Vida Sana
Jeff Bridges está disfrutando de una especie de regreso al hogar en esta mañana bañada por el sol de Beverly Hills. El lugar en cuestión no tiene nada en común con su verdadera residencia, un rústico refugio al norte en la costa de Santa Bárbara. Por el contrario, esta casa es una obra maestra modernista, llena de ángulos pronunciados, construida en lo alto de las colinas por un célebre arquitecto de L.A.; su actual propietario la alquila para sesiones fotográficas. A medida que Bridges deambula hacia la sala de estar —un espacio inmenso con una vista que se extiende desde el centro de la ciudad hasta el mar— una sonrisa de reconocimiento se instala en su rostro de duras facciones. “Ahora me comienza a resultar familiar”, exclama.
Bridges pasó varios días en esta sala hace poco más de quince años, filmando una escena del éxito de culto The Big Lebowski (El gran Lebowski) (1998). Su personaje, Jeffrey Lebowski —alias the Dude— es descrito por una voz en off como “el [hombre] más haragán en el condado de Los Ángeles”. Es un hippie greñudo, un exradical universitario que ha hecho muy poco desde la década de los 60, excepto fumar cigarrillos de marihuana, beber rusos blancos y jugar a los bolos. Sin embargo, the Dude es un tonto sabio: se empeña en vivir una vida simple y pacífica pero, aun así, es capaz de exhibir un verdadero (aunque torpe) coraje.
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En otras palabras, representa a alguien que resulta muy familiar para cualquiera que haya vivido la era de Woodstock, una figura que, para muchos de nosotros, encarna aspectos de lo que fuimos.
The Dude también es el papel con el cual Bridges es identificado más a menudo, a pesar de su fenomenal versatilidad como actor. En sus sesenta y tantas películas, ha interpretado desde un alienígena (Starman), pasando por un comisario del Lejano Oeste (True Grit, Temple de acero), hasta el líder de una distopía futurista (The Giver [El dador], estrenada en agosto del 2014). Esta habilidad para mutar de apariencia le hizo ganar un Premio Óscar (como el cantante de música country Bad Blake, en la película Crazy Heart (Corazón rebelde), del 2009).
En la vida real, sin embargo, Bridges se parece mucho a Lebowski, tanto en su apariencia como en el modo de expresarse. Él mismo ha admitido el placer que le produce fumar un cigarrillo de marihuana de vez en cuando. Su forma de hablar está fuertemente afectada por la jerga de Haight Street. Recientemente escribió The Dude and the Zen Master (The Dude y el Maestro Zen), con la coautoría del sacerdote budista y activista social Bernie Glassman; una colección de diálogos en donde recurre a frases de The Big Lebowski (“The Dude perdura”, “Viejo, eso es tan solo tu opinión”) como iniciadores de una conversación.
Esta mañana, Bridges está vestido con una camiseta y unos desteñidos pantalones de corduroy. Ha perdido la barba y le han salido algunas arrugas, pero su cabello color caramelo y plata aún le cae como una cascada sobre los hombros. Con 64 años de edad, todavía retiene esa contextura de oso tan típica de the Dude, por lo que la ligereza de su andar resulta sorpresiva. Camina muy suavemente sobre una terraza triangular. “Muy bien”, dice. Luego levanta los brazos y se estira al estilo yoga. “¡Esta es una casa impresionante!”.
No obstante, hasta allí llegan las coincidencias entre el actor y su avatar. Para empezar, Bridges está muy lejos de ser un holgazán. Es conocido como una de las estrellas más concienzudas y menos ensimismadas de Hollywood. “Medita profundamente cada palabra y cada gesto”, afirma el director de The Giver, Phillip Noyce, “y así y todo, deja espacio para momentos de combustión espontánea. Evita la confrontación y el choque de egos. La onda que transmite Jeff realmente nos ayudó a superar algunos días muy difíciles que tuvimos que afrontar durante la filmación”.
Bridges utiliza su tiempo libre pintando, esculpiendo, tomando fotografías, tocando con su banda de country-rock, the Abiders, y recaudando fondos para combatir el hambre infantil. A diferencia de Lebowski, cuya relación más cercana es con su liga de bolos, a Bridges le gusta estar con su prole.
A decir verdad, es uno de los más dedicados hombres de familia del mundo del espectáculo. En una industria que resulta notoria por los matrimonios efímeros, Bridges ha permanecido junto a su mujer, Susan Geston, durante 37 años. La pareja tiene tres hijas, con las cuales mantienen una relación extremadamente cercana. (Isabelle, de 33 años, artista, está trabajando con Bridges en un libro para niños. Jessie, de 31, es una guitarrista que a menudo toca en las funciones de su padre. La diseñadora de interiores Haley, de 28 años, ayudó a decorar la casa de sus padres). Es difícil imaginar a the Dude con una nieta, pero Bridges tiene una. Cuando la niña de 3 años quedó encerrada en el cuarto de baño por accidente, ¿a quién llamó? “No a Los cazafantasmas. ¡Llamó a la abuela!”, dice Bridges, radiante.
En síntesis, este descendiente de la realeza de Hollywood (Lloyd Bridges, 1913-1998) habituado a entonar el om aparenta ser tan sano, responsable y estable como podría serlo tu vecino de al lado. Y sin renunciar a su imagen lebowskiesca, parece haber logrado algo que elude a muchas figuras del cine: la madurez. Lo que suscita una pregunta desconcertante. Como diría the Dude: ¿cómo hizo para no ser un desastre?
Cómo se convirtió en ‘The Dude’
Es la pregunta que le hago a Bridges mientras nos acomodamos en una sala de visitas para conversar. Junta las manos detrás de su cabeza, hilvana sus pensamientos y murmura: “Tuve una infancia magnífica”. El mérito es de sus padres, cuyo matrimonio duró casi 60 años. Lloyd, conocido por la serie televisiva sobre aventuras de buceadores Sea Hunt (Investigador submarino), estaba haciendo películas y programas televisivos cuando Jeff era un niño y no estaba mucho en su casa. Sin embargo, Dorothy “era una madre espectacular”, recuerda Bridges. Actriz, poeta y artista, canalizó sus talentos en la maternidad e instituyó un ritual cotidiano en el que dedicaba una hora de exclusiva atención a cada uno de sus tres hijos, durante la cual los niños proponían la actividad que querían hacer. “Yo le decía: ‘Veamos tu set de maquillaje. Quiero maquillarte como un payaso’. O: ‘Juguemos al extraterrestre. Yo seré un monstruo del espacio. Tú puedes estar atrapada debajo de la mesa de la cocina’”.
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