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Michael Douglas: el tercer acto

El actor, galardonado este año con un premio de Movies for Grownups por su trayectoria artística, traza nuevos rumbos personales y profesionales, y continúa tan audaz como siempre.


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¡Bravo, Michael Douglas! El padre, esposo e ícono de Hollywood de 71 años disfruta de la vida.

|  Michael Douglas desea saber cuánto tiempo tenemos. No porque tenga que marcharse deprisa a jugar al golf, como lo hace muchas tardes, o a recoger a sus dos hijos menores —su hijo Dylan, de 15 años, y su hija Carys, de 12— de la escuela. Douglas habla del tiempo en un sentido más amplio, el sentido cósmico. “Quiero decir, eres tonto si a mi edad no te vuelves más consciente de cómo quieres pasar tus días”, dice, mirando el horizonte de Manhattan desde un apartamento del centro de la ciudad. Al sopesar esa idea, menciona que su padre, Kirk, cumplirá 100 años en diciembre. Para comprender ese estupendo logro, el hijo del legendario actor del hoyuelo en la barbilla le pide ayuda al gran y poderoso oráculo de nuestros tiempos. “Oye, Siri”, le susurra Douglas a su iPhone, con la misma voz —aún suave— con la que interpretó a Gordon Gekko. “¿Cuántas personas en el mundo tienen 100 años o más?”.

Douglas muestra su sonrisa magnética mientras Siri lo piensa. A los 71 años, este actor y productor ganador de premios Óscar, vestido con un traje a la medida de color azul oscuro que le realza el azul claro de sus ojos y la luminosa cabellera plateada, se ve fantástico. Como bromea Paul Rudd, el coprotagonista de Douglas en la exitosa película de superhéroes del verano pasado, Ant-Man: “Michael todavía compite con Jeff Bridges por la mejor cabellera de Hollywood”.

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Pero el éxito hoy en día es mayor para Douglas que la suma de sus papeles en las películas. “El mundo del espectáculo no es lo más importante en el mundo”, dice. Una segunda oportunidad para ser padre, otra oportunidad para su matrimonio, no tener cáncer, su recién encontrada espiritualidad, simplemente saborear el sándwich de pastrami en pan de centeno de Katz’s Deli que tiene frente a él: es ahí donde encuentra significado. ¿Qué es lo que pasa?

“Se llama mortalidad”, dice, riéndose.

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La belleza masculina de Douglas con su abundante melena blanca hizo que su coprotagonista de “Ant-Man”, Paul Rudd, bromeara: “Michael todavía compite con Jeff Bridges por la mejor cabellera de Hollywood”.

También sigue siendo prodigiosamente productivo. Luego de más de 50 películas —entre ellas Fatal Attraction, Wall Street, The American President y Wonder Boys— Douglas sigue haciendo algunos de sus papeles más audaces, especialmente en Behind the Candelabra de HBO, por el cual ganó un premio Emmy en el 2013 al  interpretar a Liberace en su mejor momento. La última película de Douglas es una de suspenso, Unlocked, que se lanzará pronto, en la cual de nuevo interpreta a un intimidador de moralidad ambigua con suficiente encanto diabólico para conquistarte.

Con ocasión del premio de Movies for Grownups 2015, de AARP, que recibió en febrero por su trayectoria artística, Douglas reflexiona sobre una vida con tantas subidas y bajadas como las calles de San Francisco —el lugar donde primero demostró sus habilidades durante la popular serie de televisión epónima—. Su recorrido incluyó una separación de su esposa, la actriz Catherine Zeta-Jones, en el 2013, mientras ella luchaba con el trastorno bipolar.

“Ambos luchamos por ello”, Douglas dice sobre la salvación de su matrimonio. “No creo que haya mucha posibilidad de arreglar una relación si uno de los dos ya salió por la puerta”. Dice Zeta-Jones: “Pienso que ambos somos más apacibles y sabios. Eso sucede de manera natural con el tiempo. Agradecemos lo que tenemos”.

Además, Cameron, de 37 años —el único hijo de Douglas con Diandra Luker, su primera esposa, con quien estuvo casado por 23 años—, todavía está en la cárcel en Nueva York por una condena por drogas en el 2010. Se espera que sea puesto en libertad en el 2017. “Ahora lo veo dos veces al mes porque está encarcelado más cerca de nuestro hogar”, dice el actor con una resignación práctica. “Es drogadicto, pero ha cumplido más de la condena que le corresponde por eso”.

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Douglas también luchó contra un cáncer de lengua en estadio IV, el cual ahora está en remisión. “Han pasado cinco años, y me siento muy bien”, dice, sosteniendo las manos como si rezara, “pero lo ves desde otro punto de vista. Estoy más motivado, soy más responsable. Mis hijos menores podrían ser mis nietos. Quiero estar aquí por un buen rato”.

