Vida Sana
Mi abuela, una inmigrante polaca, hacía que mi madre llevara puesto un collar casero de dientes de ajo para alejar los gérmenes. Lo que el collar hacía era alejar a sus compañeros de escuela, que se escapaban corriendo de ese olor. Coincidentemente, mi madre dice que enfermó de gripe en muy raras ocasiones.
A mí me apabulló con una multitud de creencias y remedios populares que tal vez no tenían respaldo científico. Una manzana al día mantiene al médico en la lejanía. No salgas con el cabello mojado porque te vas a enfermar.
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Durante mi infancia, no me permitían nadar hasta una hora después de comer; de lo contrario, advertía mi madre, me ahogaría. Es cierto que después de comer la sangre se desplaza hacia el sistema digestivo y se aleja de los músculos. No obstante, el Comité Asesor Científico de la Cruz Roja desacredita la existencia de una relación de causa y efecto entre comer y ahogarse, según el informe Old Wives’ Tales and Truths publicado por la Oficina para la Ciencia y la Sociedad de la Universidad McGill.
Muchos médicos rechazan los remedios para la salud no tradicionales. El más extraño que escuché en mi vida fue poner cebollas en las medias para curar un resfrío. Es totalmente infundado. Cuando le pregunté una vez a mi médico internista sobre un remedio casero, me respondió: “Eso es un bubbeh mayseh”, una expresión cariñosa en yiddish que se traduce como “historia de abuelas”.
Los remedios naturales han existido durante siglos, mucho antes de que tuviéramos vacunas contra la gripe y antibióticos. ¿Se trata solo de historias falsas o supersticiones, o hay alguna explicación médica?
Alimentar un resfrío, matar de hambre la fiebre... ¿o es al revés?
Todos sabemos qué mal nos sentimos cuando tenemos un resfrío común. No percibes el sabor de nada y tu apetito desaparece. Es algo natural buscar líquidos reconfortantes, como una sopa, que aunque no haga desaparecer milagrosamente la congestión, te mantiene hidratado. Mi madre solía decir: “Si tratas un resfrío, dura siete días. Si no lo tratas, dura una semana”.
El médico del siglo XII Moses Maimonides aconsejaba a sus pacientes la icónica sopa de pollo para curarse. Hoy, se ha demostrado que la sopa de pollo aumenta el flujo de la mucosidad y tal vez ayude al organismo a combatir los virus. Un estudio realizado por el Dr. Stephen Rennard, científico de la Universidad de Nebraska, halló que la sopa de pollo puede tener propiedades antiinflamatorias. También contiene abundante cisteína, un aminoácido curativo. Los electrolitos de la sopa reemplazan el potasio perdido y combaten la deshidratación. Si preparas tu propia sopa, las mejores verduras curativas que puedes agregar son zanahorias, cebollas y chirivías.
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