Vida Sana
Al cumplir ochenta años, Carlos Fuentes podría haber dejado de escribir, en la certeza de que su lugar en las letras de América Latina estaba asegurado. Por el contrario, con una larga e ilustre carrera tras de sí —incluidos 23 libros y numerosos premios—, el escritor con vida más famoso de México ha hecho exactamente lo inverso. Sigue entre sus garabatos, con el brío y la audacia de un hombre joven. Su vigor se despliega en su 24ª novela, La voluntad y la fortuna, publicada en español en el 2008 y que hoy está disponible en inglés con el título de Destiny and Desire. Edith Grossman, según sus elevados estándares habituales, nos brinda una traducción excelente, y logra transmitir el ingenio verbal de Fuentes y a la vez captar su estilo a menudo grandilocuente en español.
Considerando la juvenil voz que conduce la novela —opuesta al tono sombrío y elegíaco que atrae a muchos escritores mayores—, tal vez corresponda que la trama involucre a dos jóvenes, Josué y Jericó, mientras pasan su adolescencia en la Ciudad de México actual. La voz pertenece a Josué o, más bien, a su cabeza amputada, que yace consciente y locuaz en una playa de Acapulco después de haber sido decapitada. Esta apertura grotesca y a la vez cómica induce la pregunta principal que surca la novela: ¿Cómo es que Josué terminó allí?
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Se trata de un largo viaje hasta el final descabezado, y para llegar hasta allí, la historia comienza en la niñez de Josué cuando conoce a Jericó y rápidamente se convierten en mejores amigos. Ninguno de los dos tiene padres (¿los tienen?), ambos reciben cheques mensuales de un misterioso benefactor y ambos albergan una precoz pasión por la filosofía. Si suena "dickensiano", se debe a que lo es, cualidad que hace que sus referencias de Justin Timberlake y Entourage de HBO resulten algo fuera de lugar, incluso cuando la historia está ambientada en el México actual.
Pero todo esto forma parte del juego de Fuentes, marcado por sus constantes referencias a la mitología griega y a la Biblia. Al principio de su relación, Josué y Jericó imaginaban que eran Castor y Pollux, los intrépidos mellizos a quienes Zeus transforma en la constelación Géminis. Hacia el final de la novela, se insinúa otra famosa pareja de hermanos: Caín y Abel.
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