Vida Sana
Hace tres años, después de toda una vida de hacer deporte, me embarqué en la práctica diaria de yoga. Esto enriqueció mi vida de maneras inesperadas, mejorando mi capacidad de concentración, mi paciencia y la calidad de mi sueño. También eliminó una lesión de cadera que contraje a los 48 años, cuando entrenaba para una media maratón. Sin embargo, hace unos meses empecé a sentir que necesitaba algo más, y busqué información sobre cómo certificarme como instructora de yoga.
Para mi sorpresa, encontré un curso diseñado precisamente para personas de 50 o más que, además, quieran dar clases a otras de su generación o mayores. Esto lo encontré en Heartwood Retreat Center en Bradenton, Florida, a 40 minutos de mi casa en auto. Me invitaron a probar una clase gratuita y a hablar con la directora, Ginny Shaddock. Ese mismo día me apunté a la capacitación, junto con otras 10 mujeres de 49 a 70 años. Una de las instructoras del centro, Pauline Dimitry, tiene 81 años, ¡y la misma habilidad física sobre la esterilla de yoga que yo a los 55!
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Dimitry empezó la práctica de yoga a los 33 años y a los 75 obtuvo su más reciente certificación como maestra. Además, ha sobrevivido al cáncer nada menos que cuatro veces, y dice que no se considera anciana. “Si dejara de practicar yoga, perdería mi agilidad, equilibrio, y mi buena postura. Además, me deprimiría porque el yoga no es simplemente una serie de posturas, sino una forma de vida,” dice Dimitry.
Cada una de las alumnas está en este curso por motivos diferentes. Algunas quieren hacer algo solo para ellas. Otras quieren sacarle más partido a la vida o descubrir su propósito de aquí en adelante. La mayoría busca compartir con otras mujeres de nuestra misma edad. En mi caso, no solamente deseo profundizar en mi propia práctica de yoga, sino también ayudar a personas con dificultades físicas. El reto: impartir clases a personas que creen que el yoga es algo inaccesible.
Pero en Shaddock, además de una maestra, encontré inspiración.
Como instructora de yoga de 60 años, Shaddock comenzó a notar que se le hacían más difíciles algunos movimientos en las clases tradicionales. Un día, después de una práctica particularmente difícil, Shaddock, que padece de artritis, comenzó a preguntarse si había otros como ella. Gente de su edad con “la paciencia, la sabiduría y el corazón para enseñar yoga”, pero que, debido al desafío físico, no asiste a un entrenamiento de este tipo.
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