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Desplazados por el mar

A medida que más personas mayores se mudan a zonas costeras, los mares crecientes están arrasando con sus hogares, y con sus sueños de jubilación.

Restos del muelle de pesca de Fort Myers Beach en Florida, destruido por el huracán Ian en septiembre de 2022.

Por Craig Welch

Fotografías de Jesse Rieser

Publicado el 28 de mayo de 2024 / Actualizado el 2 de octubre de 2024.
Parte I:

Una pesadilla de jubilación

Martha Shaw estaba lista. En septiembre del 2022, cuando los meteorólogos advirtieron de una tormenta que se cernía sobre la costa del golfo de Florida, ella cogió una manta y su bastón, llenó una maleta de ropa y metió en su SUV plateado una jaula para su caniche, Andre. Shaw, que acababa de cumplir 84 años, ya había pasado por esto antes. El huracán Charley del 2004 había dañado el techo y el revestimiento de su casa móvil en Fort Myers. Pero dentro, todo había permanecido seco.

Esta vez, Shaw planeaba conducir hacia el interior hasta un área de descanso de la interestatal 75, dormir en su auto y regresar a la mañana siguiente. Pero a medida que las advertencias sobre el huracán Ian se hacían más graves, se dio cuenta de que su plan no era seguro. Bajo una lluvia torrencial, se dirigió a un refugio de emergencia lleno de catres y observó por la ventana la furia del monstruo de categoría 4.

La marejada ciclónica que provocó Ian empujó agua tierra adentro desde el Golfo de México, inundando zonas costeras, incluido Fort Myers. Joe Guerra/TMX/Getty Images UGC

Los vientos de Ian se aproximaron a las 150 millas por hora, provocando una enorme marejada de 14 pies. El agua rugía tierra adentro. Las inundaciones desbordaron casas, arrugaron puentes y empujaron barcas por las carreteras. Más de 60 personas se ahogaron en la tormenta, algunas en sus autos, otras en sus áticos. Al ver cómo se desarrollaba una pequeña parte de este desastre, Shaw sintió que flotaba fuera de su cuerpo. "Estaba entumecida, en el limbo", me dijo más tarde, con la voz entrecortada. "No sabía cómo sentirme".

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Un residente de Sunshine Mobile Village en Fort Myers capturó esta imagen de las inundaciones que ocasionó Ian. Courtesy Barbara Verity

Cuando por fin se despejó el cielo y un amigo llevó a Shaw de vuelta a la parcela que poseía en Sunshine Mobile Village, Shaw no podía creer lo que veía. A media milla tierra adentro de Fort Myers Beach, Ian había empujado agua fétida casi hasta el techo. El lugar era inhabitable.

Conocí a Shaw, de 85 años, en septiembre, exactamente un año después del golpe de Ian. Me cayó bien de inmediato. Es alta y divertida, con una sonrisa abierta, una gran carcajada y la tranquila confianza de alguien que se ha pasado su carrera gobernando aulas de escuela primaria. Cuando le pregunté por la tormenta, sollozó brevemente, así que le pedí disculpas. "Oh, no me has disgustado", dijo ella, amablemente. "Quiero decir, así es como me golpea: como una pequeña ola".

Older lady in a blue blouse

Martha Shaw, maestra jubilada, posa en el lugar de su antigua residencia.

Historias como la de Shaw siempre han formado parte de la vida en las zonas costeras. Pero hoy en día esas historias son cada vez más frecuentes, sobre todo entre las personas mayores de 50 años. Las inundaciones de todo tipo están aumentando en gran parte del litoral del país. Según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), debido a la subida del nivel del mar vinculada al cambio climático, las inundaciones por mareas altas se producen ahora entre tres y nueve veces más a menudo que hace 50 años. Al mismo tiempo, los huracanes son cada vez más fuertes, traen más lluvia y crean marejadas que se adentran más que nunca tierra adentro. Esto significa más propiedades dañadas, más vidas destrozadas y perdidas.

Y cada vez más, las personas en peligro son mayores. Entre 1970 y el 2022, el número de personas mayores de 65 años que viven en condados de las costas este, oeste, del golfo y de los Grandes Lagos aumentó un 159%. Durante el mismo período, el porcentaje de personas jóvenes que vivían en esas zonas descendió.

