Vida Sana
La historia del cine español y latinoamericano no se podría contar sin Daniel Giménez-Cacho, nacido en Madrid en 1961. El actor, director, escritor y activista social comprometido con las grandes causas de México tiene una carrera que se expande por casi 40 años. Ha ganado premios internacionales por sus actuaciones en filmes tan diversos como El callejón de los milagros (1994), El coronel no tiene quien le escriba (1999), La mala educación (2004), Arráncame la vida (2008), Blancanieves (2012) y Zama (2017).
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También ha trabajado con algunos de los mejores directores del cine contemporáneo, entre ellos Pedro Almodóvar, Arturo Ripstein y Lucrecia Martel; eso por no hablar de los “tres amigos,” los directores mexicanos Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro y Alejando González Iñárritu. De hecho, Giménez-Cacho participó en las primeras películas de Cuarón, Solo con tu pareja (1991) y de del Toro, Cronos (1992). A los 61 años completa el trío con G. Iñárritu. En Bardo, Falsa crónica de unas cuantas verdades, que debuta en Netflix el 16 de diciembre, Giménez-Cacho interpreta al periodista-documentalista, Silverio Gama, alter ego de G. Iñárritu, radicado en Estados Unidos. Gama, ya en su madurez regresa a México y se confronta al pasado y con su propia mortalidad. El personaje de Gama se parece mucho a Giménez-Cacho en esta etapa de su carrera y de su vida, como nos lo comenta en la siguiente entrevista.
Daniel, desde que te conozco hace muchos años, hay algo en ti que es muy característico y es que parece que siempre juegas, te diviertes con la vida. ¿Cómo refleja Bardo esa parte de ti? O, mejor dicho, ¿cómo te relacionas con la madurez del personaje?
Bueno es que el personaje se parece mucho a mí, como que está en un momento de su vida donde está reconsiderando muchas cosas, haciendo como un balance, pensando más en lo que queda adelante y en la muerte. Pero en la muerte no como una cosa que significa el final, sino la muerte como el paso a otra cosa. Una transformación. Y, pues eso de jugar se me da, es parte de mi naturaleza y yo creo que ahora con la edad, más conscientemente. Es jugar porque hay algo crítico en el fondo; una rebeldía de no aceptar que las cosas sean como te dicen que son.
¿Por qué te preocupa la muerte, o te interesa?
No porque me preocupe, pero ¿sabes por qué empezó? Antes de la película, un día estaba yo diciendo: “A mí me gustaría morirme conscientemente. Me encantaría que mi muerte fuera consciente”. Entonces me metí a internet y empecé a mirar y me enteré de que los budistas y los hinduistas a eso se dedican. A través de la meditación van alcanzando estados, en dónde incluso pueden abandonar el cuerpo antes de morir. Y hay un momento en que ya no vuelves al cuerpo. Entonces esa idea me enloqueció.
Es decir que intuitivamente llegaste a algo que Socrates dijo era la esencia de la filosofía: preparar al hombre para la muerte.
Sí, pero solo que en Occidente se considera que es el final y me gustó mucho esta idea oriental de que no es el final. Por eso la película se llama Bardo. “Bardo” es una palabra tibetana que quiere decir transición; es ese lugar dónde está todavía en discusión si el alma va a regresar a reencarnarse, o si el alma pasa a los otros niveles que según las religiones orientales existen.
Dices que compartías con G. Iñárritu este momento de sus vidas, pero parecen personalidades muy distintas.
Muy diferentes externamente, pero sí fue un encuentro muy interesante entre él y yo, fíjate. De las almas. Él lleva como diez años que entró un poco a la meditación budista. Por eso tiene estas ideas, por eso se llama así la película. Por eso también se siente en esta película que la muerte no es el final.
¿Qué dices de las críticas, que también han sido feroces?
