Vida Sana
En una caja de fotografías familiares en un armario del apartamento de mi madre en Tucson, Arizona, hay una foto, probablemente un poco descolorida y ligeramente borrosa de esa manera tan encantadora que solo la tecnología de las cámaras de mediados de los años 70 podía dominar. Estoy de pie en una piscina de plástico azul para niños en el patio trasero de la casa de mi familia en el sureste de Ohio y tengo puesto un bikini de rayas azules y blancas. Por la expresión de mi cara, con la boca abierta y los ojos que parecen brillar, y por mi pose, con la mano apoyada en la cadera izquierda, que sobresale muy ligeramente, es evidente que me consideraba muy sexi. Al fin y al cabo, llevaba puesto un bikini, algo que había visto que mis hermanas adolescentes se ponían para asolearse en el patio trasero, y para mí todo lo que ellas hacían era lo más genial.
Ese fue el comienzo de mi historia de amor con el bikini, una historia que, mirando al pasado a través de las fotos, pareció terminar en una playa de México en el 2016. Es algo que a menudo nos pasa a las mujeres de mediana edad, cuando el cuerpo empieza a mostrar el paso de los años.
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Sin embargo, la historia de amor de Estados Unidos con el bikini se remonta a un poco antes y, según Daniel James Cole, profesor adjunto del Fashion Institute of Technology de Nueva York, no parece que vaya a terminar pronto. Dice que en realidad hay dos “historias de origen” para el traje de baño de dos piezas al que comúnmente llamamos bikini.
La primera comienza con el diseñador francés Jacques Heim, que experimentaba con la ropa femenina para el tiempo libre. En la década de 1930, Heim diseñó algunos conjuntos de dos piezas que Cole describe como tops tipo sostén con una falda envolvente sobre pantalones cortos, que “eran bastante revolucionarios para la época”, añade Cole. Luego llegó la Segunda Guerra Mundial y la ocupación de Francia. No fue sino hasta la exposición itinerante de moda titulada “Théâtre de la Mode”, que visitó lugares de Europa y EE.UU. con el propósito de recaudar fondos para los supervivientes de la guerra y reactivar la industria de la moda francesa, cuando la creación de Heim, que por entonces había bautizado como “Atome”, se vio en un escenario más amplio.
“No era algo totalmente nuevo para las mujeres francesas, pero sí un poco vanguardista”, dice Cole, y señala que, aunque Heim siguió promocionando el diseño, no se puso de moda inmediatamente y se hicieron ajustes en el diseño para hacerlo “más pequeño”, añade Cole. “Fue una de esas cosas que generó una cobertura de prensa desproporcionada con respecto a su uso real. Pero se le dio publicidad”.
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