El agua no discrimina por edad, por supuesto. En las devastadoras inundaciones que asolaron el sur de California en febrero —provocadas por un "río atmosférico" de lluvia sin precedentes—, personas de todas las edades se quedaron sin electricidad y sin casa. Nueve perdieron la vida. Pero el impacto de las inundaciones específicamente en las personas mayores es "a menudo infravalorado", afirma Anamaria Bukvic, profesora adjunta de Virginia Tech que estudia ese impacto. Incluso las inundaciones menores pueden ser desastrosas para esta población, impidiendo el acceso a alimentos, medicinas o atención de emergencia; cortando el suministro eléctrico, la calefacción o el aire acondicionado; o agotando los limitados ahorros. Las personas con problemas de movilidad o cognitivos pueden vivir en viviendas no diseñadas para grandes inundaciones. Algunas personas no pueden —o no quieren— evacuar. Si lo hacen, el traslado puede desencadenar ansiedad y soledad.

"A menudo, todo su mundo está en su casa: es toda su vida", dice Erin McLeod, que dirige Senior Friendship Centers en el suroeste de Florida. "Y se preguntan: Si se van, ¿podrán volver? ¿Seguirá existiendo ese hogar?".

Fort Myers Beach aún se está recuperando de la tormenta de 2022.

Como periodista especializada en información climática, he seguido los cambios de nuestro planeta durante gran parte de mi vida adulta. Durante décadas, he visto cómo los científicos afinaban su capacidad para relacionar las emisiones procedentes de la combustión de carbón, petróleo y gas natural con los cambios que vemos a nuestro alrededor, incluidas las inundaciones. No todo el mundo está de acuerdo, pero las pruebas son cada vez más sólidas. El año pasado fue el más cálido de la Tierra desde que la NOAA comenzó a registrar datos en 1850, y los últimos 10 años han sido los 10 más cálidos de los que se tiene constancia.

Florida tiene uno de los porcentajes más altos del país de ciudadanos mayores de 65 años y 1.8 millones de propiedades que enfrentan riesgos sustanciales de inundaciones.

He sido testigo directo del daño que ha causado este cambio. En el 2017, pocas semanas después de que el huracán Harvey descargara hasta 40 pulgadas de lluvia sobre Houston, varios de los principales expertos del país me dijeron que el exceso de calor había aumentado las lluvias torrenciales de Harvey. Desde entonces, los científicos de NOAA han publicado investigaciones que ponen de relieve otro factor: gracias al calentamiento atmosférico, los ciclones tropicales, incluido Harvey, se mueven más despacio desde la década de 1950, lo que les permite permanecer más tiempo y asestar golpes más duros. La investigación también demostró que hasta la mitad de las 106,000 propiedades dañadas por las inundaciones de Harvey se habrían salvado si el clima no hubiera estado cambiando.

Boat in the woods

Más de 18 meses después del huracán Ian, todavía se pueden encontrar restos como este barco averiado.

Así que, con el deseo de entender las cargas que afectan a las personas mayores en las costas, me dirigí a dos de las regiones más afectadas de esta nación: Nueva Jersey y la costa del golfo de Florida.

En cinco condados de Nueva Jersey, al menos la mitad de las personas mayores de 65 años viven en zonas inundables. En Cape May, un huracán de categoría 2 podría ser suficiente para inundar la mitad de las viviendas de los residentes de más edad.

Florida por su parte, tiene uno de los porcentajes más altos del país de ciudadanos mayores de 65 años, y 1.8 millones de propiedades se enfrentan a riesgos "sustanciales" de inundación. El 99% de las viviendas de Naples, por ejemplo, tienen una probabilidad de 1 entre 4 de sufrir una inundación durante el período de vigencia de una hipoteca tradicional.

Woman in flowered shirt & man in sleeveless T-shirt in front of mobile home

Los vecinos de Shaw, Barbara y Dave Verity, están en el proceso de reconstruir su casa desde cero.

Ese peligro no hace más que crecer. Todos los organismos científicos importantes, desde NOAA hasta el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas, han llegado a la conclusión de que los riesgos de inundación seguirán aumentando. Por ejemplo, a medida que se derriten los casquetes polares de Groenlandia y la Antártida y los océanos absorben calor y se expanden, el nivel global del mar ha subido al menos 8 pulgadas desde la década de 1880. Aproximadamente la mitad de ese aumento se ha producido desde principios de la década de 1990. Y ese ritmo se está acelerando.

