Vida Sana
No había gritado tan fuerte y por tanto tiempo desde que mis hijos eran pequeños y me desobedecían. Nunca le había gritado de esa manera a mi madre. Sin embargo, una noche hace poco, cuando estaba muy cansado y descubrí que ella había malgastado dinero que no podía permitirse gastar, perdí los estribos y lancé una perorata a pleno pulmón. Ella cerró los ojos y no reaccionó. Esto me enfureció y me hizo gritar todavía más. Demoré minutos, en vez de segundos, hasta poder calmarme.
Después me sentí muy mal, culpable y enojado por haber estallado contra un ser querido que tiene demencia leve. También me asustó la pérdida repentina de autocontrol. Cuando le pedí disculpas a mi madre la mañana siguiente y me perdonó, me sentí levemente aliviado pero todavía inquieto. Como a muchos de mis pacientes que cuidan a otras personas y me confiesan en las sesiones de psicoterapia que han gritado a sus padres o seres queridos de la familia, yo también comencé a preocuparme por cometer exabruptos.
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¿Por qué los cuidadores familiares gritan a veces, especialmente cuando saben que eso solamente empeora una mala situación? Porque, como señaló Carol Levine, una defensora de los cuidadores, “siempre estamos de turno” para satisfacer las necesidades de las personas a nuestro cargo, y esta tensión constante debilita nuestra paciencia. Porque el comportamiento de nuestro ser querido, a decir verdad, puede ser muy fastidioso y nuestras frustraciones se acumulan hasta el punto de ebullición. Porque nos enojamos y sentimos abrumados por las exigencias de la prestación de cuidados y luego equivocadamente arremetemos contra los seres queridos a quienes tenemos el compromiso de cuidar.
Luego nos arrepentimos mucho, por gran parte del resto de la vida de nuestro ser querido y mucho después. En un artículo del 2011 en el Philadelphia Inquirer, la periodista y cuidadora de su cónyuge Stacey Burling escribió sobre lo común que es que a los encargados de cuidados les den ataques de ira y cómo estas experiencias complican su duelo una vez que fallecen las personas a su cargo. “Terminamos sintiéndonos mal por comportarnos como seres humanos normales, con defectos, asustados y agotados”, dijo.
¿Qué podemos hacer para no perder los estribos de esa manera? Y, si tenemos tendencia a que suceda, ¿cómo evitamos que se repita? A continuación presentamos algunas ideas.
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