Dicen que es difícil de entender. La película empieza con una sombra que intenta levantarse y no puede. Y al final, la sombra se levanta y se va. ¿Dónde está lo difícil? Si no lo pueden entender, “My condolences,” como dijo Guillermo del Toro cuando la presentó hace unos días en Los Ángeles.
¿De quién heredaste esta actitud ante la vida que es tan juguetona, tan juvenil?
Pues creo que de tanto mi padre como mi madre, pero en diferentes sentidos. De mi mamá como una especie de rebeldía infantil. Y de mi papá una cosa más racional pero siempre de juego, tenía mucho de las palabras. De que una palabra puede ser una cosa, pero la contraria. Aunque yo creo que eso también se lo debo a México. El doble y el triple sentido del lenguaje mexicano, el ambiente alterno, el albur... que esto es una cosa, pero te estoy diciendo otra.
¿Cómo se acercó a ti G. Iñárritu? ¿Siempre estuviste en su radar?
A lo mejor estuve en su radar, pero creo que yo fui de los últimos. Él estaba buscando a alguien que estuviera coincidiendo con él, en el momento de su vida. No es una autobiografía ni nada parecido, sino que él se está reflejando en muchos momentos de su vida. Hacer Bardo fue como una fantasía, como un sueño por la cantidad de tiempo que se invirtió, por el nivel de concentración, el nivel profesional, técnico, la gente que se involucró. Yo nunca había trabajado así con tanta dedicación, 26 semanas de rodaje y sin un personaje. No hay ningún personaje ni construido ni diseñado.
¿Entonces te dejaste llevar por el instinto únicamente?
Estar presente. Esa cosa tan simple y tan compleja que es estar presente y ya. Y reaccionar a lo que está pasando. Necesitas mucha confianza para eso. Y obviamente te das cuenta de que Alejandro [G. Iñárritu] es alguien en que puedes confiar porque conoce muy bien la actuación. Lo ha estudiado mucho. Le interesan las tramas, del espíritu, del alma, del conflicto.
Tú viviste la circunstancia del personaje de Bardo como alguien que ha pasado por la migración, pero al revés ¿no? Porque, cómo era vivir en México de padres españoles, ¿cómo te lo recordaban?
Mis papás emigraron, después de la Guerra Civil. Ahí nacieron cinco de mis hermanos. Y entonces en el año sesenta decidieron regresarse, quisieron volver a España. Y allá nací yo, pero ya no les gustó y ya todos nos movimos a México. Y yo de dos meses. A mí se me hizo una necesidad de ser mexicano muy consiente. Por eso amé esa frase, creo que es de Chavela Vargas, que le dijeron, oiga, pero usted nació en Costa Rica, y ella dijo, no, los mexicanos nacemos donde se nos da la gana. Yo dije, yo igual.
¿Tuviste que luchar por ser aceptado en México como Silverio lucha en Estados Unidos?
No, porque yo siempre tuve la voluntad de ser mexicano, por un deseo de, necesito enraizarme aquí. Yo soy de aquí. Como una decisión. Entonces me volví más mexicano que muchos. Por voluntad. En el 99 me fui a vivir dos años [a España] para comprobar que definitivamente soy mexicano. Para eso me sirvió vivir en España.
En el documental Hecho en Mexico (2012) hay una frase que dices que me encanta: “El horizonte para entender a México siempre se aleja más, pero tratando de alcanzarlo, ya caminaste”.
Esa es una idea muy linda de Eduardo Galeano. Que dice, pensar en la utopía es como ver el horizonte. O sea, nunca llegas, nunca vas a llegar, pero ya caminaste. ¿Es lindo no?
Anne Hoyt es crítica de cine, pertenece al Comité de Selección del Festival de Morelia (FICM) y a la Asociación de Periodistas Latinos de Entretenimiento (LEJA), en Estados Unidos. Actualmente es candidata a Doctor en Filosofía por la Universidad de Georgetown. Su tesis de maestría, Identidad y Cine Chicano fue publicada por la Universidad de París.