Vida Sana
Siempre supe que mi padre era un hombre tan brillante como excéntrico. Nació en Praga, República Checa, en 1928, y como era mitad judío calificaba para el exterminio nazi. Su familia emigró a Argentina un mes antes de que cerraran la frontera de, en ese entonces, Checoslovaquia. De adulto trabajó para las grandes petroleras, pionero de los modelos matemáticos utilizados en la administración de la gasolina. Se jubiló temprano para dedicarse a sus intereses: leer sobre la actualidad y cultivar una obsesión laberíntica por la música clásica.
Desde que me mudé a Estados Unidos a los 20 años, recuerdo a mi padre disfrutando la tercera edad con absoluta plenitud. Cenaba solo a la medianoche en uno de sus restaurantes favoritos y volvía caminando del cine de trasnoche a las 3 de la mañana. Los fines de semana los pasaba en la casa de su novia y actual pareja, una relación que le aportaba contención emocional por ser un hombre de naturaleza solitaria. Varias veces expresé mi preocupación sobre el alocado ritmo de este jovenzuelo que, cobijado por su intensa hipocondría, llegó a los 89 sin demasiados contratiempos.
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Pero el inexorable paso del tiempo hizo de las suyas y este año comenzaron los problemas. Una noche de abril, mi padre sintió dolor en el pecho y se trasladó a una clínica en taxi. Un examen reveló que las tres arterias principales de su corazón estaban completamente bloqueadas. Durante la angioplastia inicial tuvo un infarto y estuvo muerto durante cinco minutos mientras los cirujanos luchaban por revivirlo. Despertó en la clínica sufriendo alucinaciones, imaginándose preso en un campo de concentración nazi. Le habían colocado siete stents para facilitar el flujo de la sangre a su corazón.
A los pocos días regresó a su departamento para continuar con su recuperación. Más allá del alivio que sentí al principio (inicialmente su prognosis de salir con vida era de 20%), comenzó un problema que no parecía nada fácil de resolver.
¿Cómo hacer para cuidar a mi papá de la mejor manera posible, pero a larga distancia? Mientras que mi trabajo como periodista independiente me da la posibilidad de visitarlo con frecuencia, mi familia vive en Los Ángeles, y dejar Estados Unidos es una idea imposible.
El primer paso fue armar un equipo de trabajo. Llegué a Buenos Aires unas pocas semanas luego del incidente, y respiré tranquilo al ver que no me encontraba solo en esta empresa. Lejos de abandonarlo en tiempo de crisis, la pareja de mi padre estaba completamente involucrada en los detalles de su cuidado. Y mi sobrina Vanessa estaba ansiosa por contribuir con tiempo y dinero, habiendo establecido una relación entrañable con su abuelo.
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