Puede que unas pocas pulgadas de subida del nivel del mar no parezcan gran cosa, pero esas pocas pulgadas de más pueden hacer que los ríos se desborden, que los diques cedan o que el agua entre en un negocio o en una casa. Basta con mirar a Charleston, Carolina del Sur. A lo largo del siglo XX, Charleston sufrió como mucho 35 inundaciones al año. Pero las aguas costeras han subido allí más que el promedio mundial, y en el 2019 la ciudad sufrió 89 inundaciones. "Cuando me mudé aquí hace 20 años, nadie hablaba del cambio climático ni de la subida del nivel del mar", afirma Susan Lyons, residente de 80 años.

Pero en el 2015, las lluvias monstruosas y una marea "real" extra alta dejaron que 3 pies de agua se acumularan en el semisótano debajo de la casa de Lyons, que está a dos cuadras del río Ashley y ocho del puerto de Charleston. Gastó miles de dólares arreglando conductos. Las inundaciones volvieron en el 2016 y el 2017, cuando Lyons ayudó a fundar un grupo local de base para presionar a los funcionarios de la ciudad para que se tomaran en serio las inundaciones. Mientras su grupo presiona para que se mejoren los desagües y se hagan otros preparativos contra las inundaciones, dice: "Solo soy una persona mayor que espera ansiosa la próxima tormenta".

 Interior of a gutted space

El dormitorio de los Verity todavía estaba en proceso de construcción en marzo de este año.

Martha Shaw inspeccionó los daños causados por el huracán Ian. Su casa parecía una casa de muñecas saqueada por un niño enfadado. Un piano espineta de roble fue virado boca arriba. Las aguas de la inundación habían arrancado el colchón de su cama, volcado libreros y aplastado su joyero. Su pesada mesa de comedor había flotado hasta la sala de estar. Un rayón de lodo que marcaba la altura a la cual había llegado el agua manchó una imagen de la Virgen colgada en una pared.

Sunshine Mobile Village en marzo de 2024; han limpiado los restos de muchas de las casas arrasadas, pero aún no han sido reconstruidas.

Shaw estaba destrozada. Sentía que lo había hecho todo bien. Como maestra en San Bernardino, California, había sido cuidadosa con su dinero, así que cuando se jubiló en el 2002 pudo mudarse a Florida y pagar su casa en efectivo. Era soltera, vivía sola, pero sabía dónde estaba todo: sus rompecabezas, sus adornos navideños, sus figuritas de Hummel. Todas las mañanas, ella y Andre se reunían con dos vecinos y sus perros, Otis y Rocco, cerca de un banco junto a un árbol. Había sido una vida estupenda, pero parecía haber terminado.

Los días que siguieron fueron tan borrosos que Shaw sintió como si le estuvieran sucediendo a otra persona. Un sobrino y unos voluntarios se acercaron y salvaron lo que pudieron, incluidas figuritas y algunas prendas de ropa, que ella salvó frotándolas con vinagre y detergente para platos. Pero la mayoría de los pantalones y blusas de Shaw parecían y olían como si hubieran estado almacenados durante semanas en una zanja. Los tiró, junto con sus muebles. Los saqueadores se llevaron su generador, la plata de su madre y una pistola grabada que su padre, policía de carreteras, había recibido como premio por valor.

Overhead view of flooded mobile home park
 A trashed living room

Sunshine Mobile Village poco después de la tormenta; en la pared se puede apreciar la marca de hasta donde llegó el agua en la sala de estar de Shaw, tocó los cuadros colgados en las paredes.

En pocas semanas quedó claro que la casa de Shaw no podía salvarse. Ni siquiera pudo entrar en la casa; la alfombra era demasiado resbaladiza para sus piernas inestables. Debajo de la alfombra, las tablas del suelo eran débiles y estaban encharcadas; los vecinos temían que se derrumbaran. El moho se había apoderado del espacio y olía tan vil y tóxico que Shaw llevaba dos mascarillas de COVID-19, incluso en la puerta.

No tardó en cundir el pánico. Shaw tenía pagado el seguro de su vivienda, pero no cubría las inundaciones. Como nunca antes había entrado agua en su casa, ni siquiera durante huracanes anteriores, había dejado caducar la póliza contra inundaciones. No es raro, sobre todo porque el costo de los seguros contra inundaciones ha ido subiendo. La Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA), a través de la cual la mayoría de las personas compran seguros contra inundaciones, está en deuda con el Tesoro de EE.UU. por el pago de reclamaciones. Así que, presionada por el Congreso, la agencia ha subido las tarifas para reflejar mejor los costos de las reclamaciones por daños causados por inundaciones. Esto ha llevado a cientos de miles de propietarios a abandonar la cobertura, según un análisis del 2022 de E&E News, de Politico. De hecho, menos de un tercio de los 1.8 millones de hogares de los condados por los que pasó Ian tenían seguro contra inundaciones.

