Vida Sana
Machito fue el pionero, el padrino de la música que hoy llamamos salsa. Surgió de Cuba para conquistar el Palladium de Nueva York con los mambos, cha cha chás y boleros que interpretaba junto a su hermana, la magnífica Graciela. Quizás su contribución más importante fue un espíritu afable, una alegría contagiosa que pareciera salir a borbotones de todos sus discos. Durante sus últimos años, Machito contó con la presencia de su hijo, Mario “Machito Jr.” Grillo, como timbalero y director musical de su agrupación. Afortunadamente, Machito Jr. continúa dedicado a la importante misión de que la música de su padre sea recordada para siempre. Junto a Tito Puente Jr. y Tito Rodríguez Jr., se presenta en concierto como The Big 3 Palladium Orchestra.
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¿Cuáles son los primeros recuerdos que tiene de su padre?
En casa, papá preparaba el desayuno, almuerzo y cena. Piensa que mi mamá era unos 20 años más joven. Cuando se casaron, mi padre tendría unos 38 y mi madre era una blanquita de 19 años. Le dijo, ‘Lo único que tienes que hacer es verte bella. Yo haré todo lo demás’. Y efectivamente, hacía las compras, lavaba la ropa, barría el piso y cosía los dobladillos de los pantalones. Bendito.
Unas semanas después de su fallecimiento, abrí la heladera en la casa de mi madre y vi que estaba vacía. Entonces la llevé a un supermercado y me di cuenta que era la primera vez que visitaba uno. Me dijo, ‘Con razón que tu papá estaba tanto tiempo haciendo compras. Estas tiendas son grandísimas’.
A mi papá lo llamábamos ‘Daddy Yes’. Nunca decía que no. La que nos disciplinaba era mi madre. Pero para nosotros, era genial. Mi papá nos llevaba al circo, al zoológico, a comer y comprarnos ropa. Era una fiesta que nos echaran de la casa.
¿Hubo un momento en el que se dio cuenta de que su padre era un genio musical?
Nunca lo supimos, hasta su muerte. No teníamos la menor idea. Para nosotros no era una estrella musical. Solo lo vimos en sus calzoncillos, con el pelo parado como Don King. Y tampoco nos importaba. Cuando terminaba una grabación, llegaba a casa con una caja de 25 discos. Los regalábamos en el vecindario, al carnicero y la tintorería. No los guardábamos. De la misma manera, cuando iba a su compañía discográfica —era Tico en ese momento— le pedíamos que nos trajera el último LP de Tito Puente, Joe Cuba o Joe Bataan. En casa no escuchábamos la música de Machito. ¿Para qué? Si vivía con nosotros. No nos dimos cuenta de quién era realmente.
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