Vida Sana
Christopher* es un padre divorciado de 55 años. También es el cuidador principal de su madre de 78 años.
“Ha sido una curva de aprendizaje enorme”, dice. “No sabía en qué me estaba metiendo”.
Su madre, con un diagnóstico de demencia poco antes de mudarse al apartamento de su hijo, también es HIV positiva desde hace 30 años tras una transfusión de sangre. Bajo cuidados para pacientes terminales, la mujer había estado viviendo con su madre, dice Christopher, hasta que “los servicios sociales vinieron y dijeron que mi madre no podía seguir viviendo allí. [Una mujer de 90 años] no puede cuidar de una persona de 78”.
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“Iban a ingresar a mi madre en un hogar de ancianos, y estos no eran buenos. Fue entonces cuando intervine y dije: ‘Mi madre se puede mudar conmigo’”, cuenta. “Esto fue hace dos años”.
Christopher, de San Clemente, California, dice que su madre y su difunta abuela tenían una relación poco saludable y “solían pelearse mucho”. Su propia relación con su madre es complicada.
“Nunca hemos estado de acuerdo”, reconoce. “No teníamos una buena relación. Era más bien negligencia. No fue la mejor madre”.
Resistencia al cuidado
Christopher y otros como él enfrentan al cuidado de uno de sus padres, de su pareja, de un hermano o de un pariente con el que han estado en conflicto. En algunos casos, estos cuidadores familiares se enfrentan a agresiones verbales o algo peor por parte de la propia persona a quien cuidan diariamente. Puede tratarse de un hijo adulto cuyo padre mayor ha sufrido un cambio drástico de personalidad a causa del Alzheimer u otra enfermedad. Puede tratarse de un esposo o esposa postrado en la cama que abusa verbalmente del cónyuge que lo cuida. Estos cuidadores tienen pocas opciones. No pueden abandonar a una persona indefensa, pero es posible que no tengan los recursos financieros para contratar incluso un relevo a tiempo parcial si logran encontrar a alguien. Y aunque un centro a largo plazo suele ser el último recurso, tanto los cuidadores como quienes reciben los cuidados pueden dudar en dar ese paso, dejando que los cuidadores lidien con un entorno inestable.
Este comportamiento negativo se anticipa con ciertas enfermedades, como la demencia, “porque incluso un mínimo grado de degeneración o atrofia en los lóbulos frontales del cerebro puede dar lugar a una gran cantidad de comportamientos agresivos”, afirma Melinda Lantz, psiquiatra geriátrica del Mount Sinai Beth Israel en la ciudad de Nueva York.
“Es muy común que en el curso de su enfermedad las personas con demencia sean abusivas verbalmente y quizás más tarde, físicamente”, explica. “Se debe a que [el cuidador] intenta proporcionar atención y la persona se resiste”.
Los datos federales (en inglés) más recientes sobre el cuidado de personas revelaron que casi un tercio de los cuidadores (31.3%) prestan 20 o más horas semanales de cuidados, y más de la mitad (53.8%) han prestado cuidados o asistencia durante 24 meses o más. De todos los cuidadores, apenas algo más del 10% proporcionaron cuidados o asistencia a amigos o familiares con demencia u otro deterioro cognitivo.
La gerontóloga Jennifer Wolff afirma que un derrame cerebral —según la gravedad— puede provocar problemas de conducta relacionados con la demencia.
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