Shaw tenía derecho a cierta ayuda de FEMA, pero no la suficiente para reconstruir su casa. Como miles de personas en el suroeste de Florida, estaba estancada. Los equipos de voluntarios la trasladaron a un enorme refugio nuevo dentro de una antigua tienda de Sears, pero tuvo que alojar a Andre con las demás mascotas en el extremo más alejado del edificio. Shaw solo podía visitarlo cuando un ayudante encontraba una silla de ruedas y el tiempo para empujarla hasta allí.

Se enteró de que las normas para proteger a los propietarios durante futuras inundaciones obligaban a estar elevado a cualquier edificio nuevo en Sunshine Mobile Village. Dado su bastón, eso significaba añadir un costoso ascensor. Incluso con el seguro de hogar —que pagó los daños causados por el viento pero no por los daños causados por el agua— y subvenciones, necesitaría una hipoteca y, durante la construcción, un lugar donde vivir, por el que tendría que pagar un alquiler. Poco a poco, Shaw se dio cuenta de que, si reconstruía, tendría que desembolsar cientos de miles de dólares por una vida que semanas antes no le había costado casi nada. Se sentía abrumada. A finales de otoño del 2022, los trabajadores del refugio intentaron llevarla a una residencia de vida asistida, pero ella no quería vivir en grupo. Shaw se planteó vivir en su auto. Aunque su casa había desaparecido, esta zona seguía siendo su hogar. ¿Adónde más se supone que fuese?

Shaw podía sentir cómo se cerraba y se rendía. Todo el día en el refugio, se sentaba y hacía rompecabezas. Un día, recuerda, “por fin dije: ‘Tienes que levantarte de la silla’ ”.

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Joe Prigun sentado en el lugar donde estaba su antigua casa. Prigun esperaba reparar él mismo los daños causados por las inundaciones del huracán Ian.

Parte II:

O puedes vivir en tu auto

No muy lejos del antiguo barrio de Shaw, Joe Prigun había tratado de sobrevivir el huracán Ian en su casa. Rápidamente se encontró parado sobre el lavamanos de un baño, con el agua hasta el cuello, preocupado por quedarse sin aire. Escapó por una ventana y se mantuvo en el tejado hasta que llegaron los equipos de rescate en una lancha neumática. Cuando hablamos el pasado septiembre, un año después, vivía en un apartamento de un antiguo Ramada Inn que FEMA había alquilado para los sobrevivientes de las

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La casa de Prigun sufrió daños irreparables y tuvo que ser demolida; ahora vive en una habitación de hotel proporcionada por FEMA.Courtesy Joe Prigun; Jesse Rieser

Prigun había estado intentando reparar su casa porque sabía que FEMA no lo dejaría quedarse en el hotel para siempre. Como tiene ingresos fijos, y los contratistas de renombre tenían opciones más lucrativas que aceptar clientes para los que el dinero escasea —"los buenos no quieren oír eso, cuando pueden estar trabajando en casas de millones de dólares", me dijo—, hacía gran parte del trabajo él mismo. Pero a sus 71 años ya no puede hacer lo que antes podía. "No voy a subirme a una escalera ni a un tejado", dice. "Hay un límite". Sin embargo, después de que habláramos, el condado de Lee determinó que la casa había quedado demasiado dañada por la tormenta como para salvarla y ordenó su demolición.

Conocí a Jose Guzman, de 71 años, en el barrio de Harlem Heights de Fort Myers mientras preparaba la cena en una parrilla de carbón en el patio de entrada de su casa. Guzmán llevaba un cuarto de siglo viviendo en su casa rancho de la década de 1980. A cuatro millas de la costa y a milla y media del río Caloosahatchee, él tampoco había experimentado una inundación ni una sola vez... hasta Ian. La tormenta del 2022 llenó de agua la casa de Guzman hasta los muslos y convirtió su vecindad en un lago. Abrió la puerta principal y me hizo pasar. Un año después, sus muebles seguían empujados en círculo en medio del salón mientras reparaba lentamente los suelos y las paredes.

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José Guzmán había vivido en el barrio de Harlem Heights en Fort Myers durante 25 años antes de experimentar su primera inundación.

