Vida Sana
La palabra Zoom nunca había formado parte de mi vocabulario. La pandemia la trajo y, de momento, la tecnología se convirtió en algo esencial para los maestros y los alumnos. Para mí fue una nueva aventura.
Soy maestra desde hace más de cuarenta años. Llevo 15 años en mi actual escuela, Dr. Michael D. Fox Elementary, en Hartford, Connecticut. En los últimos años he enseñado English as a Second Language (ESL).
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La escuela está situada en un barrio de familias de bajos ingresos o lo que en Estados Unidos se conoce como inner city. Todos los padres son trabajadores, es una población que necesita trabajar. Todos, incluso los maestros, necesitamos trabajar y necesitamos el pan de cada día. Mis alumnos son hispanos, la mayoría han llegado de Puerto Rico y Sudamérica y aunque hablan inglés su vocabulario es muy limitado. Es ahí donde entro yo a apoyar su educación.
Antes de la pandemia de la COVID-19 nosotros teníamos un poquito del gusto de lo que era la enseñanza en línea o virtual porque teníamos programas o plataformas que siempre las usábamos con la enseñanza de lectura y vocabularios, pero no estábamos al nivel de clases virtuales a tiempo completo.
La aventura se convirtió en el día a día
De momento, cuando cerramos la escuela por la pandemia, la tecnología se convirtió en lo esencial. Los maestros recibieron el cambio con muchísimo entusiasmo y a los niños, la parte electrónica, les fascina. Al principio fue una aventura para todos, pero después se dieron cuenta que era real school, parte de todos los días.
Pero no fue una tarea fácil. Algunos niños no tenían la facilidad del internet. En un sinnúmero de casos teníamos padres enfermos o padres que tenían otras crisis y los abuelos tenían que cuidar de los nietos. Ellos no podían manejar los equipos y las demandas de la tecnología.
Yo trataba de hablar con cada una de las 30 familias de mi clase al menos tres veces por semana. Cada lunes, los llamaba por teléfono para ver cómo estaba todo y para asegurarme de que no había más crisis. Eran bien abiertos y muchas veces cuando llamaba me contaban lo que estaba pasando y me decían, ‘los niños no están aquí, tuvieron que irse a casa de un familiar’. Muchos no estaban trabajando y estaban enfrentando muchos cambios en sus vidas.
Esta pandemia nos trajo un nivel de intimidad con las familias que antes no existía en la escuela. Con las clases virtuales yo veía a mami, al hermano, al perro, al gato. Todos querían su momento en cámara con las clases a través de Zoom.
Esta interacción con las familias me hizo recordar a mis maestros que eran el ejemplo de buenos modales, buenas acciones. Yo me crie en Brooklyn, Nueva York, en los años 60, y experimentamos problemas parecidos a los que estamos ahora viviendo. Yo le di mucho valor a la educación, a mi familia con una abuela en casa porque mi mamá también trabajaba. Ahora con mis alumnos veo también a esos niños con sus abuelos, tíos, esa familia extendida que te apoya cuando uno más lo necesita.
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