Vida Sana
Cuando empezó a cantar con la orquesta de Mario Ortiz en 1977, Gilberto Santa Rosa era un talentoso adolescente dentro de un género —la salsa puertorriqueña— que contaba todavía con el apogeo de todos sus maestros. Cuatro décadas más tarde, el mismo Santa Rosa se ha convertido en una de las leyendas de la música afrocaribeña, con una discografía envidiable que fusiona la belleza de la salsa romántica con el frenesí rítmico que delira a los bailadores tradicionales. AARP en español habló con el cantante sobre su gira de aniversario que lo llevará por Europa y todo el continente americano.
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Más allá de lo obvio —porque imagino que incluirá todos sus grandes éxitos— ¿cómo planeó los conciertos de esta gira para celebrar 40 años de trayectoria?
El espectáculo lo pensé como un recuento que no es cronológico, pero que toca todas las etapas de mi carrera. Además, me arriesgo desempolvando algunas canciones que probablemente la gente no conozca tanto como otras, como por ejemplo los primeros temas que grabé. Creo que el público las va a disfrutar igual, porque al presentarlas voy a contar todo lo que viví en esa época. Cumplí con unos cuantos caprichos, como incluir en la fiesta canciones que no son necesariamente éxitos, pero que me gustaría cantar. Claro, los clásicos deben estar siempre; van hilvanando esta historia. En mis conciertos, la música es siempre la estrella del show.
Imagino que le habrá tocado presentarse en lugares donde la gente no está familiarizada con la magia de la salsa, o quizás no conoce su repertorio.
Me pasó en diferentes modalidades. A veces el empresario te lleva a un lugar donde la gente conoce dos o tres canciones, pero nada más. En el Playboy Jazz Festival de Los Ángeles, la mayoría del público eran americanos que disfrutaron mucho pese a no estar familiarizados con mi música. Eso me dio mucha libertad, porque se forma otra dinámica que cuando van a escuchar a alguien para que le cante sus éxitos. Recientemente —me reservo de nombrar el país por respeto— me pasó algo muy raro. Me presenté por primera vez en un área montañosa. La plaza estaba repleta de gente, empecé a cantar y nadie se movía. Nunca entendí si les gusté o no. Cuando terminó el concierto, uno de los organizadores me dijo que estaban todos encantados, pero como la ciudad es muy fría, así es la gente. Fue raro, pero interesante a la vez. Al principio, cuando mi repertorio era desconocido, pasé muchos de esos momentos.
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