Danielle Lisiecki, de 61 años, también pensaba que tenía la vida resuelta. Había enseñado enfermería en una universidad comunitaria a las afueras de Chicago hasta que se jubiló en mayo del 2022. Ella y su esposo, Mike, de 64 años, pagaron en efectivo por la casa de sus sueños para jubilados en un terreno de Cape Coral junto al Caloosahatchee. Lisiecki y su esposo habían ahorrado e invertido bien; un planificador financiero había calculado que podrían vivir 40 años más sin quedarse sin dinero.

Durante Ian, ráfagas de viento de 150 millas por hora y apenas 6 pulgadas de agua de crecida trastocaron sus vidas. El agua destruyó las paredes internas, el suelo y el sistema eléctrico de la casa de los Lisiecki. Las reparaciones costaban más de la mitad del valor de la estructura, por lo que ahora los Lisiecki se verían obligados a cumplir las nuevas normas de construcción para reparar su casa de 45 años de antigüedad, lo que exigiría elevar la vivienda. "Es un derribo total", me dijo furiosa Danielle Lisiecki. Antes de Ian, se había adaptado felizmente a los ritmos de la vida con ingresos fijos. En el 2023, con un alquiler temporal y una nueva hipoteca, volvió a trabajar.

Aun así, en realidad, los Lisiecki tuvieron suerte. La gran mayoría de los 150 residentes de Florida que fallecieron a causa del huracán eran mayores de 65 años, muchos de ellos porque perdieron el acceso a oxígeno suplementario o a máquinas de diálisis renal. Un número incalculable de víctimas de Ian seguían viviendo en sus autos más de un año después. En enero del 2023, el número de personas sin hogar había aumentado un 70% con respecto al año anterior en el condado de Lee, donde se ubica Fort Myers, y en los condados vecinos de Collier y Charlotte. Incluso un año y medio después de la tormenta, una comunidad residencial de Cape Coral que llegó a albergar a 132 personas, muchas de ellas adultos mayores, se quedaría en 82. "Todavía tenemos 50 residentes sin hogar o viviendo con familiares, o viviendo en los sofás de amigos", declaró una de ellas a una cadena de televisión local. Las dos amigas más íntimas de Martha Shaw se vieron obligadas a mudarse.

Parte III:

Todo el mundo aún quiere vivir en las playas de Nueva Jersey

Mil doscientas millas al norte, Jody Stewart procura que nunca más la sorprenda una tormenta. Cuando visité la costa de Nueva Jersey, Stewart me llevó a dar una vuelta en su Corolla rojo por Little Egg Harbor Township, un barrio de clase trabajadora con casas adosadas a canales, al norte del reluciente horizonte de Atlantic City. Stewart, de 66 años, es pequeña y frenética, con la voz áspera de una exfumadora y el trato amable de una antigua barman. Quería mostrarme lo mucho que habían cambiado las cosas desde que el huracán Sandy arrasó esta región en el 2012. Pero no dejaba de interrumpirse con exabruptos airados sobre lo que veía a nuestro alrededor.

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Mystic Island está definida por canales que los residentes utilizan para estacionar los barcos.

El esposo de Stewart, Bill, constructor de 73 años, había comprado su pequeña cabaña aquí en Mystic Island en 1996 por $52,000; él y Stewart se casaron en el 2002. Ella vendía equipo de pesca y carnada —peces vivos y cangrejos— en el puerto deportivo local y se ganaba dinero adicional limpiando casas. Su casa había sido su nido de ahorros. "Nuestro plan siempre había sido jubilarnos, venderlo y marcharnos", dice. Stewart tenía un seguro contra inundaciones, pero no estaba preparada para Sandy, que golpeó una noche de octubre del 2012. La crecida alcanzó un máximo de 43 pulgadas en su sala de estar. Todos sus muebles, salvo una antigüedad, quedaron destruidos. El limo del mar cubría todas las superficies. "Recuerdo el horror de ver el fondo del océano por todas partes, incluso en las encimeras de mi cocina", dice.

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Jody Stewart en Little Egg Harbor Township, Nueva Jersey, en la casa donde vive con su esposo.

Aquellos que, como Stewart, vieron aniquilado más de la mitad del valor de su vivienda, tuvieron que elevar sus estructuras para evitar futuras inundaciones. Pero muchos de los que sufrieron daños algo menores simplemente arreglaron las cosas y vendieron. Tras la inundación, el mercado inmobiliario se había disparado, tanto para propiedades elevadas como a nivel del suelo.

