Vida Sana
La edad promedio en la que una persona comienza a desempeñarse como cuidador es de 49 años. A esa altura, la mayoría ha experimentado enfermedades o muertes en sus círculos íntimos.
Yo tenía 30 años cuando comencé a ser cuidadora, y no había tenido muchas conversaciones con mis familiares mayores sobre el papel que desempeñaría si ellos llegaran a necesitar un cuidador. Mi madre solía decir que si en algún momento ella llegara a sufrir de demencia avanzada y ya no me reconociera, yo no debería tratar de cuidarla en casa. Me pidió que le buscara un buen centro de enfermería donde pudieran asegurarle que tendría un martini todos los días, y eso era todo lo que necesitaba. Nunca anticipamos que terminaría con un cáncer grave y médicamente complejo en la mediana edad. Debido a la naturaleza súbita y grave del cáncer, le resultó difícil comunicarse. Yo tuve que definir un montón de cosas a medida que iban surgiendo y me perdí la oportunidad de tener algunas conversaciones importantes con ella, conversaciones que todavía hoy deseo hubiéramos podido mantener.
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Como abogada y defensora de los cuidadores, he hablado con miles de personas sobre el cuidado de un ser querido y sus experiencias. Me relataron casos de confesiones en el lecho de muerte, oportunidades y conexiones desperdiciadas, remordimientos por cosas que no se dijeron o alivio porque no se dejó nada sin decir. La lamentación que escuché con más frecuencia es no tener conocimiento completo sobre qué hacer ni contar con un mapa que lo indicara. Lo que deseamos es lo mejor para nuestro ser querido… de ser posible, con su opinión. Eso solo puede suceder si tenemos conversaciones prácticas, y a veces difíciles. Si bien no recomiendo planificar la revelación de un secreto familiar en el lecho de muerte o de riquezas familiares perdidas y ocultas en el colchón de la habitación de huéspedes, estas son las conversaciones que considero que todos deberían tener.
Cuando estás sano
¿Hay enfermedades o trastornos recurrentes en la familia?
Cuanto más sepas sobre la salud de tus predecesores, mejor informados estarán tú y tus proveedores de atención médica. Yo me enteré al inicio de mi primer embarazo de que soy portadora de un trastorno genético poco común. Cuando mis hijos lleguen a la edad en la que quieran formar una familia, sabrán que existe la necesidad de pruebas para ellos y su pareja. Si tus médicos lo recomiendan en algún momento, hazte pruebas genéticas para revelar mutaciones de genes que aumentan el riesgo de ciertas enfermedades, y luego discute los resultados con tu familia. Estar al tanto de las enfermedades y los trastornos conocidos de las generaciones precedentes —y mejor aún, documentarlos y compartirlos con tus familiares— podría marcar la diferencia entre la vida y la muerte para tus descendientes y otros miembros de tu familia.