Vida Sana
Hace seis años, la artista Carmen Herrera comentó en una entrevista que ella siempre había estado en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Ya ese no es el caso. A sus 101 años, cumplidos en mayo, Herrera está en su mejor momento y en el mejor lugar: rodeada de admiradores de su vida y de su obra —destilada, pura y geométrica— que por primera vez cuelga en una exhibición retrospectiva, “Carmen Herrera: líneas de visión”, en el Whitney Museum of American Art, a solo unas cuadras del apartamento en Nueva York donde vive desde hace medio siglo.
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Aunque no participó en una exhibición importante en Estados Unidos hasta el año 1965, cuando tenía 50 años, y no tuvo una exhibición personal hasta casi dos décadas después, hoy Herrera es considerada como una de los artistas más simbólicos del movimiento abstracto de la posguerra. El Whitney y el Museum of Modern Art (MoMA) han adquirido dos de sus obras más emblemáticas.
“La carrera de Herrera nos recuerda lo que significa vivir como un artista”, escribió Adam D. Weinberg en la introducción del libro que acompaña la exhibición en el Whitney. “No puede ser solo la búsqueda del reconocimiento. Ser artista es comprometerse con el proceso de descubrimiento, de hacer y de inventar”.
Nunca más cierto que en el caso de Herrera, que no comenzó a vender su obra a coleccionistas importantes hasta el 2004 cuando su amigo y vecino, el también artista y coleccionista Tony Bechara, sugirió su nombre para una exhibición en una galería importante de Nueva York.
“¿Quién sabe por qué no la conocían? Por ser mujer, por ser cubana, por muchas razones”, dice Bechara, que es puertorriqueño y presidente emérito de El Museo del Barrio en esa ciudad. Sin embargo, señala que “son mujeres y no solo eso, sino que mujeres latinas las que la empiezan a tomar en serio, porque ya en el 2004 había mujeres coleccionistas que podían comprar su obra”.
Una de ellas fue Estrellita Brodsky, curadora y experta en historia del arte de Latinoamérica, que se enamoró de la obra de Herrera y compró cinco de sus cuadros.
“Son simples líneas de color que crean una sensación de espacio y movimiento,” dice Brodsky, radicada en Nueva York, de madre uruguaya y padre venezolano. “En su obra siempre está revisando un problema más matemático que emocional”.
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