Risas al por mayor en 'Dumb and Dumber To'
Jim Carrey regresa con uno de sus personajes más famosos.
DIRECTOR: Bobby Farrelly y Peter Farrelly
GUIÓN: Sean Anders, Mike Cerrone, Bobby Farrelly, Peter Farrelly, John Morris y Bennett Yellin
ELENCO: Jim Carrey (Lloyd Christmas), Jeff Daniels (Harry Dunne), Kathleen Turner (Fraida Felcher), Laurie Holden (Adele), Rachel Melvin (Penny), Rob Riggle (Travis / Capitan Lippincott) y Brady Bluhm (Billy)
DURACIÓN: 110 minutos
El año 1994 fue clave para Jim Carrey. El talento del cómico canadiense alcanzó su mejor expresión en las tres películas que realizó ese año. En su conjunto, Ace Ventura: Pet Detective (Dir. Tom Shadyac), The Mask (Dir. Chuck Russell) y Dumb and Dumber (Dir. Peter Farrelly, 1994), definen su aportación única y la originalidad de su estilo. En especial en la última, Carrey logró la versión más acabada del personaje que se volvería su sello, el nacido para perder. Lloyd Christmas (uno de los “dumbs” de Dumb and Dumber), es el desperfecto de una implacable cultura del éxito; el producto neto de una sociedad despiadada, obsesionada con el triunfo que desecha todo lo que no se pueda enaltecer como tal en los medios. Aunque a simple vista se podía descalificar como una comedia boba, Dumb and Dumber tenía un trasfondo humano que, cuando detectado, la hacía única; lo suficiente como para que Pauline Kael, la mejor crítica de cine que ha tenido Estados Unidos, regresara de su retiro y le dedicara unas palabras de elogio. Dumb and Dumber era una película inteligente sobre dos tipos estúpidos.
Veinte años después, el equipo que realizó la original, se reúne para tratar de replicar la magia en Dumb and Dumber To. La película arranca con el escenario más plausible para un personaje como Loyd: el manicomio. Su mejor (y único) amigo, Harry, también ha desperdiciado las últimas dos décadas con sus propias locuras, pero en el exterior y visitándolo todos los días. De entrada, se establece el papel central que tendrán las excreciones corporales en la historia y vemos a Harry vaciando la bolsa de orina que tiene Loyd conectada a una sonda. El argumento desciende rápidamente al negar su propia lógica y presentar el estado catatónico de Loyd como si fuera sólo una broma pesada que le jugó a su Harry; una broma que le llevó veinte años de su vida.
Una vez establecido que Loyd solo fingía su locura, la historia pasa a otro escenario aún más descabellado. Harry asegura que necesita un trasplante de riñón y en la búsqueda de donadores compatibles, regresa a visitar a sus padres, a quienes no había visto desde la juventud. Además de descubrir que es adoptado (a pesar de que ambos progenitores son asiáticos), Harry recupera la postal que una antigua novia le había mandado en que le informaba de su embarazo.
La posibilidad de que su hija sea la donadora lleva a los amigos a embarcarse en un viaje hasta El Paso, Texas donde vive la guapa muchacha — que resulta ser tan estúpida como su padre. En el camino les suceden todo tipo de contratiempos que se deben especialmente a su extrema idiotez. Hay algunos gags visuales que son extraordinarios y, de vez en cuando, surge algún atisbo del genio de Carrey. La extraordinaria gama de emociones que logra expresar con su plasticidad facial cuando Harry le dice algo hiriente, es una joya. Pero fuera de uno que otro momento que lleva a la carcajada, Dumb and Dumber To, es solo una broma pesada cuya principal apuesta es al humor escatológico. Esta secuela depende demasiado de la nostalgia por los rasgos más salientes de la original e ignora su esencia ya que detrás del humor de “pastelazo” había algo entrañable en los personajes que se habían quedado —literalmente, en una escena — a la orilla de la carretera, rebasados en la autopista del éxito.
Ese personaje tan típicamente estadounidense del nacido para perder no salía adelante al desafiar a la autoridad con ingenio y picardía como el “peladito” de Cantinflas, por ejemplo, sino gracias a su propia estupidez. La única fuerza del perdedor creado por Carrey era la de ignorar sus limitaciones. Su fortaleza radicaba en no estar consciente de su condición de perdedor y sentirse—sin serlo—guapo, simpático e inteligente.
Se podría decir que Dumb and Dumber To falla por la misma razón de lo que denunciara la primera, la implacable cultura del éxito. En este caso, el de Carrey, quien después de 1994, perdió el rumbo. Las exigencias de la fama y las grandes expectativas de los estudios que invirtieron enormes sumas en él, limitaron su rango creativo y le negaron la posibilidad del menor desvío a la fórmula ya probada y, con ello, su falta de miedo para tomar riesgos. Lástima que en su caso, no se pueda decir que, como en el tango, “veinte años no es nada”.