En cada calle que recorríamos, Stewart nos señalaba casas sobre pilotes, a una docena de pies del suelo, justo al lado de pequeñas cabañas remozadas aún a nivel del pavimento. En una página web inmobiliaria se puede encontrar una bonita pequeña cabaña a nivel del suelo de 780 pies cuadrados por $375,000. "Sí, imagínate", sonrió Stewart. Otra había sido comprada por un jubilado que le dijo que Mystic Island nunca volvería a inundarse. "Buena suerte, pues", dijo, con un gesto desdeñoso. "Todo el mundo quiere vivir en la costa y ser propietario de una casa".

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a lady standing in front of a house with a raised front porch

La casa de Fran Baronowitz de Ventnor City, Nueva Jersey, se inundó durante la supertormenta Sandy en 2012; ella la reconstruyó a un nivel más alto para evitar las inundaciones.

En lugar de jubilarse, Stewart trabaja ahora para pagar las facturas que acumuló reconstruyendo su vida. Como miembro del personal del New Jersey Organizing Project, ayuda a otras víctimas de inundaciones de todo el país a desentrañar la burocracia a la que se enfrentan tras las catástrofes. Pero para su consternación, Stewart puede estar ahora mejor situada que nunca para mudarse: el valor de su casa se ha disparado. Le cuesta decidir qué hacer. "Una parte de mí todavía quiere irse", confiesa. "Sin embargo, moralmente me pregunto: ¿Cómo podría vender esta casa y dejar que otra persona pase por esto?”.

Stewart se ha ganado su escepticismo. Dos días antes de nuestro paseo, yo había subido varios pisos en ascensor hasta un patio interior entre los cristales brillantes del Ocean Casino Resort de Atlantic City. Kimberly McKenna, directora ejecutiva interina del Centro de Investigación Costera de la Universidad de Stockton, me había ayudado a comprender los problemas de inundaciones de la región. Atlantic City se asienta en una isla barrera, Absecon, y lleva un siglo luchando contra el agua dragando canales, reformando sistemas de drenaje, añadiendo arena a las playas y construyendo mamparos. Pero la ciudad nunca ha dominado del todo la situación.

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Kimberly McKenna, directora ejecutiva interina del Centro de Investigación Costera de la Universidad de Stockton, inspecciona una charca provocada por la marea en Atlantic City, Nueva Jersey.

McKenna señaló con la cabeza hacia el paseo marítimo de uno de los monumentos más antiguos de la región: un muelle de acero repleto de atracciones. Debajo había un instrumento que ayudaba a explicar por qué la ciudad no puede superar sus problemas de agua: un mareógrafo. Instalado una docena de años después de la apertura del muelle en 1898, el medidor ha ayudado a los investigadores a seguir la evolución del nivel del mar, que ha subido el doble del promedio nacional. (En parte, eso se debe a que aquí la tierra lleva hundiéndose desde la última edad de hielo).

Los impactos son notables. El grupo de comunicación sin fines de lucro Climate Central informó de que aproximadamente $8,000 millones de los $62,700 millones en daños causados por Sandy en Nueva Jersey, Nueva York y Connecticut podrían atribuirse a la parte de la subida del nivel del mar provocada por el calentamiento de las temperaturas. Esos cambios contribuyeron a que las aguas de las crecidas llegaran a 71,000 personas más. En Atlantic City, las inundaciones provocadas por mareas altas, que se producían menos de una vez al año en la década de 1950, ahora ocurren, en promedio, ocho veces al año. Los investigadores de la Universidad de Rutgers prevén que en el 2030 la zona podría sufrir inundaciones hasta 75 días al año. Jacques Howard, director de planificación y desarrollo de Atlantic City, se enfrenta regularmente a estos problemas. Un programa del Gobierno estatal llamado Blue Acres ha comprado y destruido 1,100 viviendas inundadas repetidamente en todo el estado, incluidas 18 en una comunidad adyacente a Atlantic City. Pero los funcionarios municipales no están "muy entusiasmados" con la posibilidad de que se derriben propiedades inundables, me dijo Howard. La ciudad tiene una deuda de $375 millones. "Cuando perdemos propiedades, perdemos un porcentaje de nuestra base impositiva", afirma. Y eso deja menos dinero en las arcas para limpiar el desastre después de la próxima gran tormenta, una tormenta que Howard sabe que se avecina.

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Michael Savarese, profesor de geología costera, resiliencia climática y preparación en la Florida Gulf Coast University, llevó a nuestro reportero a dar un recorrido por los daños causados por el huracán Ian.

Parte IV:

Nada más que estrés y preocupación

¿Qué significa todo esto para los adultos mayores del país que han pasado su vida en zonas costeras o que sueñan con una jubilación junto al mar? Significa afrontar la realidad de que las inundaciones están en su futuro.