Con eso, Douglas mira hacia abajo para ver la evaluación de Siri. “¡Impresionante!”, dice, y arrastra un dedo por la pantalla del teléfono. “Papá no está muy acompañado. ¿Cuántos somos ahora, 7 mil millones de personas? Según dice aquí, el número cae en picada a un total de 480,000 personas que viven hasta 100 años o más. No es un grupo grande”.

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De muchas maneras, Douglas es un ícono boomer por excelencia, hasta en la manera sencilla en la que se comporta. No hay preguntas prohibidas; tampoco demuestra el comportamiento de divo que se asocia con la realeza de Hollywood. En el transcurso de una sesión fotográfica anterior, cantó la canción de Marvin Gaye, “Ain’t No Mountain High Enough”, con todo y falsetes, y ahora está sentado con los pies sobre una silla, sin zapatos, las manos entrelazadas cómodamente detrás de la cabeza, listo para entablar conversación.

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Michael Douglas, de 71 años, quien no se queda con los brazos cruzados, ha protagonizado más de 50 películas en el transcurso de cinco décadas.

Douglas, quien nació en New Brunswick, Nueva Jersey, vio a su padre sobrellevar la última era del estadounidense irreverente admirado por otros, y no se arrepiente. Para siempre asociado con el papel del héroe epónimo en Spartacus, Kirk Douglas, como sus contemporáneos John Wayne y Burt Lancaster, podía asestar un puñetazo, estar al mando de un ejército y todavía llevarse a casa a la protagonista. Ser padre de Michael y sus tres hermanos menores con frecuencia le resultó algo más difícil. En su apogeo, Douglas padre actuaba en hasta cinco películas al año y podía ser remoto y volátil. “Trabajaba tan duro, y pienso que no había opciones”, dice Michael ahora, con compasión en vez de resentimiento. Admite que él mismo apenas se tomó el tiempo para ser padre mientras Cameron crecía, una de las cosas que más lamenta. “Cuando estás ocupado todo el tiempo, no piensas en muchas cosas que no sean las realidades que tienes frente a ti”, dice.

Douglas formó parte de la época de Woodstock, como estudiante en la University of California, Santa Bárbara, antes de dejar los estudios por un año. Regresó en 1968 para obtener un título en arte dramático y consiguió unos cuantos papeles pequeños antes de lograr su participación en The Streets of San Francisco en 1972. Mientras luchaba por salirse de la sombra de su padre, al ir de la televisión a largometrajes, Michael se las arregló para convertirse en el rostro apuesto que representaba lo que les  sucedía a sus contemporáneos, una especie de veleta humana para la idiosincrasia de los boomers. En el 1979, coprotagonizó con Jane Fonda The China Syndrome, en la que hacía el papel de un camarógrafo que investiga el encubrimiento en una planta nuclear. La película se estrenó 12 días antes del accidente nuclear de Three Mile Island. Fatal Attraction llegó durante la cúspide de la ansiedad creada —en la década de 1980— por los excesos de la liberación sexual. Wall Street personificó lo que puede causar la codicia de los ejecutivos, y The War of the Roses se lanzó justo cuando los divorcios espantosos explotaban en todo Estados Unidos. “Para los demás, Michael siempre ha sido un hombre sencillo, pero con estilo y autoconfianza, además de su autenticidad”, dice Fonda, otra estrella de segunda generación. “Nunca lo ves fingiendo. Por eso es que lo apoyas y también eso es lo que hace que sea muy sexy, incluso cuando interpreta a personajes difíciles”.

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Douglas dice que su hijo Dylan fue quien inspiró su despertar espiritual hacia sus raíces judías en la madurez de su vida.

Douglas también personificó algunos de esos elementos más sombríos en su vida privada. En 1992, fue tratado en un centro de rehabilitación de Arizona por drogadicción. Tres años después, Luker presentó la solicitud de divorcio y recibió $45 millones como parte de un acuerdo. Douglas sufrió otro golpe cuando su medio hermano Eric murió a causa de una sobredosis de droga en el 2004.

Jann Wenner, el fundador de Rolling Stone y uno de los amigos íntimos de Douglas —llama a “Mikey” su “compinche”— vio de cerca cómo esas experiencias influyeron en Douglas. “Ha sobrevivido muchas cosas, y eso lo ha hecho un mejor hombre”, dice Wenner. “La sabiduría de donde se encuentra Mikey ahora proviene de toda una vida de abrirse camino a codazos, mantenerse sólido en quien él es y creer en la humanidad”.

