Vida Sana
"¿Nos tocaba reunirnos hoy?"
Son las 8:30 de la mañana bajo un cielo azul en Santa Bárbara, California y Kevin Costner me mira, inquisitivo, con la cabeza inclinada hacia un lado, desde la puerta principal de su casa. Alguien evidentemente se ha equivocado (está bien, he llegado exactamente 24 horas demasiado temprano para nuestra entrevista), y el galardonado actor, ganador de premios Óscar, está haciendo su mejor esfuerzo para no perder la calma.
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No se le debe probar la paciencia a una estrella de cine de esta manera. Pero Costner no es el tipo de persona que es temperamental. En momentos como este, es reconfortante recordar que comenzó en el mundo del espectáculo arrastrando cables y barriendo con una escoba en un estudio de Hollywood no muy lejos de donde se crio, en una zona de clase trabajadora de Los Ángeles. Es un hombre que resuelve problemas, el tipo de persona que se las arregla.
"Bueno, espera un momento", dice, mientras alisa el ceño y sonríe con esa sonrisa eternamente juvenil. Antes de darme cuenta, ha adaptado sus planes para seguir adelante con la entrevista.
Con más de cuatro docenas de créditos de cine y televisión, Costner, a los 59 años, puede reaccionar así, de improviso. No se trata solo de mostrarse acomodadizo con una visita inesperada. Como sus personajes en Dances With Wolves (Bailando con lobos), Bull Durham (Los búfalos de Durham), The Bodyguard (El guardaespaldas) y, más recientemente, la serie televisiva Hatfields & McCoys, por la que se ganó un premio Emmy, Costner pasa con facilidad de una reticencia encantadora a "Vamos, ¡hagámoslo!". Y es alguien que está dispuesto a aceptar algún que otro desafío. Ha estado de gira como un músico base, abierto un centro interpretativo acerca del bisonte estadounidense e invertido millones en el desarrollo de centrifugadoras para la limpieza de vertidos de petróleo.
También por segunda vez se encuentra rodeado de Legos, de nuevo padre de pequeños. Tras ver a sus primeros cuatro hijos alcanzar edades de dos dígitos, Costner tomó aire y tuvo tres más con su esposa de hace diez años, Christine Baumgartner, modelo y diseñadora de bolsos, de 40 años de edad. Se ve divertido mientras caminamos por su casa, que muestra una influencia japonesa, y pasamos por una sala de estar para el entretenimiento con aparatos conectados por cables que claramente lo confunden. "Nunca he jugado un videojuego, así que no sé nada sobre el Xbox", dice Costner. "Pero les enseño a los chicos a cazar y a pescar, y peleamos". Sabe que eso no suena correcto. "Los niños quieren que luche con ellos", dice, refiriéndose a su hija Grace, de 4 años, y a sus hijos Hayden, de 5 años, y Cayden, de 7 años. "Quieren tener contacto físico. En realidad, soy bastante sencillo".
Esa es una declaración curiosa, de un hombre cuyas películas han sumado más de $2,000 millones mundialmente y que es dueño de 17 acres de propiedad ideal frente al mar aquí y unos 160 acres adicionales en Aspen, Colorado. Pero a medida que se abre durante una larga y franca conversación sobre la crianza de los hijos, el amor, el trabajo y el envejecimiento, queda claro que Costner valora la sencillez y el tiempo con su familia más que la fanfarria de la fama, y arriesga lo que sea para tener éxito en aquello en lo que cree.
Su última apuesta es Black or White, un filme que saldrá en enero, en el que interpreta a un destacado abogado de Los Ángeles recién enviudado. Las difíciles circunstancias del abogado habían comenzado siete años antes, con la muerte de su hija, que se había envuelto con un traficante. Como secuela, él y su esposa se encargaron de criar, por su propia cuenta, a su nieta biracial.
La película es un proyecto conmovedor sobre las relaciones raciales que vuelve a unir a Costner con su amigo Mike Binder, el escritor y director que, con The Upside of Anger (Más allá del odio) en el 2005 ayudó a hacer renacer la carrera del actor. "A nadie le agrada hablar de temas raciales, y resulta complicado para todos", dice Costner. "Esta plataforma es un punto de partida para tener esta discusión".
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