Michael Savarese, profesor de Geología Costera, Resiliencia Climática y Preparación en la Florida Gulf Coast University, pasó una mañana mostrándome la trayectoria del huracán Ian. Recorrimos la isla de Sanibel, donde las olas habían entrado al segundo piso de los condominios frente al mar. Atravesamos Dunbar, una ciudad de clase trabajadora situada a una docena de millas de la costa pero adyacente al río Caloosahatchee. Allí, incluso un año después, algunas casas tenían muebles apilados fuera.

Cuando Savarese se detuvo en Estero Boulevard, en Fort Myers Beach, el legado de Ian era abrumador. Entre los restaurantes al aire libre y los equipos de construcción que reconstruían los moteles, un lote tras otro de propiedades frente al mar permanecían vacíos, algunos amontonados con grava y escombros de cemento, la mayoría despejados hasta sus cimientos llenos de arena. Las lonas desplegadas dejaban al descubierto los electrodomésticos de las cocinas de las casas destruidas de color pastel. "Esto es lo que queda del muelle", dijo Savarese, señalando una hilera de pilotes de cemento que se adentraban en el agua.

A damaged beach house seen through the windshield of a vehicle

Conduciendo por Estero Boulevard en Fort Myers Beach en marzo de 2024

Y, sin embargo, las personas siguen queriendo mudarse aquí, quizá en parte porque no siempre se informa claramente al público de lo que está en juego. Más de un tercio de los estados de EE.UU., incluido Florida, no exigen la divulgación del historial de inundaciones en la venta de hogares. (Nueva Jersey era otro, hasta que el estado aprobó una ley en el 2023.) A nivel nacional, los mapas que identifican las regiones de riesgo están desactualizados, no tienen en cuenta las lluvias intensas y no se han mantenido al día con las amenazas climáticas. Casi 6 millones de propiedades en todo el país se enfrentan a peligros legítimos de inundación no identificados en los documentos oficiales, según un análisis de la First Street Foundation. FEMA mismo admitió que las aguas del huracán Ian "se extendieron mucho más allá" de las zonas cartografiadas y superaron en varios pies las alturas previstas. No es necesario que los propietarios vivan en zonas inundables para comprar la cobertura, aunque sin una designación, tendrían pocas razones para sospechar que podrían necesitarla.

Tarde o temprano, sin embargo, todos nos enfrentaremos a las consecuencias. Se prevé que los costos de los daños causados por los huracanes y las inundaciones tras las mareas tormentosas crezcan más deprisa que la economía del país, multiplicándose hasta por ocho en el 2075, según una estimación de la Oficina de Presupuesto del Congreso. Una investigación realizada el año pasado por economistas de la organización sin fines de lucro Environmental Defense Fund sugirió que las viviendas en Estados Unidos con riesgo de inundación ya están sobrevaloradas entre $121,000 y $237,000 millones. (Los científicos lo han bautizado como la "burbuja de las inundaciones").

A boarded up hotel
concrete pillars with orange construction fencing

Daños causados por huracanes en el Neptune Resort y un espacio comercial en el paseo de Times Square de Fort Myers Beach, en marzo.

Mientras tanto, al menos nueve compañías de seguros de vivienda de Florida han quebrado o abandonado el estado en los últimos años. Al cumplirse un año de Ian, las que quedaban habían rechazado aproximadamente el 29% de las reclamaciones.

Y aunque el barrio de Jody Stewart en Nueva Jersey está actualmente en auge, la agencia de calificación crediticia Moody's prevé que las mayores pérdidas de población debidas al cambio climático en los próximos 30 años se produzcan en estos cinco estados: Arizona, Delaware, Carolina del Sur, Nueva Jersey y Florida. En otras palabras, en algún momento estallará la burbuja, y no se sabe cuándo será.

En lugar de luchar con decisiones difíciles sobre cómo reconstruir, e incluso si reconstruir, muchas autoridades se centran en la recuperación a corto plazo.

Los esfuerzos internacionales para limitar los gases de efecto invernadero podrían ralentizar el futuro aumento del nivel del mar, pero no pueden revertir lo que ya está ocurriendo. Y a nivel local, la construcción de nuevos sistemas de drenaje y barreras para proteger a las comunidades costeras tiene un costo, y sin garantías. En marzo, en Salisbury Beach, Massachusetts, un grupo de propietarios reunió su dinero y gastó unos $565,000 para construir una alta barrera de arena entre ellos y el mar. Pocos días y una tormenta después, la duna artificial de 1.5 millas de largo quedó arrasada.

