Vida Sana
Cortesía de Suma (Penguin Random House Grupo Editorial)
Capítulo 1
Nueva York
26 de noviembre de 1998
Lo peor siempre se fragua sin que lo puedas intuir.
Grace levantó la vista e ignoró durante algunos momentos la majestuosidad de la cabalgata de Acción de Gracias para observar a su hija, subida a hombros de su padre, radiante de felicidad. Se fijó en que sus piernas colgaban juguetonas y en cómo las manos de su marido sujetaban los muslos de la pequeña con una firmeza que más tarde recordaría como insuficiente. El Santa de Macy’s se acercaba sonriente en su gigantesco trono y, de vez en cuando, Kiera señalaba y chillaba de felicidad a la comitiva de duendes, elfos, galletas de jengibre gigantes y peluches que desfilaban delante de la carroza. Llovía. Una suave y fina cortina de agua empapaba chubasqueros y paraguas, y aquellas gotas, quizá, siempre tuvieron aspecto de lágrimas.
—¡Allí! —gritó la niña—. ¡Allí!
Aaron y Grace siguieron el dedo de Kiera, que señalaba un globo blanco de helio alejándose hacia las nubes, haciéndose diminuto mientras volaba entre los rascacielos de Nueva York. Luego bajó la vista hacia su madre con ilusión y Grace supo al instante que no podía decirle que no.
Grace observó una de las esquinas de la calle, en la que había una mujer vestida de Mary Poppins, con el paraguas en alto bajo un montón de globos blancos, que regalaba a todo aquel que se acercaba.
—¿Quieres un globo? —preguntó su madre, sabedora de la respuesta.
Kiera no contestó de la emoción. Tan solo abrió la boca con una mueca de felicidad y asintió, mostrando sus hoyuelos marcados.
—¡Pero ya está ahí Santa Claus! ¡Nos lo vamos a perder! —protestó Aaron.
Kiera perforó de nuevo sus hoyuelos, dejando ver entre sus paletas un pequeño hueco en el que a veces se le quedaba la comida. En casa les esperaba una tarta de zanahoria para celebrar el cumpleaños de la niña al día siguiente. Aaron pensó en ella y quizá por ese motivo aceptó.
—Está bien —continuó su padre—. ¿Dónde se consiguen esos globos?
—En la esquina los está repartiendo Mary Poppins —respondió Grace, nerviosa. La gente había comenzado a agolparse donde ellos se encontraban y la tranquilidad de los minutos previos empezaba a diluirse como la mantequilla del relleno del pavo que esperaban cenar esa noche.
—Kiera, quédate con mamá y guardad juntas el sitio.
—¡No! Yo quiero Mary Poppins.
Aaron suspiró y Grace sonrió, consciente de que iba a ceder una vez más.
—Espero que el pequeño Michael sea menos cabezón —añadió Aaron, al tiempo que acariciaba la incipiente barriga de su mujer. Grace estaba embarazada de cinco meses, algo que en un principio consideró una temeridad, especialmente con Kiera tan pequeña, pero que ahora veía con ilusión.
—Kiera ha salido a su padre —rio Grace—. No me lo puedes negar.
—Está bien, pequeñaja. ¡Vamos a por ese globo!
Aaron se recolocó a Kiera sobre los hombros y luchó por abrirse camino hacia la esquina, entre una muchedumbre cada vez más numerosa. Cuando se encontraba a unos pasos y antes de alejarse más se volvió hacia Grace y gritó:
—¿Estarás bien?
—¡Sí! ¡No tardéis! ¡Ya viene!
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