Vida Sana
Ya había leído sus libros: todo ese deslumbrante torrente literario que acertaba a encontrar la palabra exacta para cada idea mágica nacida de una imaginación infinita. Después tuve el privilegio de conocer al hombre detrás de aquella prosa exuberante que, aunque acaba de apagarse, constituye un inextinguible legado que el mundo atesorará hasta el fin de los tiempos.
Conocí personalmente a Gabriel García Márquez hace casi 20 años, cuando yo dirigía la versión en español para Latinoamérica del entonces prestigioso semanario Newsweek. Fue mi querido colega José Font Castro, periodista y escritor colombiano que reside en España, quien propició nuestro encuentro. Venía Font a Miami en esos días para seguir rumbo a México, donde, según él, vivía el más ilustre lector que tenía mi revista. Se refería a García Márquez, el famoso ‘Gabo’.
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“Vente conmigo a México”, me dijo Pepe. “El nos está esperando”.
Nos dimos cita en el Hotel Camino Real Pedregal temprano en la mañana. Allí estaba el autor de “Cien años de soledad”, en el lobby. La conversación duró mucho más que los huevos rancheros y deliciosos panecillos que los tres devoramos en el desayuno del hotel. En esas dos horas, la amistad “súbita”, como la definió el propio Gabo en la dedicatoria de uno de sus libros ese día, había comenzado a fraguarse. Para mi gran sorpresa, había encontrado a un hombre con los pies en la tierra y excepcionalmente modesto dada la magnitud y la trascendencia de su incomparable obra literaria.
Nos invitó a su casa, no lejos del hotel, y allí conocí a su esposa Mercedes, una perfecta y encantadora otra mitad para un hombre de su estatura y genio. En su elegante sala de paredes llenas de buen arte, nos mostraron a Pepe y a mí lo que ellos llaman el “nietario”, una mesa llena de fotos enmarcadas de sus nietos.
Nos sentamos los cuatro y la conversación duró todo el día y parte de la noche, interrumpida solamente porque Gabo y Mercedes tenían un compromiso para cenar. Hablamos de literatura, periodismo y de todos los temas bajo el sol, incluyendo desde luego el de Cuba. Me contó sus experiencias con Fidel Castro y los cubanos, y yo le conté las mías. Para ninguno fue sorpresa el contraste entre ambas vivencias.
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