Sin embargo, en lugar de enfrentarse a decisiones difíciles sobre cómo reconstruir viviendas e infraestructuras para resistir la subida de las mareas, e incluso sobre si hacerlo o no, muchos legisladores se centran en la recuperación a corto plazo. Y aunque Savarese considera urgente la necesidad de una planificación a largo plazo, dice entender que los líderes se centren en la recuperación. "Hay que reconocer que tienen prisa por recomponer las cosas", afirma. "Sus economías están sufriendo; las personas han perdido propiedades y seres queridos".

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El muelle de pesca de Fort Myers Beach y el paseo marítimo dañado, vistos desde el Golfo de México

Entre las personas que conocen los costos y riesgos de vivir cerca de la costa, muchos están dispuestos a asumirlos. En el refugio, cuando Martha Shaw salió de su depresión y sopesó sus opciones, decidió volver a casa. Después de todo, ¿de qué le servía haber ahorrado toda su vida si no utilizaba lo que había guardado para volver a ponerse en pie?

“Recé y recé y recé,” dice. Entonces consiguió un préstamo a bajo interés de la U.S. Small Business Administration para víctimas del huracán, encontró un contratista y empezó a reconstruir. Un agente inmobiliario le encontró un alquiler temporal a 12 millas al norte de su casa móvil arrasada.

La visitamos en la minúscula sala del alquiler, una casita cuadrada frente a un centro de vida asistida en una calle sin aceras. El lugar se daba amueblado y Shaw, con humor mordaz, empezó a presentarme los objetos que no eran suyos, que, resultó ser, eran casi todos. A Shaw le encanta el sol, pero nos sentamos a conversar con las persianas cerradas porque si se dejaban abiertas se escapaba demasiado aire frío, y a Shaw le preocupaba el gasto de electricidad.

No ha sido un camino fácil. Su alquiler está en una parte de la ciudad que apenas conoce. Sus vecinos son agradables, pero bastante tranquilos y, dados sus problemas de movilidad y su situación temporal, le ha costado forjar lazos fuertes con las personas. Su camino de entrada, cubierto de grava cerca de la carretera, hace que recoger el correo resulte un poco difícil. Por eso decidió que no le entregaran el periódico.

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Shaw y su perro, Andre, frente a su nueva casa casi terminada, construida sobre pilares en el mismo lugar donde estaba su casa anterior.

Shaw echa de menos contemplar las plumerias de flores rosas y blancas que antes se alzaban sobre su antigua casa. Añora la compañía diaria de sus viejos amigos de la vecindad. Y echa de menos una vieja sensación: no preocuparse por el dinero. Además de construir una casa nueva sobre columnas de cemento, tuvo que pagar a camioneros para que se llevaran la basura tras la tormenta y está pagando para que corten el césped de su parcela. Aún por llegar: la compra de muebles para reemplazar los que perdió.

“Literalmente estoy perdiendo el cabello”, me dijo riendo. “Y eso no es más que estrés y preocupación.”

Casi al final de nuestra visita, Shaw dijo que una semana antes de la tormenta había instalado su última ventana anticiclónica, —la undécima, en la terraza acristalada de su casa móvil— "y las pagué en efectivo", afirmó, como compartiendo un secreto. Me pareció tan enloquecedor y ridículo, teniendo en cuenta por lo que había pasado, que me eché a reír. Y luego me disculpé.

Una vez más, Shaw hizo caso omiso de mis disculpas.

Sonriendo, dijo: “Quiero decir, yo también me reí. ”

Epílogo: Volvimos a comunicarnos con Shaw de nuevo a finales de septiembre, poco después del paso del huracán Helene por Fort Myers. Para entonces, ella ya se había mudado a su casa reconstruida sobre pilares, donde ella y su perrito caniche, Andre, pasaron la tormenta. El lodo llenó las viviendas de sus vecinos, pero Shaw se mantuvo seca a casi 12 pies del suelo. Shaw dice que siente pesar por las personas que están lidiando con las devastadoras inundaciones que la tormenta dejó a su paso. Pero que nadie debe preocuparse por ella. Dice, “Estoy en mi hogar; tengo mis cosas; estoy feliz como una lombriz”.

Craig Welch has been reporting on the environment and climate change for more than a quarter century, including eight years with National Geographic. A former fellow with the Nieman Foundation for Journalism at Harvard University, he lives with his family in Seattle.

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