Vida Sana
Es casi el final de una soleada tarde en Butte, Montana, y aquí estoy, en un bar en un sótano sin ventanas, con —disculpen la expresión— esta dama que conocí hace apenas unos minutos. Yo estaba parado afuera del Miner’s Hotel, ensimismado en mis asuntos, cuando llegó ella en su auto. Se veía algo pequeña detrás del volante. Entonces, hizo un perfecto giro en U rápidamente y sin esfuerzo, bien cerca de la acera. Peculiarmente impresionante. Salió casi de un salto del auto; parecía estar algo energizada. “¡Es extraordinario!”, me diría más tarde. “¡No hay tráfico! Aquí puedes girar en U en el medio de la calle”. Esta dama se llama Helen. Dama Helen Mirren. Nos dimos la mano ahí mismo, en la calle.
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La dama entra en un bar clandestino
Acto seguido, estábamos en un vestíbulo en el sótano del hotel. La dama Helen marcó 5 en el teléfono de dial rotatorio que estaba en la pared, y de inmediato se abrió una puerta escondida que nos dio acceso al bar. El lugar está dispuesto al estilo de un bar clandestino en lo que en una época fue la bóveda de pieles de la ciudad, donde las mujeres de Butte guardaban sus abrigos de visón. “En tiempos en que las pieles valían algo”, dice la dama Helen. Esta es la hora previa a la actividad del atardecer; el bar está predeciblemente vacío y se escucha tenuemente un tema de música country. Nos sentamos junto a la chimenea, que en realidad es uno de estos nuevos artefactos electrónicos. No tiene llamas de verdad. Y ni siquiera calienta tanto. Le doy mi abrigo y ella se lo coloca sobre las rodillas. Helen Mirren, de 77 años, pide un Bloody Mary. Luego, la famosa actriz londinense, hija de padre ruso y madre escocesa, me cuenta cómo es que terminó en la zona oeste de Estados Unidos. En realidad, todo comienza con un viaje cuando era una joven actriz, en 1968.
“Estaba en San Francisco con la Royal Shakespeare Company y el contrato siguiente era en Detroit, cuatro días después. Varios de nosotros fuimos en tren. El tren iba despacio. No recorría las distancias a gran velocidad. Eso me dio una visión y una imagen de Estados Unidos que no había visto nunca. Se detenía en medio de un pueblo donde no había estación ni nada. Recuerdo una parada en Cheyenne; allí me bajé y fui a un bar, donde bebí una copa con un par de vaqueros, y luego volví a subir al tren”. Bueno, al menos hay un par de vaqueros que me pueden respaldar cuando digo que es entretenido beber una copa con ella. Jovial y comprometida. Vociferante y llamativa por momentos, pero siempre amable. Te mira directo a los ojos y escucha de verdad. Se ríe cuando quiere, más fuerte de lo que uno podría esperar. Sientes que la conoces, y te das cuenta de que quieres conocerla aún más.
Eso no es ninguna sorpresa, me imagino. Una dama clásica. En realidad, ella es la dama. Helen Mirren, dama comendadora de la Orden del Imperio Británico (DBE), un título conferido por la fallecida reina Isabel II, a quien Mirren ha representado en teatro y en la pantalla.
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