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Cuando estás en medio de un divorcio, por lo general, no lo consideras una experiencia positiva. Menos aún si fue tu pareja quien pidió la separación. Sin embargo, de esta vivencia se pueden sacar cosas positivas. Con el paso del tiempo, es posible mirar atrás y comprobar que tu divorcio fue el catalizador de cambios internos y externos que eran realmente necesarios.
Cuando me casé a los 35 años para formar una familia, no tenía en mente divorciarme. Tanto mi ex esposo como yo teníamos padres divorciados. Me casé con mucha ilusión. Pero cuando me quedé embarazada dos años más tarde y tuve a mi primera hija, empecé a darme cuenta de la realidad. Yo había proyectado la ilusión de tener una familia sobre un hombre que tenía otras prioridades. Aun así, tuvimos otra hija y estuvimos casados durante un total de 10 años.
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Nuestro matrimonio rápidamente se convirtió en una situación disfuncional. Pasaba el tiempo intentando controlar, comprender o cambiar a mi esposo. Deseaba que madurara, que se comportara como un hombre de familia en lugar de ser el mejor amigo de sus amigos. Y él deseaba que yo fuera más sociable. Pero yo había asumido el rol de madre y me gustaba ese papel.
Pasamos un par de años en terapia de pareja, asistimos a seminarios de superación personal, intentamos una separación viviendo bajo el mismo techo. Nada de eso funcionó. Llevábamos vidas separadas y ya no teníamos metas en común. En lo único que estábamos de acuerdo era en que queríamos lo mejor para nuestras hijas.
Me separé a los 45 años. Mis hijas tenían 4 y 7 años. Afortunadamente, mi ex esposo y yo supimos dejar de lado nuestras diferencias para que ellas no vivieran el divorcio de manera traumática. Nos divorciamos sin mediadores ni abogados, y redactamos el calendario de custodia compartida.
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