguna manera, puesto que el pequeño sobrevive, pero el incidente tiene consecuencias. La madre, furiosa, le reclama al esposo lo que hizo: él responde dándole tremenda golpiza. Al día siguiente, el papá avergonzado, se va de la casa; se despide amorosamente de sus hijos y les pide que cuiden a su madre. Así quedan los tres hermanos expuestos a otra forma de brutalidad; la de una madre que puede ser amorosa, comprensiva o negligente. Como todo lo que sucede en este recuento azaroso de la infancia de Jonah, la actitud de sus padres es tan impredecible como el río. El filme parece empatar visualmente estos extremos con un lirismo que fluye con la exuberante naturaleza.
El escritor estadounidense Justin Torres creó una sensación con su primer libro We the Animals en el 2011. Más que un relato, la novela corta es un ejercicio estilístico que trata de imitar la cualidad caprichosa de la memoria y que sigue el ritmo caótico de la corriente del pensamiento. Llevarla al cine era un gran reto, pero el director Jeremiah Zagar logra una muy buena transposición de la forma libre y onírica de los recuerdos. Según Torres, las circunstancias de los personajes son las mismas que las suyas, pero no el carácter ni los detalles de la historia. Al igual que Torres, el protagonista es el menor de tres hermanos nacidos de padre puertorriqueño y madre blanca en Brooklyn. Al quedar ella embarazada a los 14 años, se tienen que casar en Texas (donde sí está permitido el matrimonio entre menores). Ya con tres hijos, la pareja se muda al norte del estado de Nueva York buscando nuevas oportunidades, pero las cosas no van tan bien: ella solo consigue trabajo nocturno en una fábrica y él como vigilante en otra. Es aquí donde comienza la historia.
La zona es predominantemente blanca, y aunque todos son de clase trabajadora, el tono de piel y costumbres de la familia los señalan como “diferentes”; una circunstancia más que contribuye al sentimiento de alienación de los niños. Las tribulaciones monetarias inciden negativamente en la conducta de los padres y se van acentuando a medida que se vuelven más difíciles. El padre puede ser alegre y despreocupado como buen latino, pero su masculinidad se ve constantemente amenazada por las humillaciones en el trabajo y se desquita con su familia. Jonah parece intuir lo que ocurre por lo que sus sentimientos hacia su padre están mezclados de rencor y ternura. A diferencia de sus dos hermanos mayores, Manny y Joel, de aproximadamente 9 y 11 años, Jonah traduce (y sublima) los terribles acontecimientos de su historia, escribiendo y dibujando secretamente. El niño posee una sensibilidad particular que tiene que ver también con una sexualidad diferente que ni él mismo entiende.
El título de la novela, en primera persona del plural, apunta a la narración coral de estos niños que estaban tan expuestos a la naturaleza como cualquier animal que tiene que sobrevivir. El estilo narrativo y visual apunta a esa libertad, más que al horror de no tener supervisión adulta. Supuestamente, la relación entre los hermanos es tan estrecha que supera todas las difíciles circunstancias en las que viven, pero nunca nos acercamos tanto a ellos para relacionarnos a un nivel emocional. La película (como el libro) parece un collage de recuerdos y sensaciones que van y vienen, que fluyen como el agua en forma caprichosa y no en orden cronológico como la literatura y el cine convencional nos han acostumbrado. No es hasta que pasan los años y se cuenta con la habilidad de explicar en palabras y construir una narrativa propia, que se puede asimilar en toda su extensión las vivencias infantiles.
Al igual que en otras películas de reciente estreno como The Florida Project (Dir. Sean Baker, 2017) o Cómprame un revólver (Dir. Julio Hernández Cordón, 2018), el punto principal de We the Animals es mostrar la realidad, por cruda que sea, a través de la mirada de los niños para quienes no hay todavía un concepto de lo que es “normal” y por ello experimentan cada circunstancia con el mismo asombro con el que el mundo se les va revelando tan terrible y maravilloso como puede ser.