La pandemia de coronavirus le trae recuerdos a una sobreviviente de polio
Las cuarentenas, los hospitales saturados y la esperanza de una vacuna son algunas de las similitudes entre ambas crisis.
In English | La dificultad para respirar, los hospitales llenos, el distanciamiento social y un mundo apresurado por crear una vacuna… a Shirley Griffin, sobreviviente de poliomielitis, todo esto le recuerda a la década de los 50.
“En mi opinión, la COVID-19 es comparable a la poliomielitis porque realmente no sabemos nada sobre esta [enfermedad]”, dice Griffin, de 78 años. “Fue un momento muy aterrador porque no podías entrar a una piscina ni estar cerca de nadie”.
Griffin tenía 9 años cuando recibió el diagnóstico al mismo tiempo que su hermano (que tenía 11 años) en 1951, cuatro años antes de que existiera la primera vacuna contra la poliomielitis. Como no había lugar en los hospitales locales que estaban cerca de su zona en Lufkin, Texas, los hermanos tuvieron que recuperarse en casa. Usaban fricciones de alcohol y hielo para tratar la fiebre, que según Griffin llegaba a 105 grados.
“Los dolores comenzaron en las piernas”, recuerda. “El dolor era insoportable. Y cuando ves a tu madre frotarte las piernas durante horas con lágrimas que le caen por las mejillas, es un poco difícil de afrontar”.
¿Qué es la poliomielitis?
La poliomielitis, o polio, para abreviar, es una enfermedad viral que puede ser mortal. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), la mayoría de las personas que se infectan con el virus poliomielítico (alrededor del 70%) no presentan ningún signo. Alrededor del 25% tienen síntomas similares a los de la gripe. Sin embargo, una pequeña parte de los se contagian presentan complicaciones más graves, como parestesia (sensación de alfileres y agujas en las piernas), meningitis (una infección de la membrana que recubre el cerebro y la médula espinal), debilidad en las extremidades o parálisis.
El virus de la poliomielitis es sumamente contagioso. Se transmite principalmente por medio del contacto con las heces de una persona infectada, y con menos frecuencia por medio de las pequeñas gotas respiratorias que provienen de un estornudo o de la tos.
Según los CDC, cuando Griffin contrajo la infección a principios de la década de 1950, los brotes causaban la parálisis de más de 15,000 personas por año en Estados Unidos. En los pacientes que no tenían parálisis, el tratamiento incluía reposo absoluto en cama, aislamiento y observación rigurosa. Los pacientes que tenían mucha debilidad o que no podían moverse por su cuenta necesitaban que otras personas les movieran las extremidades para evitar que se deformaran. Los que no podían respirar debido a la parálisis se valían de cámaras o “pulmones de acero”. Estos grandes cilindros envolvían todo el cuerpo del paciente (excepto la cabeza) y forzaban la respiración por medio de la alteración de la presión del aire en el interior de la cámara.
Las cuarentenas y el lavado de manos eran algo común
Griffin aún recuerda con claridad que no se permitía el contacto con los demás. Cuando se enfermó, el pastor de la familia venía a la puerta de entrada y rezaba una plegaria todos los días. Luego, cuando era el momento del examen físico, el médico observaba a los hermanos desde la entrada y usaba el equipo de protección de la época.
“Era como ahora, que debes mantenerte lejos de los demás”, señala. “Como nos enfermamos en junio, tuvimos que estar en cuarentena tres meses durante todo el verano. No podía venir nadie a casa”.
Griffin sigue agradecida de que la enfermedad que padecieron ella y su hermano no fuera tan grave como para afectar el movimiento motriz ni dificultar la respiración como para necesitar un pulmón de acero. Es más, recuerda a los niños de su pueblo que no sobrevivieron a la enfermedad.
También recuerda las recomendaciones públicas de adopción de una buena higiene con el fin de frenar la propagación del virus.
“Igual que ahora”, dice Griffin, “teníamos que lavarnos las manos con mucha frecuencia”.
La vacuna que revolucionó el mundo
La creación de la vacuna contra la poliomielitis en 1955 dio lugar a la flexibilización de las restricciones de las actividades sociales, aunque Griffin señala que las personas todavía estaban “muy ansiosas”. La vacuna también llegó cuatro años tarde y no pudo prevenir su enfermedad, cuyos efectos continuaron durante su infancia.
“Antes [de la creación de la vacuna] podíamos ir a la escuela, pero sabiendo cómo eran mis padres, cuando llegaba a casa de la escuela tenía que acostarme”, indica. “Creo que mi madre me obligó a acostarme hasta que me gradué de la secundaria y fui a la universidad. Porque me sentía cansada”.
La vacuna original contra la poliomielitis era inyectable. La vacuna oral se comenzó a administrar en 1963. Todavía se usan ambos tipos. Después de que se comenzó a administrar la vacuna, la cantidad de casos de polio cayó drásticamente. Según los CDC, en Estados Unidos no se han producido casos de poliomielitis desde 1979, aunque la enfermedad sigue siendo una amenaza en otros países.
Recibe contenido similar, suscríbete a nuestro Boletín
Un largo camino hacia la recuperación
Para Griffin, la recuperación de la polio fue muy lenta. Recuerda que como tenían dificultad para comer, ella y su hermano adelgazaron mucho. “Estábamos muy pálidos y sentíamos debilidad en las piernas. Teníamos que ejercitarlas todos los días porque ahí es donde estaba el dolor. Se podría decir que realmente nos llevó varios años volver a ser adolescentes normales”.
Su madre estuvo a su lado durante todo el proceso de recuperación. “Mamá nos frotaba las piernas sin cesar”, recuerda Griffin. “Frotaba un rato mis piernas, y luego otro rato las de mi hermano. Y recuerdo que esto continuó durante varios años. La despertaba durante la noche, le decía que me dolían las piernas y ella las frotaba. Y mi hermano hacía lo mismo".
Lecciones del pasado
Desde que la pandemia de COVID-19 comenzó con fuerza a mediados de marzo, Griffin y su esposo han permanecido en su casa. Todos los visitantes usan mascarilla.
“No hemos ido a restaurantes ni nada de eso, porque al haber tenido polio, me da temor”, explica.
Durante casi 25 años, Griffin ha sido socia del Rotary Club de Longview, Texas, y ha ayudado a recaudar fondos para la erradicación de la poliomielitis (en inglés). En el 2012, ella y otros socios viajaron a India para ayudar a administrar la vacuna contra la polio en forma de gotas a los niños.
“Después de haber viajado a India y ver personas tullidas que se arrastran por la calle porque sus padres no pudieron darles la vacuna contra la poliomielitis”, dice, “me parece que una de las cosas más importantes que puedes hacer es vacunar a tus hijos”.