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Mi primer peregrinaje a Fátima comenzó el 8 de mayo de 1968, cuando tenía 22 años. Con gran expectativa por la caminata de tres días que nos esperaba, mi abuela y yo salimos de nuestra aldea de Gafanha da Boa Hora, al norte de Portugal. El día se hizo noche, y nosotras continuamos nuestro andar a lo largo de la costa, pasando por pueblos y aldeas, uniéndonos a otros peregrinos en el camino y descansando de a ratos en el campo antes de volver a continuar.
Esa primera vez, al igual que todas las otras veces que siguieron, yo llevaba una lista con los nombres de todos los miembros de mi familia. Era una forma de llevarlos conmigo y pedirle a Nossa Senhora que los protegiera. A medida que caminábamos, mi pensamiento se enfocaba cada vez más en mi hermana mayor, Lete. Al igual que muchos en esa época tumultuosa, ella se había ido de Portugal a Venezuela y estaba viviendo allí con su esposo. Había pasado más de un año desde que la había visto y la extrañaba terriblemente.
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A medida que pasaban los días y las noches, mis pies hinchados se llenaron de ampollas, con el largo de las horas sentía mi cuerpo cada vez más pesado, pero mi fe me impulsaba a seguir. Se supone que el peregrinaje es un sacrificio, pero yo sentía que Nuestra Señora me daba fortaleza y confort, caminando a nuestro lado mientras nos acercábamos al santuario. Y entonces, justo cuando piensas que nunca llegarás, aparecen los carteles de la ruta que dicen “Fátima”.
Llegamos a Fátima el 11 de mayo, dos días antes del aniversario de la primera aparición de la Virgen María allí el 13 de mayo de 1917.
Recuerdo perfectamente contemplar el espacioso santuario, ver a otros peregrinos arrastrándose de rodillas, y sentir que el suelo bajo mis pies era sagrado. Cuando entré al santuario la pesadez de mi cuerpo desapareció, sentí que mis pies y mi alma eran livianos como una pluma. Es difícil de explicar a menos que lo hayas vivido, pero visitar Fátima no es solo ir hasta allá, echar una mirada rápida y volver el mismo día. Tienes que estar ahí con tu fe y arrodillarte a los pies de Nuestra Señora y rezar el rosario, reflexionar, dar gracias y sentir su presencia.
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