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¿Cómo hubieran podido imaginarse las sorpresas que les esperaban? Todo era tan improbable.
No, mejor dicho, imposible.
En 1962, un día frío de octubre, 45 cantantes, músicos y chaperones de Motown se reunieron, temblando con emoción y nervios. Se amontonaron juntos dentro del Estudio A, el garaje convertido de una casa estilo bungaló ubicada en 2648 West Grand Boulevard que el fundador de Motown, Berry Gordy, de 32 años, había comprado en Detroit. Sus vecinos eran pequeñas empresas respetables: Sykes Hernia Control Service y Phelps Funeral Parlor. Gordy, bisnieto de un esclavo de Georgia, había iniciado su propio sello discográfico a principios de 1959, el mismo año que entrara en escena Barbie, la chica de ensueño plástica de Mattel.
La compañía de Gordy se había reunido para el comienzo del Motortown Revue, su primera gira extensa. Una fotografía del momento todavía está en exhibición en la casa en West Grand, que en la actualidad sirve como el Museo Motown. Se ven parados, con bolsas a punto de reventar y cámaras cuadradas, metidas en pantalones apretados y suéteres de angora, con peinados colmena y las manos arregladas, los hombres recién llegados del barbero. The Supremes —Mary Wilson, Florence Ballard y Diane (luego Diana) Ross— se acababan de graduar de la escuela secundaria. Las tres estaban felices de irse de gira, pero les preocupaba que no se hubieran verdaderamente ganado sus asientos en el autobús. "Deben comprender, éramos las favoritas de Berry, muchachitas especiales", recuerda Wilson, que en la actualidad, a los 74 años, vive en Los Ángeles. "Pero a no ser que tuvieras un disco exitoso, no eras nadie en Motown. Casi todos los demás en la gira ya tenían una canción de éxito".
Esos creadores de éxitos incluían a Marvin Gaye, The Marvelettes, The Miracles, The Contours y Martha Reeves and the Vandellas. A ellos se unió el fenómeno de 12 años Stevland Hardaway Judkins, recién contratado, a quien se le dio el nuevo nombre de Little Stevie Wonder, más alineado con el mundo del espectáculo.
También a bordo se encontraba Mary Wells, a la que habían coronado la Reina de Motown. Se veía majestuosa con su delineador de ojos estilo Cleopatra; sin embargo, sonaba dulcemente vulnerable en vinilo. Wells había estado trabajando desde los 12 años, cuando ayudaba a su madre soltera a limpiar escaleras heladas para mantenerse las dos. "Hasta la llegada de Motown, en Detroit existían tres grandes carreras para una muchacha negra", Wells me contó años después. "Bebés, las fábricas o el trabajo diario. Punto". Los artistas de Gordy, todos afroamericanos, eran los hijos e hijas de antiguos medieros, obreros de la industria automotriz, secretarios, empleados domésticos y diáconos. En esa época, Detroit contaba con la cuarta población de afroamericanos más grande del país, y producía el 50% de los automóviles del mundo. La probabilidad de escaparse de las fábricas o de los trabajos a un salario mínimo para cualquier joven de color era pésima. Pero pronto después de que los primeros éxitos de Motown resonaran desde los radios en los patios de las escuelas y proyectos de vivienda de la ciudad, innumerables jóvenes esperanzados inundaron la nueva y seductora empresa en West Grand.
La mayoría de los que arrastraban su equipaje hacia el autobús alquilado de la gira Motortown y cinco automóviles ese día frío nunca siquiera había viajado fuera del estado. En una entrevista por teléfono desde su hogar en Detroit, Martha Reeves, actualmente de 77 años, se ríe al recordar la inocencia total del grupo al abordar ese autobús. "El autobús era un modelo descompuesto de Trailways sin un inodoro", recuerda ella. "Teníamos que recostarnos sobre la ventana o sí mismos para tratar de dormir". Durante la gira, que duró de octubre a diciembre, Reeves nos cuenta que los intérpretes dormían en hoteles dos noches a la semana, como mucho.
La gira agotadora y las muchas que la siguieron eran parte del plan audaz de Gordy para integrarse en —y dominar— la lista de las 100 mejores canciones pop. Él anunció su ambición en la fachada del edificio: Hitsville U.S.A. Las letras estaban pintadas de un color "azul Motown" intenso, el mismo tono saturado de su sello discográfico, tan emblemático en la actualidad.
Pero, ¿cómo podían sus intérpretes abrirse camino por la segregación obstinada de una industria de la música que limitaba los discos de los afroamericanos a las listas de "R&B"? En 1960, solo cuatro sencillos por artistas afroamericanos se aproximaron a la cima de la lista de las 100 mejores canciones pop (o sea, de artistas blancos). "Tener un éxito híbrido durante esa época significaba que el público blanco compraría tus discos", recuerda Smokey Robinson, que estuvo presente al comienzo del sello discográfico. "El concepto de Berry al lanzar Motown fue grabar música con ritmos vibrantes y buenas historias para lograr tener éxitos que se consideraran música pop". El producto híbrido de Gordy era una mezcla de estilos de música pop, R&B y hasta un toque de Vegas, con ritmos y la armonía de la música góspel: en otras palabras, música políglota estadounidense. Comenzó a sacar al mercado discos en tres sellos discográficos: Tamla, Gordy y Motown.
Un sorprendente sector demográfico ayudó a asegurar su apuesta. Los adolescentes —esos compradores impulsivos y hormonales de los sencillos de 99 centavos— se estaban convirtiendo rápidamente en el grupo más grande de la población de EE.UU., y ellos controlaban miles de millones de dólares al año en efectivo disponible. ¿Gastarían los chicos blancos su dinero en los discos de los artistas negros? Gordy recibió su respuesta en 1961, cuando el éxito “Please Mr. Postman” de The Marvelettes alcanzó el primer puesto en la lista de éxitos musicales pop. Aparentemente, a los chicos no les importaba quiénes hicieran la música si era lo suficientemente cautivadora y bailable. Dado el potencial casi ilimitado de la base de fanáticos adolescentes, una gira para presentar a los artistas de Motown a audiencias en vivo en la costa este y el profundo sur sería el lanzamiento a la luna de Berry Gordy.
¡Y qué sensación resultaron ser! Qué reverberación de larga duración tan descomunal. Todavía es difícil pasar por los pasillos de los supermercados o participar en juegos de cultura general en microcervecerías sin escuchar el sonido Motown por los altoparlantes.
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