El director Luis Ortega no pretende escudriñar la psicología del personaje, solo recrear el ambiente de desenfreno que imperaba en el verano de 1971; un momento en el que ser joven te daba licencia para romper las reglas y deambular sin rumbo con el cabello al viento. En esas andaba Carlitos, como se le llamaba por su angelical figura al joven de ojos azules y rizos rubios, cuando reflexiona: “¿La gente esta loca? ¿Nadie considera la posibilidad de ser libre? ¿Andar por donde se le antoje?”. Él, evidentemente sí. Al pasar por una lujosa mansión decide que se puede meter aprovechando que los dueños no están. Ya dentro, se sirve un whiskey y prende el tocadiscos. Al escuchar los acordes de la canción “El extraño de pelo largo” se pone a bailar. Después de embolsarse varias joyas, descubre una motocicleta en el garaje, se monta y regresa a su casa en un vecindario de clase media. Cuando su madre le pregunta que de dónde la sacó, le responde con dulzura que un compañero se la prestó. Carlitos es hijo único y sus padres, que sufren por su conducta, acaban de matricularlo en una escuela privada ahora que salió de un reformatorio, con la esperanza de que se corrija. Él les asegura que así será. ¿Quién podría dudar de semejante querubín?
En la nueva escuela, Carlitos se hace amigo de Ramón, quien no solo parece, sino que es, un pillo. José, el padre de Ramón, acaba de salir de la cárcel y esta iniciando a su hijo en el oficio de robar. Cuando Carlitos se les une, José aprovecha la osadía y amoralidad del adolescente. Con su asesoría, los jóvenes se embarcan en una serie de robos. Pistola en mano, Carlitos se revela como un verdadero psicópata que dispara a la menor provocación. Cuando lo atrapan en 1972, Carlitos había cometido once asesinatos y más de 40 hurtos, secuestros e intentos de violación. El caso lo convierte en una celebridad. La prensa argentina se refería a él como "El ángel exterminador” y adjudicaba su criminal conducta a una relación “malsana” con Ramón. Ortega introduce casualmente algunos elementos homoeróticos, pero no se detiene en eso. De hecho, eran conjeturas porque nadie se podía explicar que un joven que al parecer lo tenía todo, se hubiera descarriado de esa manera. El mismo reporte psiquiátrico certificaba que no había nada que justificara su psicopatía. En realidad, Carlos, como se nos presenta en el filme, no era sino el producto distorsionado de su tiempo; uno en el que había que desconfiar de quienes tuvieran más de 30 años, y donde ser un jefe de familia asalariado era visto como una trampa burguesa.
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A pesar de lo sórdido del tema, El ángel no se regodea en la violencia. Al contrario, los tonos vivos y color pastel típicos del cine de los 70 le dan al filme el aire de un cómic. Su estilo casual y despreocupado es análogo a la desfachatez con la que Carlitos cometía sus tropelías. Aunque escapa la definición, si algo se puede decir de El ángel es que es una película irónica. Empezando con que el director es hijo de Palito Ortega, el símbolo más acabado de los musicales que presentaban a la juventud de los años 60 —antes de que se les asociara con sexo, drogas y rocanrol— como ingenuos muchachitos.
Ortega utiliza el mismo tono inocente de esos romances veraniegos en los que aparecía su padre, excepto que, en lugar de embarcarse en escarceos amorosos en la playa, los jóvenes roban, secuestran y asesinan. La banda sonora incluye “Corazón contento” uno de los éxitos de Palito, pero “El extraño de pelo largo” es lo que suena como contrapunto a la acción, la letra es casi un presagio del monstruo que construiría la época: Hay fuego en su mirada y un poco de insatisfacción.
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