El 22 de noviembre de 1963 realmente me afectó. Un mes después del asesinato —revelé esto por primera vez en mi libro del 2022, My Travels with Mrs. Kennedy—, traté de ahogarme en el océano en Palm Beach, Florida. Estaba hasta el cuello, completamente vestido, cuando un policía me llevó de regreso a la orilla.
Me quedé con la Sra. Kennedy por otro año y regresé a la Casa Blanca; ascendí de rango en el servicio bajo los presidentes Johnson, Nixon y Ford. Pero enfrenté dificultades. Una pregunta siempre me atormentó: ¿pude haber hecho algo para salvar al presidente Kennedy?
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Sufrí de una variedad de enfermedades, y en 1975, no pasé un examen físico en el Bethesda Naval Hospital. El Servicio Secreto me retiró ese verano. Solo tenía 43 años en ese momento.
Tenía algunas propiedades en Dakota del Norte y viajé allá para trabajar la tierra, pero cuando regresé a Virginia, simplemente no podía funcionar. Me deprimí mucho. Empecé a beber wiski y fumaba muchísimo. Una mañana, cuando tenía 50 años, me desperté e iba a agarrar un cigarrillo y pensé: ¿Por qué estás haciendo esto? Dejé de fumar por completo y pronto decidí dejar de beber también.
En el 2009, un exagente del Servicio Secreto que estaba escribiendo un libro quería que conociera a la periodista que lo ayudaba. Cuando Lisa McCubbin y yo nos conocimos, era la primera vez desde que hablé con la Comisión Warren que había hablado sobre los acontecimientos de ese día fatídico. Lo había reprimido todo en mi interior. Cuanto más me abría, mejor y más ligero me sentía. Lisa y yo terminamos escribiendo cuatro libros juntos. Llegamos a conocernos muy bien, y ella y yo nos casamos a finales del 2021.
Mis amigos siguen diciendo lo mismo: “Clint, eres un hombre diferente de quien eras en los años 70 y 80”. Eso se debe a que creía en ese entonces que uno debía alejar sus problemas a la fuerza. Nadie hablaba sobre el trastorno por estrés postraumático. No había asesoramiento para hombres como yo. Ahora, cuando hablo con grupos o conozco a personas que luchan con el trauma, les digo que encuentren a alguien con quien puedan hablar. Podría ser un amigo, su cónyuge, un sacerdote, un rabino, un ministro, un maestro de escuela, un terapeuta. No importa la edad que tengas, hablar de ello te ayudará.
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