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Cómo encontré una solución a mi depresión

Décadas de medicamentos y terapias no funcionaron. Pero en lo que parecían ser mis momentos más difíciles, una terapia alternativa me rescató.


spinner image Imágenes una al lado de la otra de Clinton Colmenares vistiendo un traje (izquierda) y sentado con las manos en la cara (derecha)
Cortesía de CLINTON COLMENARES

Un imán del tamaño de una lonchera se ha colocado junto a mi cabeza. El técnico que lo ha colocado ahí, satisfecho, se aleja y enciende una máquina que hace un ruido fuerte y rápido, como un golpeteo, mientras envía ondas magnéticas a través de mi cerebro.

Estoy aquí porque he estado estancado en una grave depresión durante un año y medio. Esta terapia, llamada estimulación magnética transcraneal, o EMT, ha sido muy recomendada; sin embargo, parece ser una opción de último recurso tras tantas otras terapias fallidas. “Esto tiene que funcionar”, me digo. Si no funciona, se me acabaron las opciones.

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He lidiado con la depresión la mayoría de mi vida adulta; a pesar de sus desafíos, he seguido adelante. Pero cuando cumplí 50 años, comencé a preocuparme más sobre la enfermedad y mi futuro. En la oficina de mi psiquiatra un día de verano hace unos años, ella me preguntó si tenía alguna pregunta. “Sí”, dije. “¿Qué pasará cuando me quede sin opciones?”.

Sabía que eso podría suceder. A lo largo de las décadas, he probado casi todos los antidepresivos disponibles: Prozac, Wellbutrin, Zoloft, Paxil, Celexa, entre otros, con un éxito limitado. Aproximadamente el 30% de los adultos en Estados Unidos diagnosticados con depresión no reciben alivio de las terapias estándar (en inglés), o los tratamientos simplemente dejan de funcionar, según un informe del 2021 publicado en la revista The Journal of Clinical Psychiatry. Considerar esa posibilidad era como no ver la luz al final del túnel.

Un porcentaje pequeño pero significativo de hombres con depresión se quitan la vida. No quería eso para mí. Tenía una hija adolescente. Desde que su madre y yo nos divorciamos en el 2017, mi hija y yo habíamos comenzado a hacer viajes cortos juntos, solo los dos, a Boston, Washington, Nashville. No quería dejar que mis problemas la afectaran a ella ni afectaran nuestra relación. 

Pero tras el comienzo de la pandemia en el 2020, los viajes se detuvieron. Vivía solo en un pueblo pequeño. Como trabajaba desde casa, no salía a ver a nadie, y mi depresión comenzó a empeorar. Luego, como temía, mis medicamentos dejaron de funcionar. Se evaporó el placer que todavía podía encontrar en mi vida.

Siempre me ha encantado cocinar, preparar comidas desde cero o recrear platos que había comido en restaurantes. Ningún plato era demasiado intimidante. Incluso cociné mole, la salsa de la ciudad natal de mi padre en Oaxaca, México. Uso chocolate, chiles y dos docenas de otros ingredientes. La depresión me quitó ese placer. No tenía la energía para cocinar, ni el interés. Empecé a comer fuera con mucha frecuencia y a dormir más: ocho horas por la noche y varias horas durante el día. Perdí el contacto con mi hija. Sentía que me adentraba en el túnel oscuro. Mi mente estaba llena de pensamientos suicidas, lo que me llevó a pasar cinco días en un centro de salud mental. 

Fue ahí donde comenzó mi viaje hacia terapias alternativas contra la depresión. Un psiquiatra recomendó la terapia electroconvulsiva, o TEC, aparentemente el estándar de referencia para la depresión resistente al tratamiento. Me explicó que en la TEC, se envía una corriente eléctrica a través del cerebro, lo que provoca una convulsión. La mía duró unos 30 segundos. Los estudios han demostrado que el procedimiento puede cambiar la química cerebral y aliviar eficazmente la depresión. Mi propia psiquiatra pensó que era una buena idea. Seguiría tomando medicamentos, pero agregaría estimulación cerebral para mis pensamientos suicidas. Recibir una corriente eléctrica en el cerebro me provocaba ansiedad, pero también me sentía lo suficientemente desesperado como para intentarlo.

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Prueba #1: terapia electroconvulsiva

Me inscribí en un curso estándar de TEC: tres tratamientos a la semana durante cuatro semanas. Primero, un enfermero insertaba un protector bucal grueso de espuma para proteger los dientes y la lengua, y luego colocaba una mascarilla de plástico transparente sobre la nariz y la boca. Se fijaba una bolsa plateada de oxígeno puro a la mascarilla. Cada vez, tenía la sensación de que caía en una nube química y perdía el control de mi cuerpo y mente.

Mientras el oxígeno fluía, un médico venía y conectaba tres almohadillas del tamaño de una moneda de cinco centavos con electrodos a mi pecho y sien. Un anestesiólogo me inyectaba, y yo perdía el conocimiento en segundos. El procedimiento duraba unos minutos, la anestesia desaparecía en 30 y una enfermera me llevaba a la puerta principal. Debido a que en cada tratamiento se administra anestesia, no se debe conducir; un amigo tenía que llevarme a cada sesión y recogerme. 

