El poder curativo de la tristeza
Para quienes cuidan de un ser querido, ser 'absolutamente honesto' puede ser terapéutico.
In English | Después del paro cardíaco de su esposa, un señor de 70 años de edad evitaba cuidadosamente decir algo negativo. Temía perturbarla y de esa manera causarle otro infarto.
Y su esposa tampoco expresaba sus preocupaciones —su frustración, su tristeza— por temor a angustiarlo.
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Gracias a esta complicidad mutuamente protectora, ambos acentuaron lo positivo con tanta avidez que su relación se volvió superficial y forzada. Como tantos otros cuidadores y los que reciben cuidado, la pareja se suscribió a la idea del "poder de los pensamientos positivos". Y se perdieron el poder curativo de la tristeza.
Es comprensible: la mejor manera de ayudarse mutuamente a mantener el ánimo durante esta crisis médica, pensaban, era alentarse el uno al otro. Para lograrlo, la pareja daba voz casi exclusivamente a pensamientos y sentimientos positivos. Dar rienda suelta a las emociones negativas, en su opinión, solo dañaría su salud, sus psiques y posiblemente su relación. Pero esa no tiene por qué ser la única manera, y es muy probable que no sea la mejor.
Conversar acerca de lo que perdieron como consecuencia de una enfermedad crónica o un problema médico, que a menudo se menosprecia por ser “negativo”, puede en realidad unir a las parejas y a las familias.
Al igual que otras personas tratando de luchar contra la adversidad, la pareja reseñada anteriormente participa en lo que los psicólogos llaman una conspiración de silencio. Los miedos y otras emociones que son perfectamente normales y que brotan durante una situación que le cambia la vida a las personas —como por ejemplo el temor de la esposa de sufrir un segundo infarto y la frustración del esposo ante su lenta recuperación— a menudo son desestimados y silenciados.
El optimismo cuenta; sus efectos son mucho más saludables que sumirse en la tristeza. Pero cuando los familiares comienzan a autocensurarse cuando hablan entre sí, aunque sea con las mejores intenciones, dejan de compartir toda la gama de alegrías y tristezas que tiene la vida. El resultado suele ser el distanciamiento y el aislamiento no intencionales.
Para resaltarlo, suelo preguntar a las parejas, "¿Discutían o se quejaban entre sí antes de que ocurriera este problema médico?"
"Por supuesto", es la respuesta.
Entonces pregunto, "¿Ha provocado esta crisis el que sean menos abiertos el uno con el otro? ¿Tienen menos confianza entre sí de la que tenían antes?".
Por lo general, se encogen de hombros por toda respuesta.
Una mejor forma de reforzar la unión familiar y la fortaleza en estas situaciones es encontrar el equilibrio —o tratar de encontrarlo— entre lo positivo y lo negativo: mantener la esperanza y el buen humor, sí, pero a la vez sentir la libertad de hablar de las dudas, desencantos y ansiedades que tengan.
¿Cómo pueden las familias que prestan cuidado darle un uso positivo a lo que es (aparentemente) negativo? Aquí hay tres maneras:
1. Hablen sobre las preocupaciones
A lo largo de todos los años en los que un ser querido necesita cuidado, todos los familiares se preocupan en mayor o menor nivel. Es una respuesta natural a la incertidumbre; además se ha demostrado que es una manera de prepararse para los retos futuros. Cuando algunos familiares titubean sobre dar voz a sus sentimientos, sin embargo, a menudo comienzan a internalizar su angustia. ¡Si tan solo se atrevieran a hablar de sus preocupaciones! Hacerlo permite a todos los familiares evaluar (y posiblemente corregir) las ansiedades poco realistas que puedan tener, lo que puede tranquilizarlos. En pocas palabras, compartir las preocupaciones puede activar los sistemas familiares de consuelo y apoyo mutuos.
2. Digan que están molestos
Las irritaciones y los azares del día a día —encontrar platos sucios en el fregadero, por ejemplo, o no ver las sutilezas que indican que él o ella necesita atención— no cesan cuando ocurre una enfermedad. Al contrario, se multiplican. Los cuidadores no quieren agravar el sufrimiento de la persona afectada, obviamente, así que prefieren callarse sus quejas. Pero esto roba a la familia las interacciones de reciprocidad: la idea de que los seres queridos tienen expectativas (y están compometidos a cuidar) unos de otros. Los cuidadores que se rehúsan a decir lo que les molesta podrían eventualmente sentir un profundo resentimiento, señal segura de que el serio agotamiento del prestador de cuidados es inminente.
¿La alternativa más saludable? Con calma y de manera constructiva, los cuidadores deberían expresar su enfado con las personas que reciben atención. Solo porque alguien está enfermo no significa que deja de ser miembro de la familia con todos sus deberes y derechos. Esta es una mejor manera de expresar las emociones y resolver quejas, porque en gran parte restaura la reciprocidad de la vida familiar antes de que ocurriera la enfermedad. Los cuidadores que se expresan, no se resienten.
3. No repriman la tristeza
Si existe un sentimiento negativo que los familiares que prestan cuidados y las personas que reciben atención parecen evitar, es la tristeza. A algunas personas les preocupa que sea el primer paso hacia la depresión. Otras la suprimen porque temen que los demás la vean como una señal de derrota o resignación.
Pero como sabe todo el que haya asistido a una emotiva misa funeral, expresar tristeza puede hacer que los familiares se sientan más unidos. Discutir sus pérdidas —tanto las reales como las que anticipan— puede forjar una profunda conexión entre los cuidadores y los que reciben cuidado, haciéndolos sentir que enfrentarán juntos lo que venga. El poder hablar con toda honestidad con el ser querido es el verdadero aspecto positivo de esta nube gris.