Vida Sana
Brillante, difícil, imposible, genial. En un momento u otro, cada una de esas palabras ha sido utilizada para describir la novela Rayuela de Julio Cortázar, publicada en 1963. Ahora, 50 años después, y convertida en un clásico de la literatura latinoamericana, Alfaguara ha publicado una edición especial.
Para los no iniciados, Rayuela fue la novela latinoamericana que rompió todos los esquemas. Es difícil resumir de qué se trata, pero digamos que hay un hombre y una mujer, amantes, en París, y que la mujer tiene un hijo muy enfermo. Digamos que hay un grupo de amigos que se reúnen a hablar y descifrar el mundo, y digamos que llueve con frecuencia y que hay mucho jazz.
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Pero resumir esta novela es casi imposible. Lo principal es que su estructura fue y sigue siendo novedosa. El libro se puede leer de forma linear, de la primera página hasta última, o se puede leer saltando de un capítulo a otro. El propio Cortázar sugirió dos opciones: leer solo la primera mitad del libro, o “leer empezando por el capítulo 73 y siguiendo luego en el orden que se indica al pie de cada capítulo”.
Si leerla puede ser difícil, parece que escribirla fue más. En la mejor parte de esta fabulosa edición, Cortázar describe el proceso de escribir Rayuela, cuyo título alude al juego de niños en que se dibuja una serie de cuadrados numerados en el suelo y hay que saltarlos en orden.
En una carta fechada el 17 de diciembre de 1958, Cortázar dice: “Terminé una larga novela que se llama Los premios, y que espero leerán ustedes un día. Quiero escribir otra, más ambiciosa, que será, me temo, bastante ilegible; quiero decir que no será lo que suele entenderse por novela, sino una especie de resumen de muchos deseos, de muchas nociones, de muchas esperanzas y, también, por qué no, de muchos fracasos. Pero todavía no veo con suficiente precisión el punto de ataque, el momento de arranque; siempre es lo más difícil, por lo menos para mí”.
El embrujo de Rayuela
La escritora cubana, Zoé Valdés, lo conoció cuando ella tenía 20 años y escribía poesía. Él, consagrado y a un año de morir, le regaló un poema, luego de que los dos quedaran solos al final de una fiesta en La Habana.
Cuando Valdés, la escritora de La nada cotidiana y otros muchos libros, se mudó a París en enero de 1984, lo llamó para verlo, pero ya estaba muy enfermo.
“Mi primer acto social en París fue ir a su entierro en Montparnasse”, me escribió Valdés en una conversación por correo electrónico. “Fue muy emocionante, de una inmensa melancolía, hacía mucho frío, y ahí estaban todos sus amigos”.
Valdés aún vive en París, ha publicado más de 20 libros y recibido múltiples premios. Todavía habla de Rayuela como fuente de inspiración.
“Rayuela fue un descubrimiento que todavía me acompaña y me inspira”, dice. “Es una novela laberíntica, construida como en un puzzle o rompecabezas cuyos fragmentos serían como esquirlas de espejos”.
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