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'La cordillera': Maldad en las alturas

Ricardo Darín encarna a un presidente de Argentina cuyos líos familiares afectan los hilos del poder.


spinner image Ricardo Darín en una escena de la película La cordillera
Ricardo Darín interpreta al presidente de Argentina, Hernán Blanco, en la película 'La cordillera'.
Pablo Franco

DIRECTOR: Santiago Mitre
PRODUCCIÓN:
Argentina, España y Francia
GUION: Santiago Mitre y Mariano Llinás
ELENCO: Ricardo Darín (Hernán Blanco, presidente de Argentina), Dolores Fonzi (Marina Blanco), Érica Rivas (Luisa Cordero), Elena Anaya (Claudia Klein), Daniel Giménez Cacho (Sebastián Sastre, presidente de México), Alfredo Castro (Doctor), Gerardo Romano (Mariano Castex) y Leonardo Franco (Oliveira Prete, presidente de Brasil).
FOTOGRAFÍA: Javier Julia
DISEÑO DE PRODUCCION: Sebastián Orgambide
DURACIÓN: 114 minutos
DISPONIBLE EN: Amazon

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spinner image Ricardo Darín

El mal flota como una bruma en las montañas de la cordillera andina donde se realiza una cumbre de presidentes latinoamericanos; metáfora del ambiente enrarecido en el que los políticos toman decisiones supuestamente en beneficio de los que están abajo: el pueblo que los eligió. Pero la realidad irrumpe con violencia en el elegante hotel donde se reúnen. Marina, la desquiciada hija del presidente de Argentina, rompe el silencio sepulcral de las alturas lanzando una silla por la ventana. La muchacha, que al igual que las nevadas montañas que los rodean, es terca e indomable, rompe también con ese acto toda pretensión de normalidad. La posibilidad de que la joven pueda estar no loca, ni drogada, sino poseída por el demonio, cambia el tono de la historia de un simple thriller político a un filme de horror.

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Cuando vemos por primera vez a Hernán Blanco, el protagonista de La cordillera, han transcurrido casi diez minutos de película. Antes, se nos muestra al equipo que se necesita para resolverle todo al presidente: desde el más humilde técnico llamado para una reparación en la residencia oficial en Buenos Aires, pasando por los vigilantes en la entrada, los policías, cocineros, mucamas, y así hasta llegar a la oficina presidencial donde un pequeño ejército de asesores discute cómo resolver un asunto que podría afectar al mandatario. La toma laberíntica es análoga a un recorrido por las entrañas del poder.

La crisis en turno es de corte familiar: el marido de Marina, de quien lleva años separada, amenaza con presentar una denuncia por corrupción. El jefe de gabinete, Mariano Castex, da orden de controlar el asunto hasta después de la cumbre en Chile que comienza el día siguiente con el objetivo de fundar una asociación continental de petróleo que tenga a Brasil, y no a Estados Unidos, como eje rector.

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La transición entre la fortaleza celosamente resguardada de la Casa Rosada hacia Chile se da en el aire. Vemos por primera vez a Blanco cómodamente reclinado en el espectacular avión oficial. Lo primero que pregunta Luisa, su eficiente y atenta asesora, es si pudo dormir. Con solicitud casi maternal, le pide que se relaje porque al final todo se resolverá. Blanco no esta tan seguro. Le pide a Luisa que traiga a Marina de Buenos Aires porque teme que el escándalo afecte su ya de por sí frágil estabilidad mental. La mención de Marina coincide con una fuerte turbulencia. Por el altavoz, el piloto les informa que están entrando en la región andina.

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Ya en la cumbre, Blanco se revela como un político honesto y de convicciones firmes, dispuesto a apoyar la hermandad latinoamericana bajo el liderazgo de Oliveira Prete, el presidente brasileño. El mandatario mexicano trata de convencer a Blanco de que les conviene más aliarse a Estados Unidos. El frágil equilibrio que Blanco trata de lograr entre sus compromisos en la cumbre, se dificultan con la llegada de Marina. De entrada, la muchacha se rehúsa a intervenir para que su aún marido desista de sus amenazas. Por otra parte, Blanco teme que Marina vuelva a sufrir otra de sus “crisis”, como efectivamente ocurre. Luego de que ha lanzado la silla por la recamara de su habitación, Marina queda catatónica. Los doctores no encuentran nada mal físicamente, por lo que, con mucha discreción, llaman a un psiquiatra. Bajo hipnosis, Marina se remonta a su niñez en el campo y recuerda con terror un caballo, una casa en llamas y a su padre discutiendo con un vecino al que nunca vuelven a ver. Cuando despierta, Marina ya está más tranquila. Blanco le asegura al doctor que lo que ha dicho su hija es correcto, pero que es imposible que lo haya presenciado: aún no había nacido.

En medio de todo esto, una periodista española que entrevista a Blanco le pregunta la cuestión subterránea de la historia: ¿Cree que existe el mal? Blanco le contesta afirmativamente ya que desde pequeño su abuelo habló del diablo. En el plano racional y realista, el mal al que alude La cordillera es el de los mandatarios que para lograr sus objetivos tienen que “venderle su alma al diablo”.  El asunto es decidir a cuál. Aceptar la oferta de hermandad latinoamericana de Prete, o aliarse con el enemigo de siempre, Estados Unidos. En el plano sobrenatural, el mal tiene connotaciones más universales y profundas.

La cordillera es prodigiosa en su ejecución técnica. Más que en su narrativa, la historia se cuenta con atmósferas que se crean con una excelente fotografía y diseño de producción. Adentro del hotel, los personajes se mueven entre sombras; en un entramado de intrigas y secretos. Afuera, la luz es tan cegadora como la verdad, cuando al fin se muestra. Así como el indomable carácter de Marina amenaza con destruir la edificación artificial de la política, la imponente cordillera de los Andes, amenazante, impasible, como testigo silencioso de la historia, nos recuerda que a la naturaleza no se le puede controlar.

El argentino habla de su personaje y la hermandad latinoamericana.

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