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De jovencita me dije que si a los 25 años no había sido madre, no tendría hijos. Quería ser mamá joven, pero la vida tenía otros planes para mí. No conocí al que fue mi esposo hasta los 35, tuve a mi primera hija a punto de cumplir 38, y la segunda a punto de cumplir 41. Aunque los médicos me trataron como “madre añosa” ambos embarazos resultaron bien y los partos fueron rápidos. De hecho, mi segunda hija nació en menos de una hora después de ingresar en la clínica.
En cambio, yo soy hija de padres jóvenes. Me tuvieron rondando los 20 años y, eso sí, admiten que no sabían en qué se metían. Pero allá por 1963, lo normal era tener hijos a esa edad. Ahora nadie se sorprende de que las mujeres tengan su primer hijo incluso pasados los 40 años.
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Pensar en que sea mejor o peor tenerlos antes o después es algo muy personal, y en realidad nunca hay un momento óptimo en la vida para ser madre. Según mi experiencia existen los pros y los contras de tener hijos a una cierta edad. Aquí te cito cinco ventajas y cinco desventajas de ser mamá mayor.
Las ventajas de ser mamá mayor:
1. Estoy mejor preparada. A pesar de que no hay mejor preparación para ser madre que tener hijos, mi deseo de tenerlos era tan grande que me cuidé física, mental y emocionalmente durante años solo para esto. De haberlos tenido más joven, me hubiera pillado en una época en la que ni mi cuerpo ni mi mente estaban en un estado idóneo para ser mamá. Claro está que esto no es igual para todo el mundo.
2. No añoro mi vida sin hijos. Cuando tienes hijos a una cierta edad, has pasado toda tu vida sin ellos y sabes bien lo que es la libertad. A los 38 años, había hecho tantas cosas que convertirme en madre fue casi una liberación. Ser responsable de otro ser humano cambió completamente mi perspectiva y me hizo más responsable.
3. Tengo mucha más paciencia. De joven era mucho más impaciente e intolerante. No sé si ser madre hubiera cambiado esa actitud. Lo que sí sé es que hoy tengo mucha más paciencia con mis hijos adolescentes (ahora tengo también un hijastro) de lo que mi padre tenía conmigo cuando él era más joven.
4. Soy un mejor ejemplo para mis hijas. La mujer que era a mis 20 y 30 años no hubiera sido el mejor ejemplo para mis niñas. Tenía un grave trastorno alimentario y sufría de depresión. Sin embargo, a mis 40 y 50 ya había resuelto muchos de mis problemas emocionales de la juventud. Ahora mis hijas ven a una mamá madura y fuerte que puede sobreponerse a cualquier cosa.
5. Los hijos me mantienen joven. Pasé la década de mis 40 cuidando de mis hijas pequeñas. Esto requiere un nivel de preparación física, mental y emocional considerable. En esa época no sentí que estaba demasiado cansada ni demasiado mayor. Y hoy, tener hijos adolescentes me permite conocer el mundo de los jóvenes más íntimamente.
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