Vida Sana
| Estamos a mediados de marzo en Baton Rouge, Luisiana, y el Dr. Donnie Batie ha perdido a uno de sus familiares más cercanos, su cuñada Gertie. Sin embargo, no habrá funeral, ni abrazos o flores. El duelo se llevará a cabo por teléfono. Y la ceremonia conmemorativa, en la que una familia religiosa como los Batie se reuniría para rezar, cantar y llorar por la persona fallecida, no se realizará hasta dentro de muchos meses. El coronavirus ha llegado al sur.
La cifra de muertes a causa de la pandemia está aumentando en todo el mundo, y ahora la ciudad natal de Batie, Baton Rouge, está en la mira. Tal vez nadie sea más importante para esta crisis que este médico de 66 años, elegante, apuesto, de barba discreta y totalmente imperturbable; uno de las pocas docenas de geriatras de todo el estado. En la crisis del coronavirus, son sus pacientes quienes tienen más probabilidades de morir por la enfermedad misma o por los tantos otros trastornos que no se pueden tratar mientras el sobrecargado sistema de atención de salud lucha por hacerle frente a la pandemia. Luisiana ha tenido más de 2,000 casos y 153 muertes, pero Batie aún no ha perdido a ningún paciente debido a la COVID-19.
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“Casi todos mis pacientes tienen síntomas leves y la gran mayoría están bien”, señala. Pero eso no significa que él no se haya visto afectado. Su paciente de más edad tiene 103 años y contrajo coronavirus, pero hasta ahora se encuentra estable en un centro de enfermería especializada. “La ha estado revisando cada pocos días. Hasta ahora se encuentra bien”, señala Batie. Una mujer de sesenta y pico de años que fue paciente de Batie durante muchos años perdió a su padre por el virus, y fue Batie quien la ayudó a ella y a su familia a procesar la muerte.
“Lamentablemente, lo he hecho muchas veces”, señala. “Una de las cosas que enfrentan los geriatras es la muerte”. Por lo general, Batie pierde cerca de un paciente por mes, con frecuencia por enfermedades cardíacas. Le pregunto cómo encara el diálogo con alguien que acaba de perder a un ser querido en tiempos normales, y mucho menos en este momento, cuando los enfermos ni siquiera pueden recibir visitas en sus últimos momentos.
Batie hace una larga pausa.
“Soy un médico creyente”, señala, “y supongo que con el tiempo he desarrollado una serie de destrezas con las que puedo trabajar durante esa separación. No hablo solo del aspecto médico. Expreso la creencia de que solo estamos de paso en este mundo, que para nosotros este es solo un lugar temporal”.
Una escasez crítica
Incluso antes de que el mundo hubiera escuchado la palabra “coronavirus”, Batie ya estaba en el epicentro de una creciente crisis de salud. La escasez de geriatras en todo el país es impactante: existen solo cerca de 7,000 médicos que tienen la capacitación específica necesaria para atender la combinación única de enfermedades que pueden acechar a alrededor de 49.2 millones de personas de 65 años o más.
Pocos estados enfrentan una crisis de geriatras tan grave como Luisiana. Según un informe que preparó el American Board of Medical Specialties en el 2018-2019, Luisiana tiene solo 55 geriatras. Eso equivale a casi un geriatra por cada 13,016 posibles pacientes.
Según Batie, “el sistema está colapsado”.
El mismo Batie se encarga de alrededor de 2,000 pacientes, de los cuales 1,200 son adultos mayores. Ante una crisis de salud, Batie es exactamente el tipo de médico que querrías que se ocupara de tu cuidado: como un piloto de combate, es lacónico y muy organizado, un trabajador empedernido por naturaleza y necesidad. Si eres geriatra en Estados Unidos, es la única manera de sobrevivir. Batie trabaja todos los días de la semana, con frecuencia desde las 7 de la mañana hasta la medianoche, y atiende pacientes no solo en su consultorio sino también en cinco hogares de ancianos de la zona.
Su teléfono es “su cordón umbilical”, dice su esposa, Veris. Les da su número a sus pacientes y recibe llamadas en medio de la noche. Batie ha ayudado a sus pacientes a conseguir trabajo, ha asistido en el parto de sus nietos y los ha orientado en momentos difíciles de la vida. Enfrenta cada crisis con un firme optimismo sureño, incluso la pandemia de COVID-19.
“La situación ha puesto de manifiesto la atención de los adultos mayores”, señala, mirándome a los ojos, “y con suerte se podrá convertir en algo bueno”.
“Me he preguntado cómo mantiene la fuerza ante todo esto”, me dice Veris, pero ella tampoco conoce el secreto. “Lo que sé”, dice, “es que es un hombre muy compasivo, y se preocupa mucho por sus pacientes”.
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