Vida Sana
Hay mucho alboroto en la cafetería de este centro comercial de Irvine, California. Un grupo de mamás y niñeras arrean a montón de niñitos y a duras penas logran mantenerlos bajo control, el sistema de sonido reproduce clásicos de Motown y la máquina de espresso silba en un rincón. Sin embargo, alrededor de Christina Levasheff, hay una palpable sensación de tranquilidad. Está sentada en una pequeña mesa en frente de mí. Si bien sonríe suavemente, sus ojos no transmiten la misma emoción. A pesar de su belleza y vivacidad, tiene esa mirada ligeramente atormentada que se suele ver en las caras de padres que han perdido a un hijo.
Alrededor de su cuello, Christina lleva un dije que contiene una fotografía de Judson, quien era un niño de dos años activo y excepcionalmente brillante hasta que, prácticamente de la noche a la mañana, desarrolló síntomas de la enfermedad de Krabbe, una afección intratable que destruye inexorablemente el cerebro. Los mejores médicos del país les dijeron a Christina y a su marido, Drake, que llevaran a Judson a morir a su casa.
Pero Drake, un teólogo cristiano, y Christina tenían otros planes, y empezaron a creer que Dios también. Rezaron por su sanación. Lo mismo hicieron sus amigos, parientes y una vasta red de creyentes que ellos ni siquiera conocían.
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“No planeamos un funeral”, me cuenta. “Tenía en mente esta fiesta para celebrar la vida que íbamos a llevar a cabo cuando Judson se curara. Hablamos acerca de cómo luciría, cuando todo el mundo esperaba un funeral”.
El funeral llegó antes de que Judson cumpliera 3 años. Eso fue hace siete años.
“La gente se me acerca y dice: ‘Dios sí curó a tu hijo. Lo curó en el cielo’”, dice Christina.
Vuelve a sonreír, pero dos lágrimas ruedan por sus mejillas. “Mi respuesta es: ‘Eso no es por lo que recé’ ”.
Estoy allí y, como aquellos amigos bien intencionados, no sé qué decir. Entonces Christina —quien dirige una organización sin fines de lucro para la investigación de la enfermedad de Krabbe (JudsonsLegacy.org)— dice algo que sorprendería a mucha gente.
“Sigo creyendo en el poder de la oración”, dice con firmeza. “Estoy conflictuada, enojada y dolida. Le digo a Dios: ‘No sé cómo conciliar lo que estoy sintiendo con quien tú dices que eres’. Pero sigo creyendo que Dios quiere que lo encontremos desde donde estemos”.
Es esa paradoja de la oración —la creencia de que hay poder incluso en oraciones que parecen ser una carta cósmica sin destinatario— que reconforta y desconcierta a creyentes y escépticos por igual.
Parece que desde que los humanos han soportado los problemas de este mundo, han estado rezando. Los antropólogos dicen que la oración es una de las primeras conductas registradas de los seres humanos. Las pinturas de las cuevas de Dordoña, Francia, bien podrían representar un ritual de oración de 16,000 años de antigüedad.
Al margen de los budistas —e incluso allí encontrarás excepciones—, “no creo que haya ninguna sociedad en la Tierra que no interactúe con dioses y espíritus”, dice Tanya Luhrmann, una profesora de Stanford University quien, mientras escribía uno de los libros más influyentes sobre el tema, ha estudiado la oración en todo el mundo.
Luhrmann y yo estábamos sentados en un comedor en el campus de Stanford. Afuera, brillantes estudiantes evitaban las gotas de un aguacero vespertino, confiados que encontrarán verdades absolutas y calibradas en sus actividades académicas. En libros tales como When God Talks Back (Cuando Dios responde), Luhrmann, de voz suave y una serenidad casi desconcertante, se dedicó a medir lo inconmensurable.
“Desde que se comenzó a escribir para describir la conducta humana, donde hay religión hay oración”, afirma.
En cuanto a la decepción que casi todos experimentan, tarde o temprano, respecto de la oración, Luhrmann sugiere que es, de hecho, parte esencial de la experiencia de la oración. “De hecho”, expresa, “la oración puede ser más reconfortante cuando no es respondida, porque, para muchos, el rezar tiene que ver con nuestra relación con Dios, no con los regalos que recibamos. A veces, los cristianos dicen, 'El hecho de no obtener lo que necesitas materialmente puede llevarte a comprender que Dios quiere que confíes más profundamente en él'.
“Entonces, a menudo los cristianos dicen que Dios sí responde a todas nuestras oraciones. Solo que no nos da la respuesta que nosotros queremos”. Pero, tal como explica Luhrmann, “la oración es una acción. Te hace sentir como si estuvieras haciendo algo, aun cuando todavía no haya ayudado”.
Al igual que muchísima gente, mis primeros recuerdos incluyen oraciones a la hora de acostarme: “Que Dios bendiga a Mami, que Dios bendiga a Papi…” (por suerte, mis padres nunca me obligaron a recitar el aterrador, “Si muero antes de despertar…”). Criado en la fe católica, aprendí de memoria muchas de las oraciones que aún hoy puedo recitar, 40 años después de haber abandonado las oraciones litúrgicas romanas por las improvisaciones libres de los baptistas y, más tarde, los presbiterianos.
Estados Unidos es un país que reza, y nos ponemos más viejos y rezamos más: un impresionante 48% de los estadounidenses de entre 18 y 29 años rezan todos los días, informa el centro Pew; pero para la franja de 50 a 59 años, la cifra asciende a 61%, y los mayores de 70 años son rotundamente devotos: el 70% reza diariamente. Entre los grupos religiosos, el 86% de los protestantes dice rezar todas las semanas, seguidos por el 82% de los musulmanes, el 79% de los católicos y el 44% de los judíos. De los que no están afiliados a ninguna religión en particular, el 65% reza semanalmente.
Los datos estadísticos del centro Pew indican que la mayoría de las oraciones son simplemente mensajes —misivas de alabanza y agradecimiento o pedidos informales de bendiciones no específicas— que se elevan en el curso de la vida cotidiana. Pero entonces aparecen las bengalas de socorro: las súplicas propulsadas por cohetes que requieren la atención de un Dios que, dependiendo de tu sistema de creencias, puede exigir un importante nivel de persuasión o, de lo contrario, está de guardia permanente, esperando con cariño cualquier alerta de emergencia semejante.
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