Después del primer tratamiento, sentí un dolor abrumador en la mandíbula. A menudo me metía en la cama, agotado, y dormía el resto del día. Al final de cuatro semanas, la TEC no había mejorado mi depresión. Me sentí desanimado, como si no hubiera superado una prueba que la mayoría de las personas superan fácilmente. Algunos efectos secundarios todavía persisten: la pérdida de memoria es un efecto frecuente. Mis recuerdos de ese tiempo son como una manta carcomida por las polillas. De vez en cuando, el nauseabundo olor de la bolsa que me administraba oxígeno puro, dulce con un matiz químico, me llena la nariz inesperadamente. 

Prueba #2: esketamina

Seis meses después de la TEC, leí sobre la esketamina, específicamente la versión en aerosol nasal, llamada Spravato, aprobada por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) en el 2019. La esketamina es una sustancia química prima de la ketamina, que ha existido desde los años 60 y se usa tanto para fines médicos como recreativos. Recientemente, se ha demostrado que funciona para la depresión resistente a los medicamentos. Mis esperanzas aumentaban con todo lo que leía. Mi psiquiatra pensó que podría funcionar, así que unos meses después, visité a un psiquiatra que se especializa en el uso de Spravato.

En una sala de conferencias oscura, me senté en un sillón reclinable afelpado, y un técnico me dio una botella de aerosol. Rocié el medicamento en ambas fosas nasales y cerré los ojos. Durante una hora, escuché ruidos distorsionados que sonaban como un aire acondicionado que se encendía, un timbre que sonaba una y otra vez, puertas que se abrían y cerraban. Formas geométricas en tonos suaves marchaban en mi mente desde todas las direcciones. Al principio, pensé que las sensaciones significaban que el medicamento estaba funcionando. Pero después de varias semanas de sesiones dos veces por semana, mi depresión y mi ansiedad empeoraron. Seguía teniendo pensamientos suicidas.

Dos de los tratamientos más prometedores no habían funcionado para mí. Me estaba adentrando más en el túnel y perdiendo la esperanza de que algo pudiera aliviar mi depresión. ¿Tendría que dejar mi trabajo, solicitar beneficios por discapacidad, mudarme a una ciudad donde otras opciones, como la estimulación cerebral profunda o la microdosificación del psicodélico psilocibina, estuvieran disponibles?

Prueba #3: estimulación magnética transcraneal

Había una alternativa más en un lugar al que podía conducir: la estimulación magnética transcraneal. Así fue como terminé con un imán sobre mi cabeza. Leí que en un estudio en Stanford, casi el 80% de las personas con depresión grave ya no tenían depresión después de cinco días de tratamiento. Pero desconfiaba más de lo que había desconfiado de los otros dos tratamientos. ¿Las ondas magnéticas de alguna manera restaurarían el equilibrio químico de mi cerebro desequilibrado, específicamente en el área que regula el estado de ánimo? No podía imaginar cómo funcionaría, pero mi médica lo recomendó. Y mis amigos, increíblemente leales, cuyas esperanzas aumentaron y disminuyeron cuando intenté y fallé con la TEC y el Spravato, me preguntaron qué tenía que perder. Sentí que no tenía otra opción que intentar. Mi curso fue una vez a la semana durante seis semanas. (Los médicos de la Universidad de Stanford han reducido el tiempo total de tratamiento a varias sesiones durante cinco días. Su método recibió la aprobación de la FDA en septiembre del 2022).

No sentí nada con la EMT; solo dormí una siesta y conduje a casa después. Durante todo el tratamiento, no sufrí disociación, no aluciné, no tuve convulsiones ni sentí dolor. Pero estaba cambiando. Después de seis semanas, mis amigos me dijeron que parecía diferente, más ligero. Durante las conversaciones, no estaba agitado ni nervioso. Contaba chistes y pensaba: “¡Soy gracioso!”. ¿A qué se debió eso? Mi cerebro estaba relajado y yo no estaba distraído. No dormía tanto. Cociné una tortilla francesa. ¡Y estuvo deliciosa! Poco a poco me di cuenta de que no estaba deprimido. Era como ver una cicatriz sanar lentamente y un día darte cuenta de que ya no la puedes ver. Había salido del túnel, y los cielos resplandecían.

Más de dos años después de mi tratamiento con la EMT, me siento muy bien, mucho mejor de lo normal porque mi estado “normal” era estar inmerso en la depresión. Después de años de prueba y error, finalmente encontré el tratamiento adecuado. La experiencia fue frustrante, y a veces aterradora, al no saber si algo estaba funcionando.

Si pudiera volver a hacerlo, habría comenzado con la EMT, la terapia menos invasiva. Pero sé que los médicos recomiendan la TEC debido a su largo historial. Y sé que la TEC y el Spravato funcionan para muchas personas. Supongo que la lección que aprendí no es darme por vencido. Si no hubiera estado dispuesto a probar la TEC cuando me sentía más desesperado, tal vez no habría encontrado el camino a la terapia que funcionó. Si entras en un túnel, pídele a tu médico opciones y pruébalas todas hasta que una funcione.

Si tú o algún ser querido está considerando suicidarse, llama, envía un mensaje de texto o habla por chat con la Línea de Prevención del Suicidio y Crisis al 988.

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