El orgullo de los ‘marielitos’
Hace 35 años, huyeron unas 125,000 personas en barco de Cuba con rumbo a EE.UU.
In English | En la casa de tres dormitorios de María Elena Rodríguez en el condado sureño de Miami-Dade, un diminuto aro de baloncesto cuelga del pomo de la puerta de la sala, cajas de peluches llenan un ropero y dinosaurios plásticos se encuentran esparcidos por el césped. Son el desorden feliz de una abuela cuya familia ha prosperado en los 35 años desde que llegaron de Cuba sin un céntimo, durante el caótico éxodo en barco desde el puerto de Mariel.
Rodríguez tenía cinco meses de embarazo y un hijo de 3 años cuando ella y su esposo, con la madre y abuela de él, abordaron un barco rumbo a Florida. En el caos de su súbita huida, Rodríguez dejó sus zapatos y la única maleta que había empacado con unos cuantos juguetes para su hijo.
Tras la llegada de la familia, ella y su esposo, Guillermo, compitieron contra decenas de miles de otros refugiados de Mariel por los escasos empleos que existían en una ciudad abrumada, para encontrar suficiente trabajo para mantener a su creciente familia.
“La navidad esa de 1980 fue la más dura”, recuerda ella. “Yo estaba cómoda en Cuba, mi esposo era marino mercantil, no nos faltaba nada. Esa Navidad, mi hijo solamente tuvo un juguete”.
Vuelven a escribir su historia
En 1980, más de 125,000 cubanos llegaron al sur de Florida en el espacio de unos meses. Decenas de miles, como los Rodríguez, fijaron su residencia en Miami, donde sufrieron discriminación porque Fidel Castro, el dictador cubano, había declarado que vaciaría sus prisiones y hospitales de salud mental para llenar los barcos en camino hacia Estados Unidos. El término "marielito" se convirtió en un insulto, aunque más tarde estudios determinarían que solo unos cuantos miles de los que llegaron como parte del éxodo habían estado encarcelados en Cuba, y muchos de estos habían sido prisioneros políticos.
Treinta y cinco años después, los marielitos han recuperado ese término —y vuelto a escribir la narración—. Iniciaron empresas, obtuvieron títulos universitarios y de posgrado, se hicieron abogados, profesores, médicos y jueces. Tras años de trabajar en dos y tres empleos, Rodríguez y su esposo abrieron una pequeña tienda de ropa, que sigue manteniendo a la familia, y compraron su propio hogar.
Muchos marielitos tienen historias de casi no haber podido huir de la isla.
El suegro de María Cabrera fletó un barco desde el sur de Florida para buscarla a ella y a su esposo, pero las autoridades cubanas lo obligaron a llenar el barco con desconocidos y regresar sin su familia.
"Esperamos una semana y media más", recuerda Cabrera, que en la actualidad es especialista en apoyo curricular, con títulos universitarios y de posgrado que obtuvo en Miami. "Se perdieron nuestros papeles. Pensamos que no nos dejarían ir".
Su esposo había perdido su empleo con el gobierno porque su jefe había visto al suegro de Cabrera vestido con ropa de Estados Unidos. A Cabrera, que tenía 16 años y estaba estudiando para ser maestra, le preocupaba pensar que la obligarían a enseñar propaganda comunista. Por fin les permitieron abordar otro barco.
"Me acuerdo que al bajarme del barco nos dieron refrescos y manzanas", recuerda Cabrera, que ahora tiene 51 años de edad. "La brisa era diferente. Por fin podía respirar".
Una manzana y una Coca-Cola
Entre los marielitos, la manzana y la Coca-Cola se convirtieron en símbolo de la libertad. Ivonne Cuesta, jueza del condado de Miami-Dade, mantiene una manzana de cristal y una lata de Coca-Cola en una vitrina en su despacho.
Cuesta, que en ese entonces tenía 7 años, nunca había visto a ninguna de las dos antes de llegar a Florida.
"Me preguntó, 'Mami, ¿qué cosa [es] eso?' ", dice Emma Breijo, madre de Cuesta. "Le dije, 'Ay mamita, ya estamos libres' ”.
Los recuerdos que tiene Cuesta del viaje son las impresiones episódicas de una niña en el segundo grado. El barco que abordó con su mamá en Cuba estaba sobrecargado y en peligro de hundirse en los estrechos de Florida. Los pasajeros fueron rescatados por un barco guardacostas. Todavía recuerda haber dejado caer su muñeca al trepar las escaleras hacia un helicóptero guardacostas que esperaba para llevarlos a Cayo Hueso.
En Miami, para evitar las burlas en el patio de recreo del colegio, Cuesta no les confesó a sus amistades el hecho de que era marielita.
"Era la época de Scarface", dice Cuesta, refiriéndose a la película de 1983 acerca de un inmigrante cubano que se convierte en uno de los jefes de la mafia. "Ser llamada marielita era, sin duda, algo muy negativo. Implicaba algo vergonzoso. No fue hasta que maduré que me di cuenta que era una medalla de honor".
Mientras Cuesta asistía a la escuela, Breijo, que ahora tiene 71 años, limpió habitaciones en hoteles, trabajó como conductora y estudió para ser peluquera.
"Llegó a los 35 años de edad para ganarse la vida limpiando lavabos, una madre soltera con una niñita", dice Cuesta de su madre. "Lo último que te imaginas, 30 años después, es que vas a estar presente en la ceremonia de la toga [judicial] de tu hija y que las personas la van a llamar 'Su señoría'”.
Cuando le preguntan sobre el día en que su hija se hizo jueza, a Breijo se le llenan los ojos de lágrimas. Lo compara con las emociones que sintió el día que nació su hija.
"Mira lo que ha podido lograr aquí".