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Dicen que si no te duele algo a partir de cierta edad es porque estás muerto. Yo siempre decía que gran parte de los dolores o achaques de la edad se pueden prevenir mediante un régimen de ejercicio físico y una dieta equilibrada.
En el umbral de los 54 años, me cuido todo lo posible y hasta ahora me ha ido bien. Pero no soy invencible. A pesar de que practico yoga a diario, duermo bien, y sigo una dieta saludable, ya siento los primeros achaques propios de la edad.
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A los 45 años comencé a necesitar lentes para ver de cerca, debido a la vista cansada o presbicia. Confieso que cuando el oftalmólogo me dijo que había perdido dioptrías, después de tener la vista perfectamente bien, me sentí derrotada. Según pasaron los años —y hasta ahora que uso lentes progresivos (para ver de cerca, a media distancia y de lejos) o lentillas multifocales— fui adaptándome a la pérdida de visión. En ese entonces, pensar en los anteojos como un accesorio de belleza me ayudó a lidiar con la sensación de que “me hacía mayor”.
Inevitablemente estaba perdiendo algunas facultades. Durante uno de mis chequeos, el oftalmólogo me anunció que estaba desarrollando una catarata en un ojo. Recuerdo pensar, “No, esto no puede ocurrirme a mí”. Pero luego, tras conversar con mi padre, quien está operado de cataratas —y a sus setenta y tantos tiene mejor visión que yo— me di cuenta de que para cada achaque suele haber un paliativo.
Cuando empecé a pasar por el climaterio, a los 51, me sorprendieron los primeros síntomas de la peri-menopausia, transpiración en las noches, fatiga, ansiedad, falta de concentración e insomnio, entre otros. En mi caso, la solución a esos “achaques” fue la terapia de reemplazo hormonal. El hablar abiertamente de la menopausia, tanto con mujeres de mi edad como con mi médico, me ayudó psicológicamente. La sensación de perder el control sobre mi cuerpo dio lugar a la aceptación de los cambios que atravesaba y de que era una etapa más de la vida.
No hace mucho desperté con dolor en las articulaciones de los dedos de la mano izquierda. Pensé que era debido a una mala postura al dormir o al frío. El dolor desapareció, pero al cabo de unos días volvió con más intensidad, lo cual es desagradable para alguien que, como yo, se gana la vida escribiendo. Podría ser artritis o el resultado de una mala postura al escribir en la computadora. El médico me diagnosticará pronto.
Darnos cuenta de que algunos achaques son inevitables nos puede hacer sentir cierta impotencia y temor ante lo desconocido. Por eso comparto contigo algunas estrategias para lidiar emocionalmente con las primeras dolencias de la edad.
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