El músico y educador Albert Martinez, de 51 años, es el director de mariachi en la Escuela Secundaria de Uvalde y en la Escuela Intermedia Morales en Uvalde, Texas, y el director de artes escénicas para el distrito escolar de Uvalde.
Estaba desesperado. Durante el verano del 2021, mi esposa y yo decidimos mudarnos a San Antonio con motivo de su trabajo. No había oportunidades para mí; la mayoría de las vacantes para el próximo año escolar ya se habían llenado. Si al llegar septiembre aún no podía encontrar trabajo en mi campo como maestro de música, me quedaría sin empleo durante un año completo. Luego un amigo me contó sobre una vacante en Uvalde, ciudad ubicada a una hora y media al sur de San Antonio. La escuela secundaria estaba buscando un director de mariachi. Me dirigí enseguida allí, hice la entrevista, y dos días después conseguí el trabajo.
Había participado en el festival de mariachi tres veces como director de banda en mi ciudad natal, El Paso, así que llegué con mucho entusiasmo. Me imaginé llevando al mariachi de Uvalde a las competencias regionales, luego a las estatales. Pero tenía menos de cinco meses para preparar a los alumnos para las competencias regionales. "Vamos, saquen sus instrumentos. Vamos a empezar", les decía. Pero los estudiantes habían tratado la clase de mariachi como un periodo libre. Pasaban el tiempo acostados en el suelo, usando sus teléfonos. Ni siquiera podía hacerlos mover un lápiz.
Sabía que si quería motivar a estos chicos, primero tendría que conocerlos. Dejé a un lado la música y simplemente hablé con ellos. "¿De dónde eres? ¿Qué equipo de fútbol americano te gusta? ¿Cuál es tu canción de mariachi favorita?". Fue entonces cuando las cosas empezaron a cambiar. Poco después, dos chicos comenzaron a tocar instrumentos. Luego cuatro. Y después eran 10, 15. El miércoles antes del Día de Acción de Gracias, les dije: "Chicos, miren alrededor del aula. Todos tienen un instrumento en sus manos. Que alguien tome una foto. ¡No queremos olvidar este día!".
En febrero del 2022, fuimos a las competencias regionales y nos dieron una paliza. Pero yo estaba feliz porque los chicos pudieron ver a muchos otros mariachis tocar. Vieron lo que estaba tratando de inspirarlos a ser, y cuando volvimos a casa, los estudiantes de undécimo grado dijeron: "Ahora sabemos lo que se necesita, y el próximo año lo lograremos".
"Está bien", dije. "Vamos a trabajar".
Luego ese mayo sucedió el horrible tiroteo en la Escuela Primaria Robb, en Uvalde. Toda nuestra ciudad estaba conmocionada y devastada. Aun así, durante los ensayos, yo intentaba mantener la normalidad. El aula de la clase de banda era un lugar donde los chicos podían tocar música sin tener que preocuparse por lo que sucedía en el mundo exterior.
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