Vida Sana
"Will you still need me? Will you still feed me? When I’m 64”... (¿todavía me necesitarás, todavía me darás de comer cuando tenga 64 años?) se preguntaba un Paul McCartney de 25 en la canción “When I’m 64” de los Beatles en el álbum Sgt. Pepper’s, en el estilo de un brioso número musical inglés de la generación de su padre. Eso era en 1967, cuando la expectativa promedio de vida en Estados Unidos era de solo 70 años (en inglés) y los 64 debieron de haber sido sinónimo de ancianidad para el joven McCartney. Actualmente, nuestra expectativa promedio de vida es de 79 años, y muchas personas de 64 corren maratones, se vuelven a casar (en inglés) y están en la cima de su potencial en una segunda o tercera carrera.
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Esa canción me vino con fuerza a la mente hace poco, cuando celebré mi cumpleaños número 64. Por suerte —pensé— todavía estoy robusto y fuerte y no necesito que nadie me dé de comer o me cuide de alguna otra manera. Tampoco quiero que alguien tenga que ocuparse alguna vez de mí, no importa cuánto tiempo viva. Cuando tenía algo más de 50 años fui el cuidador principal de mi madre y de mi padrastro, y me sentí abrumado por sus necesidades. Eran personas orgullosas que, a su vez, resentían el hecho de que dependían de mí. A los 64, o 74 u 84, yo no quiero tener una experiencia similar y depender de mis hijos adultos y abrumarlos.
Sin embargo, mientras reflexiono sobre el punto en el que me encuentro en este momento, presiento que se aproximan cambios que no quiero. Es cierto, me duelen las rodillas y la espalda y ahora no tengo el vigor para estar despierto toda la noche como lo hacía cuando era un incansable joven de veintitantos años; esos cambios son de esperar. Pero hay más. Durante unas vacaciones recientes en auto con nuestra hija de 30 años, fue ella quien condujo todo el tiempo; yo estuve relegado al asiento del acompañante. Ese hecho me pareció simbólico de cierta forma, como si ella estuviera dirigiendo sutilmente mi vida, cuando yo había ayudado a dirigir la suya durante tantos años.
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