Vida Sana
La elegancia de su padre no quedó en el olvido. El profesionalismo y la actitud positiva con que se maneja Tito Rodríguez Jr. parecerían indicar que les prestó mucha atención a las lecciones de su papá. Dedicado de lleno a la música y favoreciendo un sonido de salsa contemporánea, el percusionista y director de orquesta basado en Nueva York ha encontrado un sabio balance entre preservar el legado familiar y forjar un estilo propio. Junto a Tito Puente Jr. y Mario Grillo (Machito Jr.), se presenta en concierto como The Big 3 Palladium Orchestra.
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Décadas después de su muerte, su papá sigue siendo uno de los mejores vocalistas de la música afrocaribeña. ¿Cómo explica su excelencia?
Mi padre era increíble porque podía interpretar un bolero o un número bailable con igual swing. Mucho de esto tiene que ver con el hecho de que era percusionista y entendía los aspectos rítmicos de la música. Tampoco podemos ignorar su habilidad natural para cantar con ese estilo tan propio.
Y usted, hijo de esta leyenda, ¿qué recuerdos tiene de su padre?
Para mí era simplemente ‘papá’. Un hombre de familia que se ocupaba de nosotros como nadie que haya conocido. Siempre hacía bromas, pero también era muy estricto en la manera en que llevaba su negocio. Creía mucho en la educación, y aun cuando yo estaba listo para tocar con su orquesta, no me lo permitió antes de que terminara mis estudios musicales. Yo tenía 18 y me enojé, pero lo respeto por eso. Les pagaba a sus músicos más de lo que estipulaba el sindicato, pero esperaba solo lo mejor.
¿Y qué recuerdos tiene de su madre?
Mi madre (la cantante de origen japonés Takeko Kunimatsu) era una artista que abandonó su carrera por mi padre. Era el cerebro detrás de los negocios familiares. Se ocupaba de que los contratos estuvieran estipulados apropiadamente, que se pagaran a los músicos, los impuestos y que las canciones fueran registradas para recibir las regalías correspondientes. Tuve dos padres amorosos que me apoyaron en lo que quisiera, con tal de que continuara con mis metas hasta el fin.
Cuando era chico, ¿tuvo la oportunidad de pasar mucho tiempo con su padre?
Cuando vivíamos en Nueva York, mi padre organizaba ensayos en el sótano de nuestra casa. No lo vi mucho, porque durante los años 60 tocaba unos 250 conciertos por año en todo el mundo. Pero cuando nos mudamos a Puerto Rico —yo tendría 11 o 12 años— ahí estuve siempre a su lado. Pude ver las grabaciones de sus discos, y el programa de televisión que tenía. Por cierto, yo trabajé ahí como camarógrafo [risas].
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