Vida Sana
Cada noviembre celebramos a los que han prestado servicio militar, incluido el menos del 1% de nuestra población que, en forma voluntaria, presta servicio militar actualmente. Aunque a menudo prestamos atención y hacemos elogios al veterano, especialmente al que ha sido lesionado o herido, la familia y los cuidadores merecen igual atención y gratitud de nuestra parte.
Los tres cuidadores cuyos perfiles presentamos a continuación no interpretan sus papeles como un trabajo, sino como parte de su vida. Sus palabras y devoción contienen sabiduría para todos nosotros.
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El esposo como cuidador
Brian Vines, de 58 años, y su esposa, Natalie, de 49 años, se conocieron en las fuerzas armadas cuando ambos fueron destacados a Fort Bragg, Carolina del Norte, la sede de las fuerzas aéreas y de operaciones especiales.
“Teníamos tanto en común”, afirma Brian, nacido en Texas. “Hablamos el mismo lenguaje y entendemos por qué actuamos de la manera en que lo hacemos. Ambos tenemos una sólida fe en Dios, lo cual nos ha ayudado a superar momentos difíciles”.
En el 2005, mientras estaba apostada en Irak, Natalie fue herida en una explosión y padeció una lesión cerebral traumática (TBI) sin diagnosticar que se manifestaba con migrañas severas. Al igual que muchos miembros de las Fuerzas Armadas que simplemente deseaban continuar prestando servicio, Natalie hizo su mejor esfuerzo por esconder los síntomas. Pero en el 2009 padeció otra TBI que dio lugar a un trastorno convulsivo, un trastorno cognitivo y un trastorno severo por estrés postraumático (TEPT). Estas lesiones dieron lugar a que la retiraran del servicio militar por motivos médicos y a lo que Brian describe como “tocar fondo”, a causa de la frustración de Natalie por sus dificultades de encontrar las palabras para expresarse y sus pensamientos suicidas.
“No quiero caer en estereotipos, pero, como hombre, no necesariamente estaba programado para ser cuidador”, confiesa. “Pero a consecuencia de sus lesiones, tuve que aprender lo que ella necesitaba desde un punto de vista emocional y físico. En ese entonces, no me veía como un cuidador, simplemente pensé que eso es lo que hace un esposo que se preocupa”.
A través de la conexión con organizaciones como la Elizabeth Dole Foundation (enlace en inglés) y el Wounded Warrior Project (enlace en inglés), Brian aprendió a identificarse como un cuidador. Más importante aún, supo que no estaba solo. Se encontró con otros hombres que eran cuidadores con quienes pudo hablar sobre los desafíos singulares de asumir e identificarse con este papel, y también pudo abogar por otros.
“Muchas personas consideran que las discapacidades son lo peor que podría pasar, pero de muchas maneras la experiencia y el compartir nuestra historia nos ha acercado más de lo que de otro modo jamás hubiéramos hecho”, afirma Brian, quien se enfrenta con su propio TEPT diagnosticado a causa de los servicios que prestó en Irak en dos ocasiones.
Un desafío inicial —pedir ayuda— fue cuestión de orgullo. “Al principio sentí que tenía que estar a cargo y al mando, que no debía pedir ayuda porque, de alguna manera, eso me hacía sentir que estaba fallando”, dice. “Pero ese es un estigma que ahora estoy trabajando activamente para reducir. Cuando Natalie regresó a casa, decidí que si yo iba a ser un cuidador, iba a ser el mejor que podía ser”.
Brian ayuda a Natalie con una variedad de tareas que incluyen la administración de medicamentos, asistir con su equilibrio y movilidad, y ayudarla a entender conversaciones e instrucciones escritas, entre otras actividades diarias. Les advierte a todos los cuidadores que “la fatiga de la compasión” es algo real: “Si no sacamos tiempo para nosotros durante el día, aunque sea poco, nos hacemos menos útiles. Si constantemente damos prioridad a las necesidades ajenas y nunca atendemos las nuestras, no nos enfrentamos a nuestros propios problemas”.
Los Vines tienen un nuevo propósito en la vida, y la misión de ser anfitriones informales de combatientes heridos y sus cuidadores, en una casa que están construyendo en Alabama. El sueño es que varias familias visiten, compartan historias, formen conexiones y comunidad, y aprendan a surfear en la estela de una lancha.
“Es necesario que las personas recuerden que no están solas”, afirma Brian. “Su historia no tiene que ser una tragedia en la que sus lesiones hacen que se separen. Puede ser una historia de amor en la que sus experiencias hacen que se acerquen más”.
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