Vida Sana
La realidad de la pandemia no me golpeó hasta un día a principios de marzo, cuando entré en el supermercado que tengo con mi hija Mackenzie, y parecía que había sido saqueado. Los clientes casi habían agotado nuestra mercadería. Mackenzie y yo nos dimos cuenta de que íbamos a tener que cambiar casi todos nuestros procesos de la noche a la mañana. Hice instalar fregaderos fuera de la tienda para que los clientes pudieran lavarse las manos. Pusimos en línea la mayor cantidad de producto posible e hicimos la entrega gratuita a los clientes mayores o los que tengan algún riesgo.
También reconfiguramos la tienda para proporcionar un amplio espacio para el distanciamiento social y para mantener a los cajeros y clientes a seis pies de distancia. Antes de que abriéramos nuestro mercado hace siete años, el Distrito de las Artes de Los Ángeles era básicamente un desierto de comida. Fuimos uno de los primeros almacenes de víveres en abrir aquí, y siempre hemos jugado un papel importante en unir a las personas a través de nuestros alimentos.
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Mantener a nuestros 30 empleados a salvo es nuestra prioridad. Todo el mundo viene a trabajar cada día con un sentido del deber cívico y del orgullo. Esto era una tienda, y ahora lo es aún más.
Como los restaurantes han tenido que cerrar u ofrecer comida para llevar, la gente está volviendo a la comida de cocción lenta: guisos, sopas, panes. De repente, todo el mundo cocina y hornea. Estamos reabasteciendo sin parar, y nos estresa la competencia, porque tenemos que conseguir mercadería para abastecer nuestros estantes. Pero todos los días, tengo paciencia y reflexiono, algo que no era tan frecuente antes de que la pandemia se afianzara. Esta crisis está ayudando a la gente a volver a lo básico: la amabilidad y la buena comida.
Me preocupan los agricultores. Con los restaurantes y las cafeterías cerradas, las ventas de productos agrícolas han caído hasta un 80% en Los Ángeles, por lo que estamos tratando de ayudar comprando directamente a las fincas. Y me preocupa la comunidad de las personas sin hogar. Estamos muy cerca de Skid Row, y eso me llega al corazón.
Sé que esto pasará. Me enorgullece la forma en que nos hemos reunido por la comunidad y agradezco cómo la comunidad también se ha reunido a nuestro alrededor. Creo que esta conexión persistirá mucho después de que la crisis termine.
Keri Johnson, de 52 años, es propietaria de Urban Radish, una tienda de comestibles en Los Ángeles.
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