Pero eso no sugiere que Douglas sea un “león en invierno”. Como cuenta Wenner: “Mikey para mí sigue siendo el duro, en la parte trasera de un bote en Panamá con camisa hawaiana, tomándose unos tragos, mirando a su alrededor con ese brillo en los ojos, diciendo ‘Bueno, ¿qué tenemos?’”.

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Zeta-Jones ve los últimos años como un período que ayudó a su esposo a descubrir quién es. “Para cualquiera que enfrenta un reto como el cáncer, te hace concentrarte en lo que es importante”, dice. “Te das cuenta de que los momentos preciados son algo que no puedes dar por sentado”.

Para Douglas, eso significa hasta tomar un papel activo en algo tan intangible como la fe. Hace dos veranos, la familia estaba de vacaciones en Europa cuando Dylan corrió hacia su padre llorando. Dijo que un extraño en la piscina había gritado insultos antisemitas luego de notar la cadena con la estrella de David que tenía puesta el muchacho. Douglas, quien ha luchado contra la proliferación nuclear como Mensajero de la Paz de las Naciones Unidas desde 1998, descubrió una nueva causa. Como dijo el año pasado en un escrito de opinión sobre el incidente, publicado en  Los Angeles Times: “Si enfrentamos el antisemitismo siempre que lo veamos, si lo combatimos de manera individual y como sociedad, y usamos cualquier plataforma que tengamos para denunciarlo, podemos detener la propagación de esta locura”.

Aunque Kirk Douglas, cuyo nombre era Issur Danielovitch, es judío, Michael creció sin religión, al igual que sus hijos. Pero a medida que Dylan se acercaba a la adolescencia, sintió curiosidad sobre el judaísmo y quiso hacer su bar mitzvá. Douglas reconoce que él y Zeta-Jones tuvieron dudas al respecto. “Pensamos, ‘Claro, los regalos, la fiesta’”. Pero Dylan les aseguró a sus padres: “Cuando encienden las velas, siento una calidez, y cobra vida”. Dylan empezó a estudiar la Torá y “trajo muchos valores judíos a nuestro hogar: comunidad, familia, trabajo para reparar el mundo”, dice Douglas.

A su vez, Douglas se reconectó con su propio aspecto espiritual como no lo había hecho desde que pasaba tiempo con un gurú en Santa Bárbara hace muchos años. “Siempre se habla de las lecciones que se transmiten de padre a hijo, pero si mantienes la mente abierta, puedes en realidad aprender cosas de tus hijos”, dice Douglas.

La familia celebró el bar mitzvá de Dylan en Israel, donde Douglas luego recibió el premio Genesis del 2015, el cual honra a “personas excepcionales cuyos valores y logros inspirarán a la próxima generación de judíos”. Desde entonces ha visitado congregaciones judías reformistas para hablar sobre cómo mantener el judaísmo en un momento en el que casi un 60% de los judíos se casan con personas de otras religiones. “La población judía disminuye; por eso es importante alentar a las personas a que regresen a sus raíces”. La familia ahora tiene cenas de Shabat muchos viernes por la noche, y Carys se prepara para su bat mitzvá en mayo.

La ironía no le pasa inadvertida a Douglas, cuyo padre tuvo un despertar espiritual justo en el mismo momento de su vida. Cuando tenía un poco más de 70 años, Kirk estuvo a punto de morir cuando el helicóptero Bell Jet Ranger en el cual viajaba chocó contra un avión de acrobacias aéreas y cayó al suelo desde 40 pies de altura. Dos hombres murieron. Unos años después, Kirk tuvo un derrame cerebral y se preguntó si a Dios él no le gustaba. Comenzó a estudiar las escrituras judías, hizo su bar mitzvá y se comprometió a donar mucha de su riqueza a organizaciones benéficas. “La crisis abrió un mundo nuevo que de no ser así quizás lo hubiera pasado por alto, y lo ayudó a hacer tantas cosas buenas para tantas personas”, dice Douglas, y añade que también ha sido una bendición para él personalmente. “Somos íntimos ahora, papá y yo. Me siento afortunado de tenerlo todavía, mucho después de los momentos destacados de su carrera”.

Douglas perdió a su madre, Diana, el verano pasado a causa de un cáncer, a los 92 años, y ve a su padre observando el proverbial paso del tiempo, casi como si fuera un deporte. “Mi padre ahora tiene un juego de apuestas con sus amigos”, explica, “adivinar la edad promedio de los fallecidos en la columna de obituarios del New York Times del domingo”. A Douglas por cierto le parece divertido, hasta que le pregunto si alguna vez participa en la apuesta.

“¿Bromeas?”, dice. “Ese todavía no es un juego en el que participo”.

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