Noticia para hombres que puede salvar vidas
Los hombres de mediana edad enfrentan una cardiopatía creciente y grave. Te enseñamos cómo ganarle a la fibrilación auricular.
In English l Todo comenzó con un zumbido intenso en su oído derecho. Después, vértigo, como una horrible ola que quería hacerlo rodar de un lado a otro de la habitación. David Redford se había agachado para acomodar algunos zapatos de sus hijos, pero, en apenas segundos, lo único en lo que podía pensar era: “Dirígete al sofá”.
Estaba mucho más lejos de lo que él pensaba, así que empezó a gatear, y las cosas empeoraron. “Extendí mi brazo izquierdo”, cuenta, “y no me respondió. Simplemente… nada”.
Así que gateó sobre su brazo derecho, golpeándose contra la pared, incluso cuando intentaba usarlo para apoyarse. Acababa de llegar al sofá cuando comenzó a sentir náuseas. “Mi esposa llegó a casa justo cuando mi hija me estaba alcanzando un balde”, recuerda.
Después de un llamado al 911, un traslado en ambulancia y una ráfaga de exámenes en la sala de emergencias, Redford recibió la noticia: “Encontraron una mancha en la parte posterior de mi cerebro”, explica. “Había tenido un derrame cerebral”.
Había sido uno suave, afortunadamente, y no afectó la funcionalidad de sus músculos faciales ni el habla —“solo el brazo izquierdo, temporalmente”—, pero este derrame cerebral parecía, pues, un poco fuera de lugar. Cualquiera puede sufrir un derrame cerebral o un ataque cardíaco en cualquier momento, por supuesto, pero con 59 años, Redford no era un firme candidato. Biólogo marino de profesión, se mantiene delgado, saludable y activo. Y los niveles de su colesterol y presión sanguínea siempre habían sido excelentes.
Sus médicos sospecharon otra causa e implantaron un pequeño monitor cardíaco en su pecho para obtener algunos datos fehacientes. No tomó mucho tiempo confirmar lo que los médicos sospechaban.
El derrame cerebral de Redford probablemente había sido causado por una fibrilación auricular.
La fibrilación auricular —FA (“A-fib”, en inglés)— es una alteración eléctrica del ritmo de bombeo de las cámaras superiores del corazón, las aurículas. En vez de bombear firme y rítmicamente en consonancia con los ventrículos (las cámaras bajas del corazón), las aurículas laten al azar a un ritmo más rápido y el flujo sanguíneo se debilita.
Ni siquiera los científicos entienden bien la FA. Nadie sabe qué la provoca. Es virtualmente imposible predecir quién la sufrirá. Los buenos hábitos pueden no prevenirla. El ejercicio físico, tan importante para llevar un estilo de vida prudente, puede dispararla y, en algunos casos, empeorarla. Y todos somos potenciales blancos de ella: unos 2.7 millones de estadounidenses la padecen, la mayoría de ellos mayores de 50 años. Los hombres la padecen a una edad significativamente menor que las mujeres.
Pese a todo el misterio que rodea la FA, ese último dato estadístico en particular dejó pensando a los médicos. Según los Centers for Disease Control and Prevention (CDC, Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades), la edad promedio de los hombres que padecen FA es 66.8 años; la de las mujeres, 74.6. (Curiosamente, los afroestadounidenses son un 50% menos proclives a padecer esta enfermedad que otros grupos étnicos).
Si bien los especialistas sospechan de todo, desde el tamaño y fortaleza de las aurículas hasta la fibrosis (endurecimiento o formación de tejido fibroso debido a la edad) en el tejido cardíaco como potenciales causas de la FA, ello no explica la diferencia en edad observada entre hombres y mujeres.
Lo que sí saben los médicos es que existen dos tipos de FA: la paroxística, que es una arritmia que viene y se va; y la crónica, que es una arritmia que no se va. Y también está la FA solitaria, que tiende a atacar a pacientes más jóvenes en forma inesperada y sin motivo aparente. “Esta es la más aterradora”, sostiene el Dr. Michael Argenziano, jefe de cirugía cardíaca del adulto y director del programa de arritmias quirúrgicas del New York–Presbyterian Hospital/Centro Médico de Columbia University.
Más allá del tipo, hay motivo para preocuparse: la existencia de una FA quintuplica el riesgo de sufrir un derrame cerebral.
¿Por qué? Como bien sabe David Redford, la sangre que normalmente sería bombeada de tus aurículas puede acumularse allí y formar coágulos que podrían desplazarse y llegar al cerebro. “Alrededor del 15% de los derrames cerebrales son provocados por una FA”, señala el Dr. Marc Gillinov, director de cirugía del Centro de Fibrilación Auricular de la Cleveland Clinic. “Y, a menudo, los derrames cerebrales ocasionados por FA son más fuertes y devastadores que los provocados por otros problemas”. La FA crónica, aun cuando nunca hayas sufrido un derrame cerebral, también puede debilitar tu músculo cardíaco y convertirte en candidato a desarrollar una insuficiencia cardíaca.
