Vida Sana
Son las 11 p.m. en una noche lluviosa en Nueva York, y Susan Sarandon baila en Marty’s Room, un lugar para música en vivo que queda en SPiN New York, un club nocturno donde se juega ping-pong que ayudó a lanzar hace cinco años junto con varios socios. Uno de esos socios es Jonathan Bricklin, de 36 años, un escritor y editor de películas que está saliendo con Sarandon a pesar de su diferencia en edades, de tres décadas. Sobre el escenario, cantando con mucha pasión, está una aspirante a música pop a quien Sarandon contrató hace tiempo para trabajar en la recepción de SPiN.
Sarandon, vestida con botas de trabajo, pantalones de licra, suéter de lunares y boina, siente la vibra. Gira los brazos por encima de la cabeza y se mueve al ritmo de la música, cómoda bailando sola entre el público.
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Lo que la motiva no es solamente la música. Es el momento: después de 67 años, la mujer conocida tanto como por su activismo social como por sus actuaciones entiende qué le trae alegría. “Son las cosas simples”, dice. Buena comida. Buenos amigos. Puestas del sol y amaneceres. “Con la edad, quizás no ganes sabiduría, pero sí por lo menos una perspectiva más amplia”, continúa. Lleva puestos un imperdible en una oreja y un anillo de plata en el pulgar. “Y dices: ‘Está bien, estas son las cosas importantes. El resto son solo detalles’”.
Con sucursales en Los Ángeles, Milwaukee, Toronto y Dubái, Emiratos Árabes Unidos, el club, ubicado a pocas cuadras del apartamento de Sarandon, ha convertido a la actriz en una propagandista del ping-pong, como se autodescribe. “El ping-pong trasciende todos los grupos demográficos, edades y tipos de cuerpo”, dice Sarandon. “Las jóvenes le pueden ganar a sus papás. E incluso si eres viejo, puedes jugarlo para siempre”.
El club se ha convertido en una parte importante de la vida que Sarandon se reinventó cuando ella y el actor Tim Robbins, ahora de 55 años, quien fue su pareja por 23 años y es el padre de dos de sus tres hijos, se separaron en el 2009. Aunque ambos han sido imprecisos sobre las razones para la ruptura, Sarandon menciona un cambio interno que comenzó con su actuación en Exit the King en Broadway esa primavera. El tema de la obra de teatro escrita por Eugene Ionesco es enfrentar la mortalidad. “No puedes hacer una meditación sobre la muerte y quedarte en una situación que no es auténtica”, dice. “Me hizo examinar dónde estaba en mi unión y en mi vida, y conversar acerca de hacer cambios”.
No sería la primera vez. La búsqueda de autenticidad de Sarandon tiene las raíces en su juventud. Ha alimentado su activismo, definido sus relaciones e influido en su impresionante obra como actriz en más de 70 largometrajes, por los cuales AARP The Magazine la reconocerá en febrero con el premio Movies for Grownups a la Trayectoria.
Susan Abigail Tomalin nació en Queens, Nueva York, y se crió en su mayoría en los suburbios de Nueva Jersey. Su padre fue un cantante de orquesta, veterano de la Segunda Guerra Mundial y, eventualmente, ejecutivo de una agencia publicitaria; su madre, un ama de casa, como dice Susan, era “católica e increíblemente fértil”. La mayor de nueve, Sarandon dice que provenir de un hogar grande tiene sus ventajas: “Te vuelve flexible; no estás acostumbrado a tener privacidad y puedes concentrarte en el medio del caos”. Añade: “¡Te prepara para el mundo del espectáculo!”.
A pesar de que su padre murió en 1999, su madre ahora tiene 90 años “y sigue vivita y coleando”, como dice Sarandon. Su madre también es una republicana acérrima, y las ideas políticas de los hermanos de Sarandon son variadas. “He llegado a creer firmemente en la naturaleza”, dice Sarandon. “Tuvimos los mismos padres, pero cada uno es muy distinto”. No puede precisar la razón de su conciencia social. “De hecho, yo era muy tímida”, dice, en su familiar voz ronca. “Pero tuve una necesidad de justicia que comenzó al jugar con mis muñecas y asegurarme de que rotaba los mejores vestidos para que una muñeca no los tuviera todos. Pienso que todo el mundo trata de encontrar su voz”.
Trató de encontrar la suya, pero parecía que le rodeaba la incongruencia. “Tuve problemas desde el principio en la escuela, no porque era rebelde sino porque hice lo que se consideraban como preguntas inoportunas”, dice Sarandon.
“Me acuerdo cuando me dijeron en tercer grado que las únicas personas que en realidad estaban casadas fueron los que se casaron por la iglesia católica. Dije: ‘¿Entonces, cómo se casaron José y María, porque Jesús no creó la iglesia hasta después?’ El pecado original no tenía ningún sentido para mí. El limbo no tenía ningún sentido. Y a medida que crecí, un Dios iracundo no tuvo ningún sentido, o un Dios que condenaría a alguien al infierno por su orientación sexual”.
Sin embargo, en 1963, a los 17 años, Sarandon se inscribió en la Catholic University of America en Washington D.C., y allí participó en manifestaciones contra la segregación en el sur y la Guerra de Vietnam. “Era un tiempo en que los asuntos parecían tan claros”, dice. En la universidad, le atrajo el arte dramático porque era otra manera de aprovechar la compasión que sentía por otros. Además, actuar le sentaba bien porque le daba libertad para probar nuevas cosas, aunque, a la larga, alguien más estaba a cargo. Eso le gustó: “No tener estructura me infunde pánico. Cuando tomé clases de arte, el color simplemente me abrumó. ¡Tanto para escoger! No puedo entrar a tiendas enormes por departamentos. Simplemente hay demasiado que escoger”.
Durante su cuarto año de estudios, se casó con Chris Sarandon, quien estudiaba para una maestría en actuación. Su matrimonio fue más una necesidad que una decisión, pues ellos querían vivir juntos y Catholic University no permitía que hombres y mujeres cohabitaran.
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