Entonces, ¿cómo sabes si estás en riesgo? Los síntomas incluyen un “aleteo” (latido cardíaco anormal) en el pecho o palpitaciones del corazón, falta de aire, fatiga o debilidad, dolor de pecho o confusión. La presencia de cualquiera de estos síntomas debería ser suficiente para que vayas a un médico, quien, normalmente, podrá diagnosticar la FA con un electrocardiograma (ECG) común y corriente, o colocándote un monitor cardíaco portátil, si el ECG no resultara concluyente.
Si padeces una FA, tendrás que estar atento a los disparadores, como el exceso de cafeína, de alcohol y de estrés, que pueden desencadenar una arritmia. “Una vida activa y alocada te hará secretar hormonas del estrés”, explica Argenziano. “Estas pueden estimular el corazón y actuar sobre las señales eléctricas que disparan la FA”. Otras cosas que pueden estresar o estimular el corazón: el clima frío, comer mucho (lo que aumenta los niveles de insulina, la presión sanguínea y el ritmo cardíaco) y los ejercicios o esfuerzos intensos.
Scott Mangum tiene perfectamente claro esto último. Él suele pedalear duro —es lo que hacen los corredores de bicicleta—, y ese día, hace ocho años, también estaba pedaleando. “Estaba subiendo una colina, —recuerda— y entonces… note algo raro: mi pulso era anormal, como rápido e irregular”.
Scott no le dio mucha importancia en aquel momento, porque en cuanto llegó a la cima de la colina y su ritmo cardíaco bajó, la sensación desapareció. Pero a partir de ese momento, cada vez que repetía el ejercicio volvía a sentir lo mismo: “Pasado un tiempo prudencial, no obstante, mi pulso no llegaba a normalizarse. Fue entonces que decidí ver a un médico”.
Lo que Mangum, que hoy tiene 56 años, no sabía entonces —y luego aprendería— es que posiblemente haya estado propiciando, por años, el desarrollo de una FA. Podría existir un vínculo —la investigación es abundante, aunque contradictoria— entre la actividad física intensa y prolongada y la FA. “Los estudios científicos muestran que los varones de mediana edad son más propensos a desarrollarla”, sostiene el Dr. Jordan D. Metzl, autor de The Exercise Cure y médico especialista en medicina del deporte en el Hospital de Cirugía Especial de Nueva York. Un estudio del año 2013 publicado en European Journal of Preventive Cardiology mostró que se quintuplicó el riesgo de FA en atletas de alto rendimiento, particularmente en los varones. Por su parte, otro estudio del mismo año publicado en la revista Circulation: Arrhythmia and Electrophysiology no halló “asociación estadísticamente significativa” entre el ejercicio normal y la FA.
En resumen, si experimentas síntomas mientras te ejercitas, ve al médico. Pero ¿deberías abandonar la ejercitación intensa si eres un hombre de mediana edad?
Metzl —47 años de edad y veterano de 30 maratones y 11 triatlones “Ironman”— es franco: “Tal vez sea candidato a desarrollar una FA. Entreno intensamente y por muchas horas. Pero no hay manera de predecir la FA. ¿Debería restringir mi entrenamiento por una amenaza potencial? No lo creo. El ejercicio fortalece el corazón. Lo que sé como médico es que un corazón más fuerte generalmente significa mejores resultados si, efectivamente, sucede algo malo”.
Si te diagnostican FA, no entres en pánico, pues existen varias opciones de tratamiento, todas efectivas.
- Medicamentos: Por lo general, a los pacientes de FA se les recetan dos medicamentos. El primero es un fármaco que ayuda a enlentecer el corazón y atenuar los síntomas, aun cuando la arritmia siga presente. El otro es un anticoagulante para prevenir los coágulos y derrames cerebrales. “El fármaco que enlentece el corazón tiene efectos secundarios como fatiga, pérdida de energía e impotencia en los hombres”, dice Argenziano. “Los anticoagulantes pueden provocar hemorragias y exigen análisis de sangre rigurosos para mantenerlos en el rango adecuado”. Si funcionan (como sucede en el caso de Redford), los efectos secundarios pueden ser preferibles a los síntomas.
- Ablación con catéter: Este procedimiento se asemeja a un angiograma en que el médico coloca un alambre —llamado catéter electrodo— en el corazón a través de una arteria de la ingle. Bien practicada, la ablación destruye el tejido anormal que podría estar causando las señales eléctricas irregulares atacándolo con un impulso eléctrico. Funcionó para Scott Mangum; no ha tenido FA por varios años.
- Cirugía: La cirugía es un último recurso, pero si llegas a esa instancia, se trata de un procedimiento relativamente poco riesgoso, según los expertos. Puede hacerse a corazón abierto o mediante técnicas robóticas, menos invasivas, dependiendo del paciente. El procedimiento “Maze” produce una serie de cicatrices —o “represas”— en el tejido cardíaco que bloquean las señales eléctricas defectuosas.
¿La conclusión? Si sientes un aleteo anormal en tu pecho, ve al médico. Los tratamientos son efectivos, pero solo si te sometes a ellos.
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